Monday, February 23, 2009


Invitado por la Feria del Libro de Minería, el escritor halló con lectores el título de su nueva obra

Arturo Jiménez y Mónica Mateos-Vega

Durante una hora, el escritor José Emilio Pacheco instauró la democracia en la Antigua Capilla del Palacio de Minería e hizo que los asistentes votaran para ayudarlo a decidirse por uno de cinco títulos posibles para su próximo poemario.

Era la primera vez que el autor de Las batallas en el desierto asistía como invitado a la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, que en estos días cumple su edición número 30.

El título ganador para la nueva obra del poeta, por mayoría, aún sujeto a la decisión de la Editorial Era, fue: La edad de las tinieblas. Atrás quedaron Todo se va, El desorden de los factores, El arte del estrado y Nada de esto.

Pacheco compartió con sus lectores-votantes varios de los versos que incluirá en La edad de las tinieblas, poemas en prosa que incluyen textos líricos, ensayísticos y narrativos, los cuales verán la luz este año.

En los poemas Para qué y Noche de insecto el escritor compartió sus sentires, como: Para ser dios, a la palabra odio le falta una letra y le sobra otra.

Este año será singular para el poeta, pues aparte de cumplir 70 años de edad, en junio lanzará otras dos obras para completar una tercia: El mar no tiene dioses y El libro de las aproximaciones, compilación que reunirá los trabajos completos de traducción en los que ha participado y que recorre desde cuentos en inglés hasta haikus contemporáneos.

Sin embargo, este fin de semana Pacheco no se consideró un escritor prolífico, ya que, argumentó, tenía nueve años de no publicar. Ante los cada vez mayores contratiempos de la vida cotidiana, aclaró: No he pensado dejar de escribir, pero cada vez es más difícil.

El poeta reflexionó con el público acerca de sus preocupaciones por la violencia que afecta al país, la contaminación ambiental y el caos vial de esta ciudad tan fea.

Hasta se dio tiempo para firmar algunos libros y visitar la sala de prensa, acompañado de su esposa, la escritora y periodista Cristina Pacheco,

También compartió lo que él considera su falta de ingenio para las entrevistas, a diferencia de Jorge Luis Borges. dijo

Mientras ponía su firma en un volumen, Pacheco comentó a La Jornada que era la primera vez que participaba en la feria de Minería como invitado, pero muchas veces la he visitado como comprador, aclaró.

El encuentro, pensado no como presentación ni conferencia, sino como plática con lectores, fue moderado por el director de la feria, Fernando Macotela, quien refirió estar ligado por una amistad personal y generacional con el autor de Morirás lejos.

En la mesa de la Antigua Capilla, Macotela señaló que también convenció a José Emilio Pacheco de festejar su cumpleaños en el Palacio de Minería.

A pregunta de La Jornada, el también ensayista señaló la importancia de la traducción como ejercicio: Es practicar sin escribir lo propio. Imagínate si dijera: Voy a escribir un poema al día, pues publicaría al año 10 libros horrendos.

Durante el diálogo con el público, Macotela abrió la sesión de preguntas al interrogar al poeta sobre la que ha sido su obra más leída: Las batallas en el desierto, y sobre la imagen que guarda de la ciudad de México, 30 años después de aquella primera edición.

“Es una tristeza enorme. Es una falta de respeto para los seres humanos tener una ciudad fea, horrible, que se ha vuelto inhabitable. Lo único que permanece de aquella ciudad es la memoria que guardamos de ella.

La ciudad que escribí en 1981 era ya una ciudad que no existía. Pero ahora, la ciudad que existía en 1981 tampoco existe ya, respondió.

Un joven lector mostró inquietud por el concepto de la memoria como recuerdo y como olvido en la obra poética de Pacheco, a lo cual el novelista respondió: Es que toda la poesía es memoria.

Al término de la charla, Pacheco firmó libros a sus lectores, la mayoría jóvenes. Éstos sorprendieron al escritor al traer consigo ejemplares de las primeras ediciones. Se mostró agradecido de que hayan decidido dejar un sábado de diversión para platicar con él.



Se cumplen 70 años de la muerte del poeta. El cuaderno de su hermano José desvela sus anotaciones finales

Público


Tal día como ayer, hace 70 años, murió en el destierro de Collioure (Francia) el poeta Antonio Machado. Salía desde Cataluña hacia Francia junto con miles de republicanos derrotados que formaban aquella inmensa columna, todavía hostigada por la aviación alemana al servicio de Franco. Iba con su anciana madre, con su hermano José y la compañera de este. En un cuaderno de notas poco conocido y apenas difundido, José, que era pintor, relata los últimos días del poeta.

Cuenta José las penalidades del camino hasta llegar a la localidad de Cerbére, donde se refugiaron en la cantina de la estación. "Allí el espectáculo que se ofrecía a los ojos era desolador. Los españoles caídos y deshechos, sin dinero, éramos tratados por los mozos de aquel establecimiento con tan innoble y repugnante desprecio, que lo primero que preguntaban era si teníamos dinero con que pagar. En caso negativo, no daban ni un vaso de agua. Esto sucedía en la cantina.

En los andenes de la estación, todavía peor, porque se sufría el acoso de los gendarmes, que no se ocupaban más que de formar las levas para los campos de concentración, separando a los hijos de los padres y a las mujeres de los maridos. Y todo esto de la manera más bárbara y brutal".

Tras su muerte, su hermano José encontró un papel con las últimas anotaciones del poeta

En el cuaderno de notas que escribió, ya en Chile, para sus hijas y su hermano Manuel, añade José que "fue un verdadero milagro que escapásemos a las garras de estos esbirros, verdadera vergüenza de la especie humana". Se refugiaron en un vagón arrumbado en vía muerta. "Así fue la entrada del poeta Antonio Machado y la madre, en Francia, gravemente enfermos y sin un solo franco en el bolsillo: casi desnudos, como los hijos de la mar".

Con el horizonte cerrado

Al atardecer del día siguiente, cambió su suerte. "Corpus Barga, uno de los mejores amigos que nos acompañaron en el éxodo, logró llegar a Perpigñan, y regresó (con posibles) para llevarnos al cercano pueblo de Collioure.

El comportamiento de este generoso amigo llegó hasta el punto de coger en brazos a nuestra madre y llevarla desde la estación al pueblo por la ancha calle que lo cruzaba y que terminaba en el mar. Por allí marchamos todos con ellos. Siguiendo este camino, llegamos a la plaza principal, donde, ante un pequeño arroyuelo, se levanta el pequeño hotel Bougnol-Quintana, en el que quedamos alojados".

El último verso de Machado decía así: «Estos días azules y este sol de la infancia»

Era la noche del 28 de enero y aquella sería la ultima morada del poeta. Recibió, del secretario de la embajada española en París, los medios para hacer frente a las necesidades más apremiantes. "Transcurrieron unos días añade José en los que el reposo material pareció aliviarle la afección del corazón. No obstante veía claramente que se aproximaba el final de su vida. Pensándolo decía: Cuando ya no hay porvenir, por estar cerrado el horizonte a toda esperanza, es ya la muerte lo que llega".

"No podía sobrevivir a la pérdida de España. Tampoco, sobreponerse a la angustia del destierro. Este fue el estado de su espíritu el tiempo que aún vivió en Collioure. Sin embargo, unos días antes de su muerte, me dijo ante el espejo, mientras trataba en vano de arreglar sus desordenados cabellos: Vamos a ver el mar.

Esta fue su primera y última salida. Nos encaminamos a la playa. Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban sobre la arena. El sol de mediodía no daba casi calor. Era en ese momento único en que se diría que el cuerpo entierra su sombrabajo los pies".

Al cabo de un largo rato, el poeta, señalando una de las humildes casitas de pescadores, le dijo a su hermano: "¿Quién pudiera vivir tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación". Después se levantó trabajosamente y, en silencio, regresaron al hotel. Dos días antes de su muerte, escribió una carta a su querido amigo Luis Santullano. Ya inmóvil, en la cama, la muerte le sobrevino la tarde del 22 de febrero, miércoles de ceniza.

«No podía sobrevivir a la pérdida de España ni sobreponerse a la angustia del destierro»

"La noticia se propagó rapidísimamente añade José, y en las primeras horas de la mañana siguiente recibí una emocionada carta del insigne escritor Jean Cassou, solicitando en su nombre y en el de los escritores franceses, que el entierro se verificase en París. Pero, agradeciendo infinito este homenaje de la Francia inmortal, decliné tan grande honor, pues, aunque en esos momentos estaba lejos de los demás hermanos, creí interpretar así los sentimientos de todos, mirando más que nada la sencilla y austera manera de ser del poeta. Y así preferimos que durmiese el último sueño en el sencillo pueblo de pescadores de Collioure".

Y añade José que al entierro se sumó todo el pueblo, con su alcalde a la cabeza. "Pero lo más emocionante fue que seis milicianos, envolviendo el féretro con la bandera de la República española, lo llevaron en hombros hasta el cementerio. Y téngase en cuenta que para realizarlo tuvieron que escapar de la implacable vigilancia del tristemente famoso castillo de Collioure, donde con tan injusto rigor se les trataba".

Madre y niña

Quedó el poeta en la tumba de la familia de una buena señora, amiga íntima de la dueña del hotel. La madre, muy enferma y agotada, yacía en la cama. "Volviendo por un momento a la realidad, me preguntó llena de angustia, mirando al lecho que había quedado vacío: ¿Qué ha sucedido? Traté de ocultárselo. Pero a una madre no se la engaña y rompió a llorar como una pobre niña. Dos días después, sus bellos dulces ojos se nublaron para siempre".

Algunos días después, José halló un papel arrugado en el gabán del poeta. En él había escrito a lápiz tres anotaciones. "La primera reproducía en inglés las palabras con las que comienza el famoso diálogo de Hamlet: "Ser o no ser". La segunda tenía sólo un renglón. Pero en este renglón se veía escrito el último verso que escribió en su vida. Dice así: "Estos días azules y estesol de la infancia".

Y en la tercera y última, Antonio Machado reproducía completos estos versos suyos, ya publicados, pero en los que introducía unacorrección:

"Y te daré mi canción:

Se canta lo que se pierde

con un papagayo verde

que la diga en tu balcón"

La corrección consistía en decir "te daré" en vez de "te enviaré o te mandaré mi canción".

Sunday, February 22, 2009



Entrevista al poeta Marcos Ana




La vida de Marcos Ana es un poema colectivo de hombres y mujeres que, según Saramago, “cerrando los labios y los dientes bajo los extremos de la tortura, reinventaron la dignidad humana en los lugares donde, según el catón de los criminales, deberían acabar perdiéndola”.
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David Fernández

Fernando Macarro Castillo nació en 1920 en una aldea salmantina, al regazo de una familia de jornaleros “pobrísimos”. Con seis años, de la mano de su hermana Margarita, viaja a Alcalá de Henares, donde se pone a trabajar, y a los 15 participa en el congreso que funda las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). La Guerra Civil marca su adolescencia: el 8 de enero de 1937 los junkers alemanes bombardean Alcalá y él recoge de entre los escombros el cadáver de su padre. Aunque aún es menor, decide enrolarse en la defensa de Madrid “como una manera de comprometerme más por la muerte de mi padre”. Y en 1939, tras escaparse del campo de concentración de Albatera, que retratara Max Aub en su Laberinto mágico, es detenido en Madrid, acusado de dirigir la JSU. No saldría de prisión hasta 1961, después de unas campañas internacionales clamando por su libertad, siendo el preso de la guerra civil que más años pasó entre rejas. Sus años de cautiverio, con dos sentencias de muerte a cuestas y sufriendo tras los muros la muerte de su madre a los pies de la prisión, nada más conocer la segunda de ellas (dictada tras presentarse como responsable de una publicación en la cárcel para festejar el Primero de Mayo de 1943), fueron siempre una demostración de dignidad.

En la cárcel fue el aliento constante de los demás presos, a quienes incitaba a levantar la cabeza y no bajar los brazos. Estuvo 22 años encarcelado, mientras sus versos salían como pájaros libres de la prisión, en boca de compañeros o escondidos entre papeles, hasta conseguir liberarle a él. Así se fue forjando este poeta –cuyo nombre es un homenaje a sus padres–, uno de los más humanos e íntegros que vio el siglo XX. Él recuerda: “El día en que salí en libertad, los compañeros se amontonaron a la puerta del patio y recuerdo que me decían: ¡no nos olvides! Eso que para ellos era una esperanza, para mí es un compromiso que yo cumpliré toda la vida. Porque allá donde voy, ellos vienen conmigo. Y por eso me siento un hijo de la solidaridad y dedico a ella todo mi tiempo”.

América Latina en el corazón

Al salir de prisión, cruza el charco para agradecer la solidaridad que le brindaron los pueblos latinoamericanos. Allí le espera un recibimiento multitudinario y conoce a Neruda, a buena parte del exilio español y a tantas otras figuras políticas y culturales que le hacen estrechar unos lazos inquebrantables.

“En las cárceles chilenas, uruguayas y argentinas –nos cuenta– pasaban mis poemas clandestinamente a sus prisiones y decían “¡como Marcos Ana hay que resistir!”, y no puede haber nada más gratificante que te digan esas cosas, que te dieras cuenta de que un papel que tú habías escrito en una prisión servía para alentar el corazón de otros, en circunstancias semejantes”. Y concluye: “No sé si mis versos eran buenos o eran malos, lo que sé es que eran versos necesarios, porque contribuyeron a movilizar al mundo por mis compañeros”.

La vida en la cárcel

Para Marcos Ana hubo dos partes en su vida en prisión. “La primera duró hasta el ‘44, que fue un periodo de supervivencia, donde no sólo morías en paredones de eje cución, sino que te encontrabas por la mañana cuando despertabas con compañeros al lado que habían muerto de hambre, o de frío, o producto de las torturas, o de infecciones... Fue una época terrible en la que te comías la hierba que salía entre las baldosas del patio. Y la segunda época es a partir de que el ejército soviético rompe el espinazo del ejército alemán en Stalingrado. Entonces los guardianes estaban desmoralizados, porque comprendían que la guerra no la iban a ganar ellos. Se acercaban a nosotros justificándose, y hablándonos mal de otros guardianes... Y así hicimos de la cárcel una universidad”.

En la cárcel vivían en comuna, perfectamente organizados entre compañeros, y se daba la paradoja de que “a veces, al salir a la calle, había quien quedaba completamente hundido en la soledad”. En Burgos, el poeta funda una tertulia, La Aldaba, de la que pronto nace su propia revista. “Allí empecé a escribir mis poemas”, apunta, “que luego los sacábamos por esos caminos milagrosos que abríamos en la noche de nuestras cárceles. Nunca publiqué en ninguna editorial; los que los sacaban a la luz eran los comités de solidaridad”. Con el tiempo, la ilusión y el esfuerzo, los reclusos consiguieron montar una obra de teatro sobre la vida de Miguel Hernández. “En la prisión luché mucho contra esa división entre presos políticos y comunes. Había entre los presos políticos una tendencia a menospreciarlos. Y ellos eran presos sociales, gente joven que estaba presa por haber robado un poco de pan.

Cambiamos la política allí y empezamos a incorporarlos en nuestras clases de cultura. Cuando comenzaron a dejarnos jugar al fútbol, yo creé el equipo de Los Aguilillas, que eran todo presos comunes, y nos llevábamos todos los campeonatos. Son presos sociales, producto de una situación como la que vivimos hoy”, apunta. “Y luego ocurrió el fenómeno de que muchos de ellos volvían a la cárcel al año, o a los seis meses, por trabajo clandestino”.

El árbol y sus frutos

“Yo sólo con una noche condenado a muerte podría escribir un libro (los ruidos, los pensamientos que tienes, una mosca, una hormiga… las gotas de agua cayendo en el silencio). La fuerza de las ideas era lo que me hacía sobrevivir”. Su libro Decidme cómo es un árbol recopila estremecedoras anécdotas sobre su vida. Manuel Vázquez Montalbán quería ser quien escribiera sus memorias.

Pero el destino quiso que el barcelonés encontrara la muerte antes de poder realizarlas. Y Marcos Ana se decidió a escribir el libro con la intención de que “el mensaje llegue. Es un libro que he hecho, no pensando en mis camaradas ideológicos, sino pensando en esa inmensa mayoría de gente que no nos conoce y que tiene de nosotros una imagen prefabricada durante años y años, y que algunas veces resulta infame. Y luego también pensando en la juventud, algo que a mí me obsesiona, porque si no logramos que las nuevas generaciones estén en contacto con nuestras ideas y recojan la bandera...”. Dice que cada día le escriben muchos jóvenes, muchos de ellos despolitizados, lo que para él es su pequeña recompensa. “Son más bien jóvenes asombrados”, dice. “Yo había vivido en el subsuelo de este país y ellos no conocían la historia”. Advierte con humildad que “la experiencia puede llegar a ser contrarrevolucionaria. Por eso tengo discusiones con compañeros de mi generación, porque pienso que no se ha encontrado un lenguaje para llegar a la juventud. Y si no actualizas tu experiencia, se convierte en un estorbo para los impulsos y la iniciativa de quien viene detrás. Además, les quieren hablar desde arriba, y enseñándoles los caminos…”.

Cuando salió de prisión tenía 41 años y, a pesar de haber sufrido una experiencia tan dura, mantenía intacto su corazón de niño. Una entrañable y estremecedora historia con una prostituta al salir a la vida ha dado pie para que Pedro Almodóvar se comprometa a hacer una película sobre su historia.

http://www.diagonalperiodico.net/spip.php?article7303