Sunday, January 31, 2010


Mar de Historias

Madre y mamá


Desde el momento en que abrí la puerta noté algo raro, como si un extraño estuviera agazapado, listo para asestarme un golpe. Me detuve a mirar. Todo estaba en su sitio y el departamento olía a pino. Dejé caer las llaves en el cenicero. El golpe del metal contra el vidrio me gusta, me tranquiliza porque me recuerda el momento en que Nina volvía de visitar a los benefactores y arrojaba en un frasco las monedas sobrantes de sus gastos.

Este viernes Nina al fin salió a recibirme. En vez de reprocharme cariñosamente mi demora en visitarla dijo: Llamaron del asilo. El doctor Nava no había podido localizarme en mi trabajo y por eso llamó a Nina. Me dijeron que tu mamá se enfermó y necesitan que vayas.

Nina y yo conversamos rara vez acerca de mi madre biológica. Antes sí, mucho. Hablo de hace bastante tiempo, de cuando vivíamos en el albergue y yo era uno más de los niños extraviados que habían ido a parar allí. Entonces Nina me preguntaba cosas acerca de mi madre. A mis compañeros también. Cualquier dato era útil. Una de las misiones de las madres sustitutas era contribuir a que volviéramos al lado de nuestras progenitoras. Había un niño que ante esa posibilidad murmuraba: Mejor perro. En dos palabras cabe un infierno.

Aquellas sesiones eran angustiosas pese a los esfuerzos de Nina por hacerlas parecer uno más de nuestros juegos, sólo que en vez de decirnos “Allá va un navío cargado, cargado de…”, nos preguntaba cómo eran las facciones o la complexión de nuestras madres. Los más pequeños respondían vaguedades en diminutivo: chaparrita, gordita, morenita; los mayores contestaban con un silencio rencoroso: la forma de expresar repudio hacia quienes los habían abandonado.

Al final de las sesiones Nina decía que no temiéramos porque no estábamos solos. Juntos éramos como hermanos y ella nuestra madre. Seguiría siéndolo aun cuando, por la edad, tuviéramos que abandonar el albergue y, apoyados por una carrera corta, empezáramos una vida nueva. A los compañeros que se iban les hacíamos una fiesta muy animada que para nadie era disfrutable. Sabíamos que tras el bullicio y los regalos iba a llegar el momento de la separación.

Era horrible ver a los muchachos apartarse de quien había sido durante años su única madre. Pero nada más triste que mirar a alguna de aquellas solidarias mujeres tratando de sobrevivir a lo que deben de haber sentido como una mutilación.

II

Por fortuna no viví esa experiencia. Antes de que cumpliera la edad reglamentaria para abandonar el albergue, Nina llegó al momento de su jubilación. Las madres sustitutas deben aceptarla al cumplir l0 años de servicio voluntario. Cuando supe que Nina tendría que irse sentí lo mismo que aquella noche en que, a mis siete años, caminaba por calles desconocidas, mirando a todas las mujeres con la esperanza de que alguna fuera mi madre.

Un taxista condolido me llevó al albergue. Le explicó a la administradora las circunstancias en que me había encontrado. El hombre, al despedirse, me abotonó el suéter, me revolvió el cabello y me guiñó un ojo en señal de simpatía.

Lamento que nadie le haya pedido sus datos. Si pudiera encontrarlo le diría que su gesto de aquella noche fue y será para siempre la única expresión paternal que he tenido en mi vida.

Después de seis años de convivencia a Nina también la atormentaba la idea de dejarme. Sólo mediante la adopción podíamos evitarlo. Los trámites legales iban a ser muy complicados. Antes de firmar el último documento Nina quiso estar segura de que mi madre ya no me buscaba. En la sección de cartas de un periódico logró que le publicaran una brevísima reseña de mi caso. Me propuso que esperáramos la respuesta un mes. Eso me molestó porque me pareció inútil. Lo mismo pensaban mis compañeros y las otras madres sustitutas.

Me equivoqué. Una mañana, mucho antes de que terminara el plazo fijado por Nina, se presentó mi madre en el albergue. La reconocí. Me forzaron a abrazarla. Compréndalo: lleva nueve años sin verla, dijo alguien. En respuesta mi madre narró sus sufrimientos de todos esos años, su desolación, su lucha por sobrevivir a la pérdida. Me ofreció disculpas, como si esos sufrimientos me los hubiera causado ella a mí.

No hubo tiempo para organizarme una fiesta. Después de la comida fuimos a mi cuarto para que empacara mis cosas. Muchas estaban ya guardadas, listas para el momento en que me fuera con Nina. Sé cuánto le dolía a ella la separación y sin embargo, en un momento en que nos quedamos solos, me hizo comprender que el mejor sitio del mundo para mí estaba al lado de mi madre biológica. Me entregó un papelito con su nueva dirección y su teléfono privado. Nos dimos un breve abrazo. Sentí dolor. Eso fue todo.

III

Sé que mi madre y yo nos esforzamos por construir una vida doméstica que llenara el vacío dejado por nuestra larga separación. El trato era difícil: ella se empeñaba en seguir viéndome como a un niño de siete años y yo en aceptar los cambios en su forma de ser. Su tristeza me oprimía. Su insistencia en contarme su infelicidad de todo ese tiempo me llenaba de culpa. Quizá porque yo había sido dichoso sin ella, en el albergue, en medio de personas que no eran de mi familia. El nombre de Nina estaba en el centro de aquella experiencia luminosa.

El departamento alquilado por mi madre resultaba demasiado pequeño para los dos. Tropezábamos y nos ofrecíamos disculpas como dos pasajeros en un andén. Entrar al baño era mi tortura. Ver la ropa de mi madre tendida junto a la regadera me cohibía.

Comíamos tarde, siempre a distintas horas, cuando ella volvía del trabajo en un taller en donde se reparaban las cajas de los tráileres. Para esas horas yo estaba harto del encierro, del sonsonete de la televisión. Mi malhumor era notorio. Se me pasaría, según mi madre, en cuanto me inscribiera en la secundaria. Una noche, ante su visión de mi futuro, dije simplemente: No quiero seguir. En mi rechazo cabía todo. Ella lo entendió y yo comprendí su inmenso amor cuando me preguntó: Quieres irte, ¿verdad? Dije que a pesar de eso la amaría siempre. A la mañana siguiente me dio su bendición. Los dos recuperamos la libertad.

IV

Busqué a Nina. Había dejado de ser una madre sustituta para convertirse en mucho más que eso: en mamá. No tuvimos que esforzarnos para reconocernos en los nuevos términos. Me recibió en su casa y siempre hizo lo que tenía que hacer: desde ocuparse de mi educación hasta aceptar que me casara y me fuese a vivir con mi esposa. Raquel y ella se llevan bien. La visitamos con frecuencia pero muchas veces voy solo a verla. Nina y yo tenemos muchas cosas en común, sobre todo la época compartida en el albergue. Me muestra los retratos que me tomaron, me cuenta mi vida allí. No dice lo que sufrió ante la imposibilidad de adoptarme. Se lo agradezco.

Nina hizo algo más: me pidió que no abandonara a mi madre. Muchas veces fui a verla. Nuestras reuniones eran breves: un intercambio de preguntas y respuestas. ¿Cómo te ha ido? ¿Qué tal el trabajo? ¿Sigues tomando tus medicinas? El día en que le anuncié mi matrimonio se alegró mucho pero no quiso ir a mi boda. Su negativa me ofendió y sin embargo no insistí. Tiempo después tampoco reiteré la invitación a conocer mi casa.

Un domingo no la encontré. Me dejó en la portería un recado para decirme que, por prescripción médica, se iría a vivir a Veracruz. Me duele decir que el silencio acerca de su enfermedad nos separó definitivamente. Compartir la desgracia también une a las personas.

Nos comunicábamos muy poco. No sé en qué momento preciso habrá regresado a la ciudad. Lo supe este viernes por Nina. Me contó que mi madre había pasado de trabajadora a residente del asilo. Su enfermedad se había agravado y necesitaba verme. Acudí. Me senté en el borde de su cama por primera vez en muchos años. Me pidió algo extraño: que le contara lo que viví en el albergue. Creo que lo hice en los mismos términos que usaba Nina para describirme aquella época.

Una enfermera entró a informarme que se había terminado la hora de visita. Mi madre dijo que me fuera tranquilo, ella estaría bien. Prometí regresar a la tarde siguiente. Levantó la cabeza: No dejes de hacerlo. Tengo muchas cosas que contarte. Nunca sabré a qué se refería. Mi madre, Guadalupe, murió en la madrugada del sábado. Antes, por unas horas, fuimos un hijo y una madre: yo, envejecido; ella, agonizante.

Sunday, January 10, 2010


Mar de Historias

Descuento y regalo


A las seis de la tarde el cielo oscuro adelanta la noche. Circulan pocos automóviles. Los escasos transeúntes van con la cabeza inclinada para protegerse de las ráfagas que desprenden hojas de los árboles. Una lluvia fina empieza a caer. Virgilio se guarece en el quicio de la Sastrería Ocampo.

En el aparador luce un maniquí vestido de etiqueta entre rollos de tela y anuncios escritos sobre cartulinas de colores: Pantalones: tres por uno. Usted pone el casimir, nosotros la hechura. El sastre aparece en la puerta y Virgilio se dirige a él con familiaridad:

Virgilio: ¿Qué anda haciendo?

Sastre: Voy a cerrar.

Virgilio: ¿Tan temprano?

Sastre: En todo el día no he tenido ni un solo cliente. Ahora, con la lluvia, dudo que alguien vaya a venir.

Virgilio: Esta agüita durará toda la noche. Mejor me voy, al fin que la estación del Metro queda cerca.

Sastre: ¿Se te descompuso el coche?

Virgilio: No lo estoy usando, porque entre el aumento de la gasolina y lo del estacionamiento se me iría una buena lana. (Mira hacia la calle.) Se me hace que está lloviendo más fuerte.

Sastre: Entonces mejor espérate a que pase. Entra y brindamos por 2010, aunque sea con un café.

Virgilio: No, porque se me va a hacer tarde y como andan las cosas con Lulú…

Sastre:¿Se enfermó?

Virgilio: No, pero si me retraso se preocupa.

Sastre: Pues llámala y dile que te vas a tardar por la lluvia.

Virgilio: No me va a creer. (Sigue hablando como si estuviera solo.) Si permito que Lulú me controle tanto, ¡ya valí! ¿Sigue en pie la invitación del cafecito?

II

Sastre (acerca las tazas): Si quieres azúcar, ahí la tienes. (Toma asiento.) Y qué tal, ¿cómo pasaste la Navidad?

Virgilio: Más o menos.

Sastre: ¿El 24 hicieron cena?

Virgilio: Lulú no quiso. Con dificultades logré que el 31 fuéramos a la casa de mi hermano. Mejor ni hubiéramos ido, porque Lulú se la pasó con cara de velorio. Todo el mundo me preguntaba qué le sucedía a mi mujer. Y ni modo de decirles que traemos bronca. (Inclina la cabeza.) Fue mi culpa. La regué. Y todo por no fallarle con su regalo de cumpleaños.

Sastre: ¿Pues qué le diste?

Virgilio: Una loción.

Sastre: Si no le gustó el aroma dile que vaya a cambiarla o llévala adonde se la compraste.

Virgilio (salta de la silla): Imposible que entre en ese lugar.

Sastre (sonriente): ¿Pues en dónde se la compraste?

Virgilio (se inclina hacia el Sastre): En ninguna parte. Me la regalaron y yo se la di a ella.

Sastre: Por eso ni te preocupes: todo el mundo da roperazos. El 24 mi hijo Daniel me trajo una bufanda. Era la misma que yo le di el año pasado. No dije nada. Tu esposa debió hacer lo mismo, pero ya ni modo. Si quieres contentarla hazme caso: llévala a que cambie su loción.

Virgilio: Oiga, maestro, ¿cómo voy a meterla allí?

Sastre: ¿Adónde?

Virgilio: Pues al hotel de paso en donde me la regalaron. (Se frota el pecho.) ¡Híjole! De saber en la que me estaba metiendo por culpa de aquella... Sastre: ¿Te refieres a Lulú?

Virgilio: Si hubiera sido por mi mujer, a estas horas no tendría ningún problema. Fue por causa de Noemí. (Sonríe.) Es una chava que anduvo conmigo antes de que me casara. Me la encontré el 23 haciendo cola en la panadería. Yo iba por un pastel y ella por una rosca.

Sastre: Y aprovechaste para invitarla.

Virgilio: No. La idea fue suya. (Afina la voz.) La cola está larguísima y a mí las roscas como que no me entusiasman mucho. ¿Por qué en vez de quedarnos aquí no vamos a tomarnos un café para que se nos quite el frío? Me dio tanto gusto que olvidé el pastel. (Entrecierra los ojos.) Platicamos riquísimo y hasta me preguntó por Lulú.

Sastre: Y ella, la tal Noemí, ¿está casada?

Virgilio: No. Y por la forma en que lo dijo me pareció que sigue soltera porque todavía me quiere.

Sastre: ¿Y tú a ella?

Virgilio: Pues sí, pero de otra forma. Lo que me fascinó ahora es darme cuenta de que es como siempre una persona muy detallista, muy romántica. (Mira a la distancia.) Cuando terminamos el café me ofrecí a llevarla a su casa. Primero dijo que no pero luego aceptó. Maestro: no se imagina cuánto me emocionó tenerla cerca de mí, en el coche, como cuando éramos novios. Pensé que ella no lo recordaba pero de pronto levantó el brazo y dijo emocionada: “Mira, Virgilio, ¡nuestro hotel!” (Se muerde los labios para contener la emoción.) En ese momento tuve muchos deseos de volver a estar con ella. Le puse la mano en la rodilla y sonrió. Entonces, sin preguntarle nada, di la vuelta y entré en el hotel.

Sastre: No me digas que tu mujer o alguien de tu familia los vio.

Virgilio: No. Todo fue perfecto. Al pagar en la recepción me descontaron 50 pesos: promoción navideña. Cuando llegamos al cuarto vimos sobre la cama un regalo. Era una loción para mujer, con una tarjetita que ni leímos. Noemí la envolvió de nuevo. Pensaba ponerla en su árbol de Navidad para hacerse las ilusiones de que yo se lo había dejado. El detalle me hizo llorar, ¡se lo juro!

III

Virgilio: No estuvimos mucho tiempo en el hotel pero fue algo tan maravilloso que el mundo se me borró, hasta que Noemí dijo: Nunca olvidaré estos momentos. Prométeme que cada 23 de diciembre pensarás en mí. Le di gusto pero ella me insistió: “Repite conmigo: juro que cada 23 de diciembre…” Sentí como si me echaran una cubeta de agua fría, porque recordé que era el cumpleaños de Lulú y yo ni había comprado el pastel. Me desesperé, hasta que Noemí tuvo una idea: No te preocupes. Llévale a tu esposa la loción. Dile que te pareció mejor regalarle eso y si te tardaste fue porque te costó mucho trabajo elegir el aroma.

Sastre: ¡Muy buena idea!

Virgilio: Ya ni nos bañamos. Dejé a Noemí en un taxi y me jalé para la casa. Mis hijos se habían ido con sus abuelos para comprar la sidra y Lulú estaba sola, cocinando. Sin enojo me reclamó la tardanza. Antes de que me preguntara por el pastel le entregué el regalo: ¡Felicidades! Se puso contentísima y me preguntó que era. Una loción. Se quedó mirando el paquete y se puso a llorar. ¿Qué tienes? ¿No te gusta? Dijo que sí, y mucho. Lloraba porque la conmovía que hubiera pensado en regalarle algo tan personal y tan femenino.

Sastre: Me figuro cómo te habrás sentido.

Virgilio: Como un perro. Por disimularlo le dije que abriera el regalo. Respondió que no, quería hacerlo delante de toda la familia. En ese momento debí quedarme callado, pero no: me puse romántico y le sugerí que se perfumara. Fue a lavarse las manos: no quería contaminar la loción con el olor a comida. Aproveché para entrar en la cocina por algo de comer, porque ladraba de hambre. Me serví un poquito de arroz y volví a la sala en el momento en que Lulú estaba desenvolviendo la loción. Dejó de hacerlo y corrió a abrazarme: Qué lindo eres. ¡También me escribiste una tarjetita! La había olvidado pero me quedé tranquilo pensando que iba a ser la clásica de Feliz Navidad y Próspero 2010...

Sastre: ¿Y decía eso?

Virgilio: Sí, pero también algo más: “… les desea a sus amigos y clientes el Hotel Flamboyanes.”

Sastre: ¡Puta madre! Y tu mujer, ¿qué hizo?

Virgilio: Estrelló la botella contra el suelo y se encerró en su cuarto. Si no me acusó con mis padres fue por consideración a nuestros hijos. (Se lleva las manos a la cabeza.) Desde entonces he vivido días terribles. No hubo cena, ni reparto de regalos. Lulú apenas me habló la noche del 3l y no quiere que duerma con ella. Pero lo peor de todo es que la casa sigue apestando a loción.

Tuesday, January 05, 2010


Dante y el Islam

Carlos Montemayor



Galardonado el pasado 14 de diciembre con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura, Carlos Montemayor ofrece a los lectores de Proceso el siguiente ensayo, en el que revisa la tradición oral como componente fundamental de las religiones, con particular énfasis en los casos del Islam –cuyo sustrato cultural se halla presente en La Divina Comedia de Dante– y del cristianismo.

En 1919, Miguel Asín Palacios publicó La escatología musulmana en la Divina Comedia, libro que produjo, en el contexto del sexto centenario del poema de Dante, gran turbación y perplejidad en los críticos de la historia literaria, particularmente entre los círculos italianos. El autor subrayó que las hipótesis de su libro alcanzaron un aplauso incondicional en medios académicos fuera de Italia, aunque reconoció que algunos eruditos italianos supieron poner el culto de la verdad por encima de los prejuicios patrióticos y aceptaron sus planteamientos. Una segunda edición de La Escatología musulmana en la Divina Comedia apareció en el año de 1943.

Sin preocuparse del vicio que él impugnaba, Asín Palacios reclamó para España la gloria de los autores árabes que concretaron la exuberante tradición oral islámica desplegada en su libro; reclamó esa grandeza para la España católica que precisamente expulsó a judíos y a árabes. Asín Palacios se propuso demostrar que la estructuración del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso de la Comedia no provenían de la fértil e impetuosa imaginación de Dante, sino de la fértil e impetuosa tradición oral del Islam.

Todas las religiones poseen una vasta y profunda corriente de tradición oral. Los libros sagrados son una forma de fijar la tradición en ciertos momentos. El cristianismo ha tenido sucesivas épocas de fijación de su propia tradición. El Evangelio según San Lucas se inicia explicando que su propósito es precisamente ordenar las numerosas versiones que sobre los hechos de Jesús recordaban los que fueron testigos. El Evangelio según San Mateo señala, por ejemplo, que “vinieron magos de oriente”. Por la época, podríamos pensar en zoroastrianos o en algunos sacerdotes caldeos. La tradición oral enriqueció la escueta narración bíblica y le otorgó número, nombre, monturas, colores de tez y coronas de reyes a esos magos a partir del enriquecimiento fantástico de sus tres obsequios: oro, mirra e incienso. La codificación medieval de la tradición cristiana se debe a Jacobo de Vorágine con su Leyenda áurea. Brotes de una nueva tradición continúan en nuestros días; por ejemplo, la tradición oral de la Virgen de Guadalupe y de Juan Diego. La tradición oral no es un estadio anterior a la fijación escrita; es simultánea y muchas veces complementaria en largas épocas históricas.

Pues bien, la tradición oral del Islam, en el tema del que nos ocuparemos enseguida, intentó glosar también el versículo primero de la XVII sura, que dice lo siguiente: “Alabado aquel que transportó a su siervo de noche desde el templo sacro hasta el último, del cual bendecimos sus moradas por haberle enseñado algunas de nuestras señales”. La frase central puede leerse también así: “desde el templo sacro hasta el último templo”. También de este modo: “desde el templo sacro hasta el más remoto”. Pero el punto central es que Dios transportó de noche a su siervo, esto es, a Mahoma. El Corán no agrega más sobre esta travesía nocturna. Pero el pueblo musulmán necesitaba saber en qué había consistido ese viaje nocturno desde “el templo sacro hasta el más remoto”. La tradición oral enriqueció en pocos siglos este pasaje mínimo del Corán y le dio lugares, orientación y geografía. La tradición del viaje nocturno del Profeta recurrió al Hadit, como llaman a los Dichos del profeta.

Asín Palacios comenta seis colecciones iniciales de Hadit sobre el viaje nocturno y cuatro variantes posteriores. Cada ciclo describe el viaje nocturno de Mahoma como un recorrido por el Infierno mediante el cual conoce los castigos que sufren los pecadores. Otros ciclos de Hadit refieren la segunda parte del viaje nocturno como el ascenso de Mahoma al Paraíso. Asín Palacios presenta un ciclo más, que integra los anteriores e intenta fijar todos los episodios, debido al exégeta e historiador al-Tabarí, que lo incluyó en su Comentario del Corán o Tafsir, aclarando que lo había tomado de autores anteriores a él. Es decir, de acuerdo con al-Tabarí, que falleció en 922, antes del siglo IX se habían completado ya las historias, episodios, locaciones y personajes que Mahoma encontró en su visita al Infierno y en su ascensión al Paraíso; antes del siglo IX estaban resueltos los elementos que constituyen el antecedente, o quizás, la fuente esencial de La Divina Comedia.

Pero la tradición oral sobre el viaje nocturno requirió de otras glosas. Por ejemplo, la del versículo 44 de la XV sura del Corán, que afirma lo siguiente sobre el Infierno: “Hay siete puertas y en cada una de ellas un grupo distinto de ellos”. Es decir, un grupo diferente de réprobos. Era imposible para los primeros exegetas del Corán derivar de la palabra bab, puerta, algo diferente a las puertas comunes. Difícil comprender que en una puerta estuvieran multitudes de réprobos. La tradición oral resolvió el dilema poniendo en boca de Alí, el yerno de Mahoma, esta conversación con un auditorio de creyentes: “‘¿Saben cómo son las puertas del Infierno?’ Ellos respondieron: ‘Como estas puertas’. Alí replicó: ‘No, son así’ y puso una mano abierta sobre la otra”. Es decir, sugirió pasajes, planos, no puertas comunes. Otras leyendas tradicionales atribuyeron al mismo Alí y a Ibn Abbas, tío de Mahoma, la sustitución de la palabra puerta por la de piso, plano, nivel, escalinata o explanada circular (daragah y tabagah). Por lo tanto, las siete puertas del Infierno se convirtieron en siete planos circulares superpuestos como si se tratara del cuerpo enroscado de una gran serpiente. A los mayores pecadores les correspondería un plano más alejado de la superficie de la tierra y más ardiente. Interpretaciones así se correspondían devotamente con otras revelaciones del Corán, como la del versículo 12 de la LXV sura, en la que se afirma que “los cielos astronómicos son siete y siete también las tierras, como son siete los mares y las puertas del Infierno y las moradas del Paraíso”.

El teólogo Ibn Arabí agregó que las siete divisiones del Infierno se correspondían también con el tipo de pecados cometidos con los siete órganos del cuerpo, esto es: ojos, oídos, lengua, manos, vientre, sexo y pies. Los círculos del Infierno, en número de siete, con diferentes subdivisiones, quedaron definidos, pues, en el Islam, antes que Dante retomara la misma estructura del Infierno en 10 círculos descendentes con varios subniveles. La amplia diversidad de paisajes fue depurada también por la tradición musulmana: montañas, cordilleras, valles, fosos, ríos, estanques, lagos, mares, manantiales, pozos, muros, puentes, castillos, casas, celdas, sepulcros. Pero más importante que la orografía, hidrografía y arquitectura, fue la variedad de réprobos y castigos.

En el primer relato de un Hadit debido, entre otros autores, a Said Ibn Mansur, del siglo IX, Mahoma se encuentra en su recorrido a diversos pecadores que sufren cada uno sus propios y diferentes castigos. Asín Palacios recurre a un segundo relato constituido por cuatro Hadit, de los tradicionistas Bahari y Muslim, del siglo IX; Darajutni, del XI; Ibn Hanbal, del IX, e Ibn Asakir, del XII. En el Hadit que Asín Palacios considera el principal de esta colección, dos hombres, que después se identificaron como Gabriel y Miguel, condujeron a Mahoma hasta el territorio de Jerusalén. En este recorrido nocturno, Mahoma observa los castigos diversos de los mentirosos, de los que leen el Corán pero no lo practican, de los adúlteros y de los usureros. En el Paraíso conoce la casa común de los creyentes y de los mártires; también, pero a distancia y sin entrar en ella, su propia casa, la que habitará una vez que concluya su vida.

Estos relatos ejemplifican el arranque de la tradición oral que fue ampliando en pocos siglos con personajes y castigos el largo listado de réprobos y condenas del Infierno. Pero retomemos un punto del segundo relato: el Profeta afirmó literalmente que lo llevaron “hasta la tierra de Jerusalén”. En efecto, desde allí ascendió a los cielos. Otras leyendas islámicas sugieren que el Infierno es de tal profundidad que si una piedra cayera desde su embocadura tardaría 70 años en llegar hasta el fondo. Esas leyendas precisan el lugar de acceso al Infierno: el muro oriental del templo de Salomón. Ese muro fue el inicio, en 1998, de mi interés por el tema.

Cuando Virgilio y Dante se disponen a abandonar el Infierno para ascender al Purgatorio, refiere la Commedia lo siguiente en los versos 112 al 115 del canto XXXIV del Infierno:

E se’ or sotto l’emisperio giunto,

Ch’è opposito a quel che la gran secca

Coverchia, e sotto ‘l cui colmo consunto

Fu l’uom che nacque e visse senza pecca:

(Estás ahora en la juntura del hemisferio

contrapuesto a aquel que a la gran tierra

cubre y debajo de la cumbre donde muerto

fue el hombre que nació y vivió sin pecado:)

Dante sitúa las uniones o junturas de los hemisferios austral y boreal como un orden que asciende o desciende en lugares precisos. Saliendo apenas de las profundidades del Infierno, indica la posición donde se encuentran: sotto ‘l cui colmo, bajo “la cumbre” o “el punto más alto” donde murió Jesucristo, que es “el hombre que nació y vivió sin pecado”. Es decir, debajo del Gólgota. Por tanto, en Jerusalén.

Los tres primeros versos del canto II del Purgatorio confirman que Jerusalén es el eje en esta estructuración del universo:

Già era ‘l sole all’orizzonte giunto,

Lo cui meridian cerchio converchia

Jerusalem col suo più alto punto;

(Ya al horizonte el sol había llegado,

cuyo círculo meridiano cubre

en su más alto punto a Jerusalén;)

Dante se situaba ya en ese horizonte de Jerusalén y suponía, al mismo tiempo, que era el centro de la tierra, pues el “más alto punto” cubría a la ciudad. Jerusalén es, por tanto, esencial.

Ahora bien, recordemos que el versículo del que nace la tradición oral islámica del viaje nocturno dice lo siguiente: “Alabado aquel que transportó a su siervo, de noche, desde el templo sacro hasta el último...”. El templo sacro se refiere a la Mezquita de la Mecca; el último, sabemos ahora, se refiere a la Mezquita de Jerusalén. Este versículo es capital para el viaje nocturno de Mahoma, sí; pero también lo es por la mención del templo de Jerusalén. Al Aqsa significa en árabe, literalmente, el último. ¿Pero esto podrían saberlo aquellos devotos musulmanes que crearon la leyenda del viaje nocturno antes que su pueblo conquistara Jerusalén y edificara ahí la Mezquita de Al Aqsa? ¿Fueron los conquistadores musulmanes los que intentaron dotar a la leyenda del viaje nocturno de un referente concreto a esa travesía del profeta mediante la construcción devota de la mezquita? Me inclino por pensar que éste fue el caso. Y para ello veamos lo que constituye la fuerza de la tradición oral viva.

Un compañero israelí, alto funcionario de la Universidad Hebrea de Jerusalén, me aseguró que los musulmanes necesitaron en el periodo de su mayor expansión que los templos de peregrinación no sólo estuvieran en tierra de Arabia, es decir, en la Mecca y en Medina. Necesitaban políticamente que también hubiera un sitio sagrado en Jerusalén, cosa imposible por la historia misma de Mahoma y la conquista tardía de la zona. La exuberante tradición oral del viaje nocturno se desarrolló durante los siglos VII al IX, y al cabo de ese periodo se hallaba extendida ampliamente en los dominios islámicos. La única forma de justificar desde el Corán el carácter sagrado de una mezquita en Jerusalén era el versículo citado de la XVII sura. La última o más remota era literalmente Al Aqsa, la de Jerusalén. La sacralidad de esta mezquita descansó en la mención del viaje nocturno y en la vasta repercusión de la tradición oral sobre esa travesía.

Pero el viaje mismo se ligaba con Jerusalén por dos motivos adicionales. Primero, porque la tradición islámica había situado el infierno debajo de Jerusalén y, por tanto, Mahoma debía llegar ahí en algún momento del viaje; segundo, porque el sitio de su ascensión debía ser la roca que Omar cubrió con un suntuoso edificio llamado hoy impropiamente Mezquita de Omar, y que los creyentes llaman con mayor propiedad el Domo de la Roca, esto es, el sitio donde Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac. En la esquina suroeste de esa roca hay una pequeña perforación a la altura de los hombros de un hombre de estatura regular. Introduje mi mano y quedó impregnada de un fino perfume de lavanda. Sé que no se trataba de un perfume superpuesto: cientos de fieles y de turistas introducen las manos ahí cada día; yo lo hice minutos antes de que cerraran el Domo y las puertas de acceso al patio de las mezquitas: imposible un recambio de perfume. El intérprete árabe que me acompañaba, devoto del sitio, me dijo que era el aroma natural de esa roca porque, explicó fácilmente, para que yo entendiera:

–Este hueco lo produjo una coz del caballo del profeta, antes de ascender a los cielos.

En la parte oriente de los muros de Jerusalén hay unas puertas llamadas de Oro o de la Gloria, que tienen relevancia en una poderosa corriente de tradición oral judía y, en menor medida, cristiana. Por esas puertas, según la tradición judía, entrará el Mesías. Para algunos cristianos, por esas puertas llegará Jesucristo en su Segunda Venida. Tales versiones son superchería para los musulmanes devotos. Imposible la historia del Mesías judío o del Jesucristo glorioso. Aunque ninguna importancia les merecen estos sueños milenaristas de los infieles, los devotos del Islam decidieron clausurar las Puertas de la Gloria. Al iniciarse el siglo XXI las vi cegadas aún por piedras, lodo, escombros. Es decir, de ser cierta esa conseja, el Mesías, o su versión cristiana, encontraría cerradas las puertas. Por tanto, tendría que regresarse por donde vino o buscar otro acceso a Jerusalén.

Por si la clausura de las Puertas de la Gloria fuera insuficiente para desviar los pasos del Mesías, los musulmanes recurrieron a otro procedimiento más: establecer frente a las Puertas de la Gloria un cementerio musulmán, pues es bien sabido (aunque se trata de consejas de judíos) que el Mesías no podría posar las plantas de sus pies en suelo impuro. Tal es la razón de haber recurrido al cementerio.

Por si la clausura de las Puertas de la Gloria y establecimiento del cementerio fueran insuficientes para frenar el paso del Mesías, sin creer, por supuesto, un ápice en estas leyendas, los musulmanes recurrieron a un procedimiento más, por si acaso. Según la leyenda judía (y también la cristiana), al llegar el Mesías (o al retornar por segunda vez Jesucristo) ocurriría uno de los acontecimientos capitales de la historia del mundo: la resurrección. Si esto llegara a ser cierto y el cementerio musulmán no fuera suficiente, enterraron al pie de las Puertas de la Gloria a dos tremendos guerreros musulmanes armados con alfanjes, puñales y flechas suficientes como para repeler el ataque de varios comandos de cualquier ejército, sólo para disuadir al Mesías de su acceso por esa puerta y sugerirle que se regresara pacíficamente por donde vino. Claro, es tradición oral y nadie lo cree. Pero hay que tomar medidas contra toda eventualidad de la tradición, pues en el mundo las cosas no suelen ser muy seguras.

Por otro lado, en consonancia con la tradición oral de la resurrección a la llegada del Mesías, hay que destacar que los más ricos judíos de los años finales del siglo XX y del inicio del siglo XXI, particularmente de Estados Unidos, han comprado los edificios de la vieja Jerusalén que miran hacia el muro de los lamentos y también terrenos situados detrás del cementerio que están frente a las Puertas de la Gloria, sobre el monte de los olivos, puesto que quieren ser los primeros en resucitar a la llegada del Mesías.

Quizás el Infierno no es un asunto de imaginación, sino de localización o de ubicación; un asunto que debe reconocerse tal cual es, independientemente de lo que crean o imaginen los infieles, así sean los infieles, para algunos, los cristianos y judíos; para otros, los musulmanes mismos. Forma parte de las creencias de todos, de la creencia de que el mundo es así. Por ello Dante no podía distinguir entre la realidad del infierno y la tradición islámica. Toda tradición provenía y retornaba al conocimiento de una realidad compartida. Ahora, desde Afganistán a la Casa Blanca, esa realidad de fieles e infieles, del bien y del mal, está más actuante que nunca, y aproximando el infierno, voraz e innumerable, a todos.

Guatemala, enero de 2002.