ENTRE DOS AROMAS
El principito no se había cansado de viajar, se había hecho sedentario por padecimiento. Se contagió de una enfermedad incurable, para la que no existe remedio alguno, pero que es paradójicamente la única que puede realmente transformar al mundo: el amor.
No, al principito no le sorprendía la deferencia, y hasta las prerrogativas de que gozaba en La Tierra; ya alguna vez había gobernado un mundo raro, en el que lo hicieron monarca más que por su título nobiliario por su buen corazón. En ese extraño planeta el máximo puesto se ganaba por su capacidad para administrar tanto los recursos económicos como los humanos, pero sobre todo por su pericia para mantener el equilibrio en la distribución de la riqueza comunitaria; sin embargo, el gobernante tenía la obligación de organizar consultas populares con regularidad, en las que podía ser removido del cargo, si sus súbditos en ellas concluían que su mandato había sido deficiente. A pesar de ser una civilización tan avanzada, por alguna razón desconocida, el reino había sido, hasta entonces, incapaz de erradicar el sexo servicio ya sea femenino o masculino, y aún no era infrecuente que alguno de los ciudadanos "normales" terminará permanente unido al servidor.
Recibir exageradas consideraciones por su realeza y su aspecto físico le resutó patético al principito. Se dio cuenta que en este lugar no eran necesarias las habilidades o tener que ganarse la posición como en ese mundo raro que alguna vez gobernó. Meteórico fue entonces su ascenso sin realmente merecerlo; aunque fue lo que más le costó trabajo, pronto aprendió a sobrellevar esa corrupta atmósfera, y navegar entre pequeños cohechos sin desdibujarse. Debido a que nunca nadie le advirtió en la Tierra, que entre los de su clase, las relaciones con los servidores no deberían nunca finalizar en algo serio, él formalizó uno de esos tantos encuentros -tan frecuentes, como hipócritamente ocultos, entre ese pudiente grupo-, sin que nadie notará con quien se había desposado.
_ ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Si no te conociera, güero, pensaría que estás loco o vienes de otro planeta, me cai de a madre -el "encargado" trata de hacer entrar en razón a su noble interlocutor.
_ ¿Cómo? -pregunta verdaderamente extrañado el principito.
_ Sí, compa. No sabes en la que te estás metiendo, netota; si supieras de quien es el changarrito este, no me lo pedirías; así todo emperifollado, y con lo que seguramente te cargas encima, no le llegas ni a los talones al verdadero "dueño" del antro, mi estimado -intenta infructuosamente de pintar la situación para desmotivar al viajero sideral.
_ No entiendo, ¿por qué no?
_ A huesos, qué no. Mira, we; ya en serio, nada más porque ya tienes varios días viniendo y estás de terco, neta que nunca había conocido a alguien más necio que tú, y ya noté la cara de los dos, me van a meter en una broncota más grande si la dejo que sí se va contigo, lo bueno que no es de aquí, la que me pides, la mujercita que me vas a quitar, camarada; a lo mejor eso hasta ayuda, fijate; ¡Ah, pero eso sí! Te va a costar una lanotota, porque tengo que repartir con un chingo de compadres en el negocito, ¿eh? Pero se ve de a leguas que el billete no es problema pa´tí -es ahora que los ojos del "vendedor" comienzan realmente adquieren un brillo nunca visto.
_ Sí, quiero a esa, cueste lo que cueste, ¿estamos claros? -seguramente "el administrador" tampoco había visto jamás tal determinación.
_ Va pues, en corto. Y se me pelan de boleto, yo te digo por ónde, güero -y con eso el pimp concluye el trato.
Poco a poco, al comenzar a familiarizarse con los cuates de su mujer, se dió cuenta de que una extraña y compleja dinámica mantenía un delicado equilibrio entre los de la clase de su esposa. Existía una violencia aparentemente causada por la frustación de sus artificiales condiciones socioeconómicas, creada en una atmósfera de inhumana explotación (según había leído en un libro por ahí). Sí, había observado, asesinatos, fraudes, robos, y muchos ilícitos más; sin embargo, después de mucho observarlo, concluyó que, dado el considerable porcentaje de desposeídos, la mayoría de ellos mantenían un nivel de honestidad suficiente para asegurar un balance que impedía que alguno despuntara exageradamente entre todos ellos, lo cual no ocurría en el círculo de negocios en el que se desenvolvía diariamente, ahí notó que no había regla que no fuese quebrantada, pero sobre todo un desprecio inmenso por la vida del semejante. Es entonces que al regreso de su jornada laboral, como revelación divina, resolvió que era cierto, y que todo la riqueza de entre sus pares era producto del trabajo de los más, de aquellos con quienes su compañera se sentía más a gusto, odió por esa razón haber permanecido engañado por tan largo tiempo, se sintió cansado, deprimido, y así llegó a su hogar.
A su mujer, le extrañó a su llegada su silencio, la ausencia de su acostumbrada galantería. Cenaron juntos, y después de un par de frases él se despidió. A ella, no le dió tiempo de comentarle que había sufrido mareos y vomitos matutinos, y corroborar -dado que había permanecido cautiva desde su niñez- si era verdad lo que las más viejas del lugar le habían contado; pero prefirió, por el momento, dejar al ahora maduro príncipe descansar.
_ ¡Despierta, despierta!
_ ¿Qué pasa? -contesta el principito, mientras su cuerpo es agitado por unas manos familiares que se supone no conocen tal rudeza.
_ Estabas teniendo una pesadilla, mi amor; mírate, hasta sudando estás, jamás te había visto tan alterado como esta noche -le dice ella suavemente, tratando de tranquilizarlo.
En ese mismo momento, en otro planeta, a una distancia incuantificable para nosotros, los primeros hilos de una corriente casi imperceptible humedecen el tallo y las raíces de una rosa, a punto de perecer por una sequía prolongada. En ese preciso instante ella recuerda cada una de las palabras que el principito pronunció antes de partir: "... entonces, cuando más triste estés, y sientas que no puedes soportarlo más, con un solo pensamiento tuyo mi amor hacía tí otra vez fluirá".
Desert Rose | Sting | True HD
No, al principito no le sorprendía la deferencia, y hasta las prerrogativas de que gozaba en La Tierra; ya alguna vez había gobernado un mundo raro, en el que lo hicieron monarca más que por su título nobiliario por su buen corazón. En ese extraño planeta el máximo puesto se ganaba por su capacidad para administrar tanto los recursos económicos como los humanos, pero sobre todo por su pericia para mantener el equilibrio en la distribución de la riqueza comunitaria; sin embargo, el gobernante tenía la obligación de organizar consultas populares con regularidad, en las que podía ser removido del cargo, si sus súbditos en ellas concluían que su mandato había sido deficiente. A pesar de ser una civilización tan avanzada, por alguna razón desconocida, el reino había sido, hasta entonces, incapaz de erradicar el sexo servicio ya sea femenino o masculino, y aún no era infrecuente que alguno de los ciudadanos "normales" terminará permanente unido al servidor.
Recibir exageradas consideraciones por su realeza y su aspecto físico le resutó patético al principito. Se dio cuenta que en este lugar no eran necesarias las habilidades o tener que ganarse la posición como en ese mundo raro que alguna vez gobernó. Meteórico fue entonces su ascenso sin realmente merecerlo; aunque fue lo que más le costó trabajo, pronto aprendió a sobrellevar esa corrupta atmósfera, y navegar entre pequeños cohechos sin desdibujarse. Debido a que nunca nadie le advirtió en la Tierra, que entre los de su clase, las relaciones con los servidores no deberían nunca finalizar en algo serio, él formalizó uno de esos tantos encuentros -tan frecuentes, como hipócritamente ocultos, entre ese pudiente grupo-, sin que nadie notará con quien se había desposado.
_ ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Si no te conociera, güero, pensaría que estás loco o vienes de otro planeta, me cai de a madre -el "encargado" trata de hacer entrar en razón a su noble interlocutor.
_ ¿Cómo? -pregunta verdaderamente extrañado el principito.
_ Sí, compa. No sabes en la que te estás metiendo, netota; si supieras de quien es el changarrito este, no me lo pedirías; así todo emperifollado, y con lo que seguramente te cargas encima, no le llegas ni a los talones al verdadero "dueño" del antro, mi estimado -intenta infructuosamente de pintar la situación para desmotivar al viajero sideral.
_ No entiendo, ¿por qué no?
_ A huesos, qué no. Mira, we; ya en serio, nada más porque ya tienes varios días viniendo y estás de terco, neta que nunca había conocido a alguien más necio que tú, y ya noté la cara de los dos, me van a meter en una broncota más grande si la dejo que sí se va contigo, lo bueno que no es de aquí, la que me pides, la mujercita que me vas a quitar, camarada; a lo mejor eso hasta ayuda, fijate; ¡Ah, pero eso sí! Te va a costar una lanotota, porque tengo que repartir con un chingo de compadres en el negocito, ¿eh? Pero se ve de a leguas que el billete no es problema pa´tí -es ahora que los ojos del "vendedor" comienzan realmente adquieren un brillo nunca visto.
_ Sí, quiero a esa, cueste lo que cueste, ¿estamos claros? -seguramente "el administrador" tampoco había visto jamás tal determinación.
_ Va pues, en corto. Y se me pelan de boleto, yo te digo por ónde, güero -y con eso el pimp concluye el trato.
Poco a poco, al comenzar a familiarizarse con los cuates de su mujer, se dió cuenta de que una extraña y compleja dinámica mantenía un delicado equilibrio entre los de la clase de su esposa. Existía una violencia aparentemente causada por la frustación de sus artificiales condiciones socioeconómicas, creada en una atmósfera de inhumana explotación (según había leído en un libro por ahí). Sí, había observado, asesinatos, fraudes, robos, y muchos ilícitos más; sin embargo, después de mucho observarlo, concluyó que, dado el considerable porcentaje de desposeídos, la mayoría de ellos mantenían un nivel de honestidad suficiente para asegurar un balance que impedía que alguno despuntara exageradamente entre todos ellos, lo cual no ocurría en el círculo de negocios en el que se desenvolvía diariamente, ahí notó que no había regla que no fuese quebrantada, pero sobre todo un desprecio inmenso por la vida del semejante. Es entonces que al regreso de su jornada laboral, como revelación divina, resolvió que era cierto, y que todo la riqueza de entre sus pares era producto del trabajo de los más, de aquellos con quienes su compañera se sentía más a gusto, odió por esa razón haber permanecido engañado por tan largo tiempo, se sintió cansado, deprimido, y así llegó a su hogar.
A su mujer, le extrañó a su llegada su silencio, la ausencia de su acostumbrada galantería. Cenaron juntos, y después de un par de frases él se despidió. A ella, no le dió tiempo de comentarle que había sufrido mareos y vomitos matutinos, y corroborar -dado que había permanecido cautiva desde su niñez- si era verdad lo que las más viejas del lugar le habían contado; pero prefirió, por el momento, dejar al ahora maduro príncipe descansar.
_ ¡Despierta, despierta!
_ ¿Qué pasa? -contesta el principito, mientras su cuerpo es agitado por unas manos familiares que se supone no conocen tal rudeza.
_ Estabas teniendo una pesadilla, mi amor; mírate, hasta sudando estás, jamás te había visto tan alterado como esta noche -le dice ella suavemente, tratando de tranquilizarlo.
En ese mismo momento, en otro planeta, a una distancia incuantificable para nosotros, los primeros hilos de una corriente casi imperceptible humedecen el tallo y las raíces de una rosa, a punto de perecer por una sequía prolongada. En ese preciso instante ella recuerda cada una de las palabras que el principito pronunció antes de partir: "... entonces, cuando más triste estés, y sientas que no puedes soportarlo más, con un solo pensamiento tuyo mi amor hacía tí otra vez fluirá".
Desert Rose | Sting | True HD