Saturday, December 19, 2009


Los de Abajo

Festejo en Casa de Las Américas


La Casa de Las Américas terminó las celebraciones por su 50 aniversario con, literalmente, La casa tomada. Durante una semana se reunieron en el emblemático edificio de la calle G, jóvenes narradores, poetas, documentalistas, dramaturgos, artistas plásticos, pensadores, teatristas y musicólogos latinoamericanos y del Caribe.

Durante estos días circularon por los pasillos de La Casa de las Américas, creada por Haydé Santamaría, los pasos de los teatreros agrupados en Jóvenes del 98, quienes desafían las calles de Puerto Rico con puestas en escena que se oponen al sistema con humor, muy pocos recursos y mucha imaginación. Los no menos jóvenes cubanos de Espacio 08 hacen lo suyo en el terreno de la plástica. Son egresados del Instituto Superior de Arte de La Habana y fundadores del proyecto Departamento de Intervenciones Públicas.

A La Habana llegaron de la mano del poeta Washington Cucurto los libros artesanales que produce la editorial Eloisa Cartonera, una propuesta que no sólo fortalece la edición y distribución de la narrativa y poesía que no encuentra espacios en Argentina, sino que también pone al alcance de los bolsillos a autores que en las grandes librerías resultan de acceso imposible. La dignificación del trabajo es otro de los propósitos de la Cartonera.

El dramaturgo Diego Aramburo ubicó su trabajo creativo dentro de un teatro contemporáneo boliviano que refleja, a partir de relatos íntimos, partes de una sociedad contradictoria y abigarrada. Por su parte, Ana Longoni, de la Universidad de Buenos Aires, recorrió magistralmente episodios de creatividad artística ligada a la política.

La sensibilidad y profundidad de la artista plástica dominicana Raquel Paiewonsky se reflejaron en la narración de los retos a los que se enfrenta el arte no sólo en su país, sino en prácticamente todos los espacios de la cultura. Una de sus imágenes habla de su trabajo: son fotografías de haitianos cubiertos con curitas, adhesivos fabricados ex profeso para los blancos, de ahí su color piel y el contraste que provocan en la carne oscura.

El prolífico y talentoso Gabriel Schutz compartió su narrativa con la joven nicaragüense Alejandra Sequeira, con el ecuatoriano Santiago Vizcaíno y la colombiana Viviana Vargas. Todos ellos mostraron parte de su obra poética y narrativa, al tiempo que compartieron los motivos de su escritura.

Hiram Hernández y Julio César Guanche alimentaron el debate político sobre la Cuba de hoy. Y mención aparte amerita el grupo de jóvenes organizadores del evento, cuyo trabajo hizo posible el cruce de pensamientos y miradas, provocaciones y sustentos.




Silvio Rodriguez - Yo llevo una casa en mi cancion

Tuesday, December 15, 2009


Jorge Fons y "El atentado" a Porfirio Díaz

Columba Vértiz de la Fuente



Se multiplicaban las injusticias, había una profunda desigualdad social, crecía la represión contra el pueblo. En ese marco del México porfirista, la historia central es la del histórico ataque contra la vida del dictador. El realizador considera que hay similitudes con la época actual, problemas “que ya debíamos haber resuelto”.

MEXICO, D.F., 14 de diciembre.- Desde El callejón de los milagros (1995), Jorge Fons no filmaba un largometraje. Ahora se encuentra otra vez tras la cámara para poner a cuadro el atentado fallido contra el dictador Porfirio Díaz en 1897.

La película, titulada El atentado, es una adaptación de Fernando León, Vicente Leñero y el mismo Fons de la novela histórica El expediente del atentado (Tusquets, 2007), de Álvaro Uribe, que destaca una anécdota de un personaje verídico, Arnulfo Arroyo, ocurrida el 16 de septiembre de 1897, la cual encontró el autor en los diarios editados por el novelista de Santa, Federico Gamboa (1864-1939), quien además organizó los festejos conmemorativos del Centenario de la Independencia.

Ese día Arroyo, un joven pasante de leyes, amaneció borracho después de beber toda la noche. Se celebraba el 87 aniversario de la Independencia y se abrió paso entre la seguridad para abalanzarse contra Porfirio Díaz. Falló y fue detenido. Horas después fue linchado en circunstancias misteriosas.

El rodaje de El atentado inició el pasado 23 de noviembre en la Ciudad de México. Según la productora, Mónica Lozano, debe estar totalmente terminado a principios de julio de 2010 para proyectarlo como parte de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana. Es un filme de época, cuyo presupuesto asciende a 77 millones de pesos.

El reparto está integrado por primeros actores: Julio Bracho, Daniel Giménez Cacho, María Rojo y José María Yazpik, entre otros.

Los productores son el Instituto Mexicano de Cinematografía, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, los Estudios Churubusco, el gobierno del Distrito Federal a través de la Comisión del Bicentenario (Bi100), el gobierno del estado de Zacatecas, la Lotería Nacional, la banca Santander a través de Eficine, Cinépolis y el Grupo Cuervo.

La aventura

En el Museo de la Ciudad de México, Fons da instrucciones para realizar una escena donde yace atado a una silla el actor José María Yazpik, golpeado, ensangrentado y casi inconciente. Interpreta al personaje principal, Arnulfo Arroyo, y lo cuidan unos gendarmes. Todo el equipo fílmico está atento a las palabras del realizador, nacido el 23 de abril de 1939 en Tuxpan, Veracruz.

Después hay una pausa para que todos vayan a comer, y Fons platica con este semanario que la historia de Uribe fue transportada al guión “bastante fiel, aunque sí hay algunos agregados de nosotros y dejamos muy poco de la novela”.

–¿Qué aportaron Vicente Leñero, Fernando León y usted en el texto cinematográfico? –se le pregunta.

–Varias cosas. Por ejemplo, rescatamos el género teatral de la carpa. En la película dos cómicos dan unas funciones que van siendo una especie de canto lateral a los acontecimientos que se van desarrollando. Es como un coro griego con una especie de comentario crítico, una especie de comentario popular-grosero.

Según el cineasta, la intención de ese coro es resaltar un punto de vista.

–¿Los comentarios del coro van contra el porfirismo?

–Creo que la crítica está implícita más o menos en todos los hechos a lo largo de la cinta. Lo que hacen esos cómicos es romper un poco el género y un poco la linealidad, entonces lo que hacemos es introducir un elemento de cómo pudieron haber sido también las situaciones, pero más que nada en los deseos del protagonista. De cómo a él le hubiera gustado que hubieran sucedido. Entonces, en ese momento hacemos una doble visión del acontecimiento: uno, como es y, otro, como podía haber sido desde el punto de vista del protagonista.

A Fons, también realizador de Rojo amanecer y Los albañiles, le habría gustado que los sucesos fueran diferentes en el porfiriato:

“Que nuestros abuelos hubieran vivido una realidad menos injusta, para que estos hechos ni siquiera se hubieran pensado. Me hubiera gustado una realidad menos desigual, menos dolorosa. Esos acontecimientos se dan un poco o un mucho o totalmente porque las situaciones y la resistencia llegan a un límite.

“Este atentado es un poco ya un síntoma, no muy claro todavía, que señala hacia dónde irán las cosas en los próximos años de ese México.”

–¿Se ha vuelto a esos tiempos?

–La historia se repite, pero con otras características, con otros rasgos, con otros nudos. Al ver las diferencias de ambos siglos, pienso que ahora hay unas condiciones que tienen muchas semejanzas en cuanto a descontento, a la incapacidad de los órganos políticos para poner remedios sustanciosos a una sociedad que cada vez padece más carencias, las cuales ya debíamos haber resuelto si hubiéramos sabido manejar de mejor manera la política y la economía nacionales.

“En 1917, por lo menos se institucionaliza lo que se desea para este país. Era planear una constitución que mal que bien tenía puntos interesantes para ser una sociedad más igual, no una sociedad desigual, megadesarrollada como el neoliberalismo ha pretendido. México no se merece ese tipo de políticos, merecería mejor suerte. Los políticos han llegado a ser los alfiles de las grandes corporaciones. ¡No es justo!”

Narra que el autor de la novela, Álvaro Uribe, se encuentra contento y va casi todos los días al set:

“Ve que su novela está modificada, pero acordamos con él. Le decimos, le informamos…”

La cofradía

El cineasta Diego López, también productor de El atentado, fue quien descubrió la novela. A Fons le llevó el libro y le dijo que era una película interesante para él:

“Fue hace un año que me mostró el volumen y, en efecto, la novela me gustó mucho, y luego empezamos desde cero. Primero hablé con Leñero, quien al principio no le quería entrar porque ya no deseaba realizar guiones, hasta que me comentó: ‘Bueno, háblale a Fernando León, y si le entra, lo hacemos’. Me comuniqué con León y en seguida aceptó, y acabamos realizando el guión los tres.”

La productora Mónica Lozano recuerda que en octubre de 2008 Diego López le habló de la novela y la incitó a leerla y también le gustó muchísimo:

“Ya conversando con López señalamos que sería un sueño en la vida que Jorge Fons aceptara dirigir la película, y que la escribiera Leñero. Así surgió todo. Me entusiasmé y le dije que viéramos cómo hacerle para comprar la novela, los derechos, y él empezó a platicar con Tusquets, en el inter nos fuimos a comer con Fons y hablamos también con Leñero, quien expresó en ese momento que luego no se filmaban los guiones, pero nos sugirió a Fernando León y finalmente llegamos a un acuerdo con este último.

“Estábamos laborando cuando salió la convocatoria del Bicentenario, entonces armamos la carpeta, presupuestamos la historia, ya teníamos el guión, y fuimos seleccionados de veinte y tantos proyectos que se presentaron. Sólo ganaron tres proyectos. Nos dieron 25 millones de pesos.”

Sin embargo, le fue difícil encontrar los apoyos económicos a la también presidenta de la Asociación Mexicana de Productores Independientes (AMPI) por ser 2009 un año con problemas económicos.

–¡77 millones costará El atentado! –se le repite a Lozano.

–Sí, la verdad la tuvimos que reestructurar, hacerla posible porque aunque suena un promedio de inversión muy por arriba de cualquier filme mexicano, pues recrear la época es costoso: fue un atentado en un 16 de septiembre, en un desfile militar, había caballos; hay lugares en la cinta que no existen, el vestuario, en fin. Todo eso se hace posible en la medida que efectúas una inversión en todos estos elementos para que se sienta verdadera.

–¿Por qué escoger al director Jorge Fons para El atentado?

–Cuando era funcionaria pública, vi El callejón de los milagros y me emocionó, me hizo sentir la fragilidad de Salma Hayek y Bruno Bichir. Yo decía que Daniel Giménez Cacho era un maldito. Fons tiene la capacidad de hacerte vivir y sentir de una manera muy especial lo que viven y sienten sus personajes.

–¿Qué puede aportar el largometraje ante el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana?

–Nos va a hablar de desequilibrios, iniquidad. De un México con su desarrollo y progreso, pero con una sociedad muy dividida. Es un retrato social, donde hay verdaderamente una pobreza extrema y una falta de incertidumbre de lo que sigue. Es una oportunidad para ver qué nos está pasando hoy en el México actual. Si realmente como mexicanos hemos hecho lo suficiente, y como gobernantes reflexionar si queremos un México así de dividido.

“Ahora existe en el país una desigualdad social terrible, hay pocos con una riqueza muy grande y con privilegios, y muchísima gente pobre en este país. Una de las responsabilidades de los gobernantes y de todos los mexicanos es guardar esos equilibrios y hacer que haya un desarrollo lo más homogéneo posible. Deberíamos revisar el pasado para no caer en los mismos supuestos.”

Videocine de Televisa distribuirá la película.

Yazpik

El actor José María Yazpik, aún caracterizado como Arnulfo Arroyo, cuenta a Proceso que le gusta mucho su personaje y el guión, “porque aunque ese hecho pasó hace más de 100 años, sigue siendo vigente”.

Cuenta que Arroyo es un personaje absolutamente romántico “y por sus ideales deja de entrar a un sistema corrompido y podrido, además tiene el valor de seguir viviendo con sus principios intactos, y eso le cuesta la vida”.

Yazpik se inspira para trabajar su interpretación al sentir la impotencia cuando lee en los diarios “las decisiones tan estúpidas que toman nuestros políticos, de cómo les valemos absolutamente madre”.

Agrega:

“Leo el periódico diario y trato de que no me afecte nada, pero desde que empecé a preparar a Arnulfo como que sí abro esos canales para irme como envenenado poco a poco de toda esta podredumbre que es la política. Simplemente estoy traspasando lo que sintió Arroyo por los políticos de su época y lo que yo estoy sintiendo por los políticos de la mía.”

Julio Bracho, quien en la cinta es el director de la policía, resalta que el cine es un entretenimiento, “y aquí la joya es que ese entretenimiento está basado en un hecho real poco conocido de nuestra historia”.

Indica que en El atentado se imprime un poco de humor, y termina al subrayar convencido:

“Es una gran historia y será una obra importante sin duda para el 2010.”

Sunday, December 13, 2009


Cartas marcadas

Mar de Historias

En medio de su desaliento, lo que más angustia a Mario es el recuerdo de la discusión que tuvo con su mujer esa mañana. Le puso fin con una frase que ahora lo avergüenza: Es mi dinero y yo sabré en qué o con quién me lo gasto. Lo dijo por decir, sólo para sentirse dueño de algo y con derecho a tomar sus decisiones aunque fuera por un momento.

Introduce la mano en el bolsillo interior del saco para comprobar que sigue allí su cartera con el cheque por 48 mil pesos. Mario hace una rápida operación matemática: mil por año de vida, 2 mil 400 por cada uno de los 20 que trabajé en Correos. Poco, muy poco. ¡Nada! Se siente humillado, con deseos de llorar. Lo único que me falta, murmura. Camina más de prisa por el Eje Central. Le gustaría que siguiera llamándose San Juan de Letrán y caminar al lado de sus padres esperando ansioso el momento de entrar en el restorancito adonde ellos acostumbraban llevarlo.

Sin darse cuenta Mario da vuelta a la derecha. Ver a la distancia la hilera de puestos callejeros le produce agobio; sin embargo, no hay forma de evitarlos. Si no quiere meterse en problemas tendrá que ir con cuidado para no estropear las mercancías que se desbordan hasta media banqueta. Los pregones, los arreglos entre los vendedores y sus clientes tienen un fondo musical de campanitas y coros infantiles que aumentan su exasperación: Blanca Navidad, es amor y paz./ Recuerde que en sus fiestas debe haber felicidad.

Frente a un puesto de juguetes una mujer con un atado de ropa a las espaldas presiona a un niño: ¿Qué vas a querer: la patrulla o el robot? Mario ve la angustia en la cara del muchachito y la comprende, pero su madre no: ¿te vas a quedar callado? Bueno, allá tú. Pero luego no te quejes porque Santa Clos no te trajo nada.

La escena lo lleva a recordar que en su casa lo espera Margarita. Esa mañana antes de que comenzaran a discutir él le prometió que iría a buscarla en cuanto terminara la celebración en la oficina. Después de cuatro años de austeridad apenas salpicada por los abrazos y los buenos deseos de sus jefes, el brindis de seguro iba a estar bueno. Por eso mandó sacar su traje de la tintorería y se puso la corbata que su hijo Eric usó el día en que fue chambelán de Mónica. Mientras se la anudaba frente al espejo del baño hizo planes en voz alta: mañana llamo a mi compadre Lázaro. De seguro él puede conseguirme barato un motor nuevo para el Tsuru.

Desde la cocina Margarita hizo un cálculo: por menos que te cueste vas a gastar un dinero que necesitamos para otras cosas? ¿Cuáles?, preguntó Mario distraído mientras seguía luchando con la corbata. Su mujer le respondió con una voz alegre, cantarina: arreglarle los dientes a Eric, comprarme una lavadora nueva, cambiar la taza del water. Satisfecho de su imagen frente al espejo, Mario soltó una carcajada: no voy a recibir una herencia, sino mi aguinaldo. Aunque me lo den completo no será mucho.

Mario no pudo ver la expresión de su mujer cuando le contestó: precisamente por eso tenemos que invertir muy bien el dinero. Con ironía, él le preguntó: ¿tenemos? Ese fue el principio de la discusión terminada con la frase que ahora le pesa y lo avergüenza: es mi lana y yo sabré en qué y con quién la gasto.

Vuelve a llevarse la mano al bolsillo en donde guarda el cheque por una cantidad muy superior a la que imaginaba, pero también será la última que le darán en Correos.

II

Mario siente en la boca el sabor agridulce que le dejó la sidra teñida con refresco de grosella. Águeda y Luisa la sirvieron en vasitos de cartón adornados con nochebuenas. El motivo se repetía en los manteles de papel que enfundaban los viejos escritorios metálicos, las ventanillas, la puerta del baño. Para alegrar más el ambiente Carmen había insistido en poner coronas de flores y pliegos de papel de China sobre las columnas de cajas y los bultos de correspondencia que aún no llegaban a manos de sus destinatarios.

El detalle provocó algunas burlas entre sus nueve compañeros –la mitad del personal que alguna vez trabajó en esa agencia de Correos– pero Carmen no se desanimó: No sean aguados. Piensen que es la primera Navidad en años que volvemos a tener un brindis. Además, ya me dijo Licha que el jefe de sector vendrá a acompañarnos. Y ahora ¿qué le picó? Nunca ha venido. Águeda sacó sus conclusiones: Querrá pararse el cuello entregándonos personalmente los aguinaldos. Dicen, pero no me hagan mucho caso, que anda tirándole a la dirección.

Eusebio, el empleado más antiguo, sacó a relucir su eterno pragmatismo: Pues a mí me da igual si el dichoso licenciado Brambila viene o si nos manda los cheques por paloma mensajera. Lo que me importa es que nos den aguinaldo. Necesito dinero para la operación de Eugenia. No quiere que se la hagan en el Seguro. Mario se sintió egoísta por haber pensado en un nuevo motor para su automóvil antes de considerar el tratamiento dental de Eric. Necesitaba disculparse con su esposa de forma indirecta. En algún momento llamaría a Margarita para recordarle que en cuanto terminara el brindis en la agencia iba a pasar por ella.

III

El comentario de una vendedora de guías luminosas atrapa a Mario: No sé a usted, pero este año se me fue como agua. El tiempo no se detiene, le responde un hombre sentado en una silla de ruedas con las piernas cubiertas por una manta a cuadros. Sin proponérselo, Mario interviene en la conversación: Y sólo nos damos cuenta cuando ya pasó. El hombre ladea la cabeza y sonríe: Mientras notemos eso podemos estar seguros de que seguimos vivos. Hay que darle gracias a Dios.

Aparece un muchacho y le entrega al inválido un exhibidor de madera con guantes y medias de lana: A ver, don Lalo, ¿con eso tiene o le traigo más pares? El enfermo se vuelve y le sonríe: Ni la burla perdonas. Ves que apenas puedo con esto y quieres cargarme más. Ahí nos vemos, Dolores. La vendedora de guías se inclina sobre la silla de ruedas: No se le olvide que para el 24 está invitado a su pobre casa. Ya sabe: nada de lujo pero, eso sí, con mucho corazón. Descuide: por ahí le caigo.

Mario se queda mirando a don Lalo. Lo asombra la destreza con que desliza su silla entre los puestos atestados y la energía con que pregona los guantes. La curiosidad hacia el desconocido lo hace olvidar su desdicha: ¿Qué le pasó? La vendedora sabe a quién se refiere: Un l4 de diciembre, el camión en que regresaba a su pueblo chocó casi llegando a Aculco. De todos los peregrinos que iban con él, nada más Lalo se salvó, lástima que hayan tenido que amputarle las piernas. Que este hombre viva es un milagro y más que pueda hacerlo valiéndose por sí mismo. El lo atribuye a que, después de cantarle las mañanitas a la Virgen, le pidió que nunca lo dejara sin trabajo.

¿Tiene? preguntó Mario. Aquí con nosotros. La primera vez que se nos apareció pensé que venía a pedir una ayuda y le di unos centavos. Se ofendió: No quiero limosna, sino trabajar. Mi puesto es chico, tengo pocas ventas y me ayuda mi hijo. Fui a ver quién de mis compañeros necesitaba a alguien. A Faustino, el dueño de la tienda de guantes, le hacía falta quien anduviera jalándole clientes por la calle y le dio la chamba a don Lalo. Le paga con una comisión. No es mucho, pero el hombre va saliendo adelante.”

III

Esas palabras remiten a Mario al momento en que el licenciado Brambila alzó su vasito lleno de sidra teñida ante las miradas sonrientes de los nueve empleados de la agencia postal: Antes que otra cosa quiero felicitarlos por el magnífico trabajo que han realizado a lo largo de los años. Estoy seguro de que ustedes están conscientes de lo que significa la tarea que llevaron a cabo durante el 2009. Una voz anónima lo interrumpió: Llegué aquí en el 98. Águeda levantó la mano: Chebo es el que tiene más años aquí: 24. Hubo aplausos que don Eusebio agradeció llevándose el pañuelo a los ojos.

El licenciado Brambila enrojeció: Sé que algunos de ustedes han dejado aquí mucho tiempo, una parte significativa de su vida. Esa constancia, ese tesón equivalen por sí mismos a una medalla. Valiosa, sin duda; pero ustedes merecen algo más que sea tangible, material porque ¡se lo ganaron!

Los nueve empleados se miraron sonrientes, orgullosos felices ante la cercanía del momento crucial: la entrega de los aguinaldos y tal vez de compensaciones adicionales. El licenciado Brambila intercambió algunas palabras con Olvera, su asistente, quien de inmediato abrió un portafolio negro. Con una mueca parecida a una sonrisa el jefe de sector continuó su discurso: A cada uno de ustedes le entregaremos un cheque. Quedarán muy sorprendidos al ver que la cantidad es muy superior a la esperada por concepto de aguinaldo.

Un tercer aplauso lo interrumpió pero el orador mantuvo la expresión solemne: No digo que sea todo lo que ustedes merecen, pero sí puedo garantizarles que será lo suficiente para que inicien una nueva etapa de su vida. Estoy cierto de que la emprenderán con valor y con el orgullo de saber que han sido capaces de realizar aquí una tarea invaluable. Gracias una vez más. ¡Salud, buena suerte y que tengan un muy feliz año 2010.

Nadie levantó el vaso rebosante de sidra teñida; nadie se movió ni pronunció una palabra aunque todos entendían que ese era el fin. Incómodo ante el silencio, el licenciado Brambila hizo una leve reverencia, se encaminó hacia la salida y antes de abandonar la oficina le dio una última instrucción a su asistente: Que le firmen de recibido con nombre y fecha. Cuando termine vea que todo quede cerrado. Ya en enero comenzaremos a desmontar la oficina. Ante el asombro de todos Carmen preguntó: ¿Me puedo llevar las coronas de Nochebuena?

Cuando el licenciado Brambila se fue, Olvera les pidió a los nueve empleados que se formaran por orden alfabético para iniciar cuanto antes la entrega de los cheques. Mario protestó: ¿Es una burla o qué? Sin responderle Olvera se puso a pasar lista: Antúnez Cornejo Águeda. Contreras Martínez Carmen, González Arias Luisa. Parecía que nadie escuchaba su nombre. Olvera fingió no darse cuenta y continuó la lectura: Hernández Mejía …”

Sin esperar a que pronunciara su nombre Eusebio se encaminó hacia la mesa con pasos inseguros como si se aproximara al paredón de fusilamiento. Águeda intentó detenerlo: No firme, espérese. A lo mejor podemos arreglar las cosas. El hombre negó con la cabeza, siguió adelante y tomó el bolígrafo que Olvera le ofrecía. Antes de firmar se volvió hacia sus compañeros. En sus facciones alteradas podían leerse necesidad, temor, angustia: absoluta derrota.

IV

Confundido entre los vendedores y la multitud que atesta la calle Mario supone que debió de haber tenido el mismo aspecto cuando recibió el cheque. Piensa otra vez que la cifra escrita en el documento significa el pago de mil pesos por año de su vida y 2 mil 400 por cada uno de los 20 que trabajó en la agencia de Correos. Algo le dice que seguirá repitiendo esa cifra mucho después de que su liquidación se haya agotado o tal vez por el resto de su vida.


Tuesday, December 08, 2009

La ciudad letrada y la esquizofrenia intelectual

Andreas Kurz

La editorial española Fineo publicó una nueva edición de La ciudad letrada, de Ángel Rama: una empresa necesaria y elogiable. Es mítica la queja acerca de las escasas difusión y distribución del último ensayo del gran crítico uruguayo. Es inexplicable la resistencia de los editores españoles y latinoamericanos ante este libro importante. Sería fácil proponer una explicación basada en alguna teoría de la conspiración. La derecha, la izquierda ortodoxa, la nueva izquierda, las fuerzas oscuras del catolicismo, la cofradía de los intelectuales mafiosos protegidos por el Estado se oponen a una publicación desde sus recintos secretos porque temen por su seguridad existencial. Argumentos irracionales… Las teorías conspirativas no explican nada, excepto a sí mismas. A lo mejor contienen algo de realismo, ya que grupos de interés, mafias intelectuales y sociales, torres de marfil lujosas existen, pero son solamente parte de un fenómeno que, usando los términos de Rama, debe llamarse ciudad letrada o ciudad escrituraria, o también: esquizofrenia del intelectual latinoamericano, (auto)engaño de escritores, pensadores, periodistas, ensayistas, etcétera, en el subcontinente a lo largo de quinientos años.




Ilustración de Huidobro

Un simposio organizado en Guanajuato y San Luis Potosí con motivo de la reaparición de La ciudad letrada se tituló precisamente Escritura y esquizofrenia. Este pequeño encuentro de académicos ejemplifica claramente lo neurótico de la situación del intelectual a comienzos del siglo xxi . Por varias razones: 1. A nadie le interesan las quejas de los intelectuales, excepto a ellos mismos. 2. La academia sigue encapsulando al intelectual, lo protege, pero, al mismo tiempo, impide que sus propuestas y críticas justificadas salgan de la cápsula universitaria. 3. Los intelectuales saben –sabemos– que, en medio de nuestra impotencia, somos ridículos, pero seguimos insistiendo en la influencia que deberíamos ejercer, en lugar de reírnos de nuestra propia ridiculez y así influir en escuchas, alumnos, colegas y lectores. 4. Solemos confundir la burla y la autoironía con el cinismo, y el cinismo es atacado como amoral, una estrategia contraproducente y destructiva. 5. De nueve intelectuales que participaron en el simposio, la mayoría prefirió permanecer dentro del closet académico. Algunos practicaron un outing peligrosamente cercano a la actitud anti realista del ¡hay que cambiar el mundo! que no quiere darse cuenta de la existencia de dialécticas de diferentes matices, ni del pensamiento crítico al estilo de Russell y Popper. Ninguna de las dos actitudes habría convencido a Rama. Menos –creo– la que se pone el disfraz empolvado de un idealismo político mesiánico que siempre apoya a los débiles y mártires, cuya imagen del mundo sigue siendo maniquea, la que no se molesta con matices, sino se cree poseedora de la verdad, afortunadamente la posición minoritaria en el encuentro. En otras palabras: el trabajo fino y culto de Rama no debería usarse para ponerle la etiqueta de un idealismo dogmático cuyas buenas intenciones y nobles objetivos llevan al lugar preciso que suele ser su destino final. Rama merece un trato más modesto. La ciudad letrada ofrece lecciones mejores para los intelectuales del siglo xxi , no importa si éstos son académicos, independientes, liberales, marxistas, conservadores, libres, vendidos, lambiscones o rebeldes.

El prólogo a la nueva edición refleja esperanzas desmesuradas ante el ensayo. Eduardo Subirats y Erna von der Walde, después de trazar la imagen de un Rama mártir de las circunstancias políticas en América Latina y de la burocracia xenófoba estadunidense, recomiendan La ciudad letrada como antídoto contra “la traición de los intelectuales”, que consiste en su “connivencia, cooperación y cooptación […] con y por el poder político, y las subsiguientes dificultades de generar un proyecto político de justicia, igualdad y respeto de las culturas y los pueblos”. Subirats y Von der Walde reconocen que Rama no cae en la trampa del discurso intelectual autorreferente, que, al contrario, es muy sensible a las verdaderas lecciones de la historia que no suelen encontrarse en libros y citas eruditas, sino en la realidad real. El término que acabo de citar es de Tzvetan Todorov… Sin embargo, “un proyecto político de justicia, igualdad y respeto” no se prepara con mil ensayos al estilo de La ciudad letrada, ni los intelectuales serán menos traidores gracias a su lectura, ni todos los hombres se volvieron hermanos después de Schiller y Beethoven.

Posiblemente la fama de texto legendario y contestatario que el grupo reducido de sus conocedores impuso a La ciudad letrada ha generado estas esperanzas. Mis profesores en Viena y México solían hablar de un ensayo decisivo y brillante que todos deberíamos conocer si existiera en las bibliotecas, del que de vez en cuando circulaba un ejemplar foto-copiado que, un día después, se reportó como perdido, extraviado, robado, probablemente destruido por las fuerzas del mal. Más irracionalidades, dado que cualquier biblioteca europea o americana bien surtida posee un ejemplar de La ciudad letrada; muchas librerías siguen vendiéndola y amazon.com la ofrece actualmente por 22 dólares, algo caro, pero ahí está a pesar de mis profesores y colegas mitómanos. El mito envuelve la vida material del libro, los comentarios, que garantizan su vida espiritual, no son menos míticos, y hacen olvidar fácilmente que se trata de comentarios escritos sobre un libro que es igualmente un comentario de un corpus muy exten so de otros libros que, algunos de ellos, son comentarios de otros, etcétera. No puedo reprimir en mi mente una frase de Baudelaire: “El imitador del imitador encuentra a sus imitadores.”

Deberíamos preguntar en qué consiste la traición del intelectual. La respuesta parece fácil, algunos ejemplos al azar la ilustran: D'Annunzio fascista, Leopoldo Lugones ídem, Gottfried Benn miembro del partido nazi, Heimito von Doderer ídem, Günter Grass quién sabe, Céline ¡cuidado! Además: el ejército de los marxistas oportunos y ortodoxos y los vendidos . Y los becarios de fonca y Conaculta y los miembros del SNI y… La respuesta no es nada fácil.

Generalizar una serie de fenómenos que a veces responden a necesidades vitales o a cuestiones de supervivencia bajo el rubro de traición me parece precipitado. Quizás Brecht se acerca más a una respuesta en su poema “Con el alma en un hilo”: “Dices:/ La causa de la justicia no avanza hacia buen fin./ La oscuridad aumenta. Las fuerzas disminuyen./ Ahora, después de tantos años de lucha,/ estamos peor que cuando comenzamos./ […] Cada vez somos menos;/ las consignas son confusas./ Nos robaron las palabras y las han retorcido/ hasta volverlas irreconocibles.” El dramaturgo marxista Brecht alude en este poema, entre otros, a los pensadores marxistas de la escuela de Frankfurt, así como al teórico marxista Georg Lukács precisamente en su papel de intelectuales que “nos robaron las palabras y las han retorcido”. El “nos” colectivo y la práctica teatral de Brecht pueden ser insertados en un pensamiento de la actuación, que no es pensamiento puro, que tampoco es acción política ideologizada, que –tan difícil y tan fácil a la vez– es el discurso crítico que acompaña y controla el quehacer político y social, que, en un caso ideal, molesta e interroga a los que tienen el poder de tomar decisiones que nos afectan a todos. El intelecto narra sin pretensión de cambiar o dirigir los actos históricos o individuales. A más no debería aspirar. Sabemos por lecciones históricas que el intelectual, cuando él mismo quiere ser poderoso, involucrarse con el poder político, suele ser deplorable. Los ejemplos citados son suficientes para subrayar la dimensión de su fracaso y de sus equivocaciones en la esfera política. Brecht, a la postre, comete los mismos errores, dado que su teatro épico sí pretende cambiar la vida de los espectadores, aunque, por lo menos durante la primera época de su producción, aún pregunta al público si realmente quiere ser cambiado… Me temo que los intelectuales que pretenden formular un mundo políticamente correcto no pregunten si éste quiere –o puede– ser correcto.

El esquema esbozado es fatalista. Ángel Rama abre, aunque modestamente, las perspectivas. Traza, con la ayuda de un aparato crítico admirable, el surgimiento y desarrollo de la ciudad letrada de alfabetizados, escribanos, cultos, doctos, artistas, administradores en América Latina, intelectuales todos ellos. Este círculo alrededor de los centros de poder coloniales construye una realidad sin referente, una escritura nueva que podría realizar las utopías fracasadas en Europa que, de esta manera, aterrizan en América sobre una base ilusoria de papel y tinta.

El siglo xix mexicano ilustra este proceso de manera clara. A partir de la independencia política del país se acumulan los intentos, en revistas y periódi cos, de proclamar una literatura nacional. Los neoclásicos , los primeros grupos románticos y la generación de Altamirano tienen el mismo objetivo: han de existir las letras mexicanas. Pero hace falta más: las letras mexicanas deben ser diferentes de las francesas, españolas, inglesas y, finalmente, deben ser las herederas de las letras grecolatinas. Propósito titánico si lo hay. La humanidad entera se dará una cita nueva en América Latina, preferentemente en México. Escribe Justo Sierra en 1869: “Mañana quizás deba inaugurarse esa gran civilización que dará una sola alma á la humanidad.” El mismo año, en el último número de El Renacimiento , Altamirano proclama orgullosamente que ya existen las letras nacionales, que “el movimiento literario que se nota por todas partes es verdaderamente inaudito…”. Treinta años antes, Ignacio Rodríguez Galván había justificado la edición de su revista literaria con el argumento de que “no hay hombre, por infeliz que sea, que no tenga su pequeña biblioteca, y la lea, y la relea, y la devore con ansiedad”.

E l autoengaño es obvio, tanto en el universalismo humanístico de Justo Sierra, como en la convicción de que hay una literatura mexicana independiente de la europea, como en el ideal de un país de lectores ansiosos de textos literarios. No menos obvio es el engaño: la construcción por parte de los intelectuales –deliberada o no, da igual– de una realidad no existente, mejor dicho: la transformación del signo en realidad. La ciudad letrada protege así al poder real, impide el surgimiento de movimientos contestatarios y el intelectual latinoamericano, a más tardar a partir del siglo xix , no sólo se ensucia las neuronas, sino también las manos.

El autoengaño se institucionaliza a partir de la segunda mitad del siglo xx , cuando el pacto entre ciudad letrada y poder real se desequilibra a favor de éste y, tristemente, la mayoría de los intelectuales ni siquiera se percata de la ruptura unilateral. Los intelectuales, del tipo humanístico-artístico sobre todo, se pierden entonces gustosamente en el laberinto de signos sin referentes creado por ellos mismos. Karl Popper había ilustrado este mecanismo mediante la enseñanza de la filosofía en escuelas y universidades. Los estudiantes leen las obras de los grandes filósofos, tratan de entender sus sutilezas, se apropian su jerga técnica. Algunos lo logran, se vuelven verdaderos aficionados, otros se rinden. Algunos creen en el discurso filosófico, lo prolongan con sus propias aportaciones. Mas tarde o temprano concluyen con Wittgenstein que se trata de “mucho ruido por nada”, de “un conjunto de cosas sin sentido”; Popper describe así la epifanía intelectual que consiste en la revelación del autoengaño, de la futilidad, de lo anticientífico y de la inutilidad del discurso intelectual. La ciudad letrada puede ser –y sería mucho– una etapa en el camino que termina y recomienza con esta revelación.

Ángel Rama sabe que esta desilusión encierra una gran posibilidad, ya que devuelve cierta independencia al intelectual, aunque sea una independencia cínica; le da la posibilidad de reformular su propio discurso y darse cuenta de que éste podría reflejar problemas reales y, en lugar de buscar el pacto con el poder, demostrar “los peligros inherentes a todas las formas del poder y de la autoridad”

Monday, December 07, 2009


El hábito temprano de la lectura revertirá el fenómeno, afirma

Preocupa a Elena Poniatowska la generación de los ninis

Presentó La vendedora de nubes a los asistentes de la FIL


Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 7 de diciembre de 2009, p. a11

Guadalajara, Jal., 6 de diciembre. Convencida de que entre más pronto se forme el hábito de lectura mejor se revertirá a esa generación que en la ciudad de México ya se conoce como de los ninis (ni estudio, ni trabajo), Elena Poniatowska (París, 1932) presentó en la FIL su libro La vendedora de nubes, ilustrado por Rafael Barajas, Fisgón, en una amena charla con una asistencia que rebasó la capacidad del salón Mariano Azuela.

“Me llegó al corazón un artículo que leí hace unos días sobre los chavos ninis, muchachos de los que hay millones en México, que dicen que ni trabajan ni estudian. Es pavoroso, toda una generación de jóvenes que se va a ir al hoyo, una generación perdida. ¿Qué hacer para ayudarlos? Debemos cambiar su realidad; me parece un tema muy doloroso, en el que tenemos que hacer algo”, dice.

Poniatowska dedicó la primera parte de su exposición en el resumen del cuento que presentó, historia de una niña con un sueño que se hizo realidad, cuando una nube de bastante buen tamaño, no una mierdita, la seguía y se dejaba guiar atada de un delgado hilo, como si se tratara de un papalote. Por las noches la metía en una botella porque las nubes al ser comprimidas, se convierten en agua; pero un día decidió venderla, porque era muy pobre; entonces la ofreció por el mundo.

“El primero al que le enoja la venta es un licenciado, porque dice que vender una nube no es lógico, no se pueden vender. Una señora rica le dice que cree que una nube es algo cursi. Un político, yo creo que de tiempos de López Mateos –todos los políticos tenían trajes que brillaban muchísimo y uno se preguntaba en qué hojalatería se los hacían–, le dice que la nube le puede servir para que escriba el nombre de él en el cielo”; la niña no se la vende a nadie.

El recuento que hace Poniatowska a la sonriente audiencia incluye un militar que quiere esconder sus aviones en la nube; una científica, con ojitos chiquitos como de pipizca; un vagabundo, y finalmente se la vende a un obrero, que no era del SME. Éste apenas la aguanta tres días y se la regresa a la niña, quien a su vez le reintegra los 7.75 pesos en los que se la vendió. El vagabundo finalmente le dice a la niña que se suban a la nube, y ambos se van con todo y perro; oscurece y escuchan cohetes que comienzan a tronar abajo, y ellos son felices porque ya se fueron; colorín colorado el cuento se ha acabado, ríe la escritora.

Afirma que el final era distinto, pero prefirió cambiarlo luego de que alguien le dijo que le parecía muy cruel, porque la nube se metía a los ojos de la niña, porque a las personas, a cierta edad, les salen cataratas, a las que también les dicen nubes.

Elena y los niños

“Hay un niño que siempre me dice: ‘oye, tú eres muy, muy, muy, muy, muy vieja’; y yo le digo que sí soy muy, muy, muy, muy, muy vieja. ‘Entonces te vas a morir’, me dice, y yo le contesto que sí, pero que no es ningún drama. ‘Me voy a presentar en tu cabeza y ahí me vas a ver.’ Yo a mi mamá, por ejemplo, le cuento que Calderón es muy tonto, y hace tiempo que ella murió, pero le cuento lo que creo que le puede interesar y así ella sigue viviendo cuando pienso en ella”, cuenta la escritora sobre lo que a veces le dicen los niños.

“Hay un niño que me ha dicho que quiere que escriba de él porque se hace pipí. Hay niños que plantean cosas que te estrujan; los niños que han leído lo de las nubes plantearon muchas cosas al Fisgón, cuando se presentó en la feria infantil (en el Distrito Federal); pero siento que están bastante de acuerdo con lo que ven y leen, y eso es valioso.”

Sunday, December 06, 2009


Mar de Historias

Álbum de Jade


El sicólogo les recomendó que hablen de la niña, la mencionen por su nombre sin miedo, acepten su ausencia definitiva. Por doloroso que les resulte siempre será menos terrible que ignorar la realidad, hacerse falsas ilusiones y fingir que en cualquier momento Jade aparecerá en su silla frente a la mesa, en el corredor, en el parque próximo a la casa en donde aprendió a dar sus primeros pasos. Tú solita, mi vida, tú solita. No llores corazón. Ven aquí, ven a que te sobe mamá: sana, sana, colita de rana; si no sanas hoy, sanarás mañana. Ves cómo ya no te duele. Ándale: otros pasitos.

Hay fotos de aquel día y de otros memorables. Jade en brazos de sus abuelos Virginia y Federico. Jade con sus padrinos de bautizo. Jade mostrando su primer dientito. Jade con sus papás en el bosque de Chapultepec. Jade y su amigo Luis Antonio, vestidos de inditos en la Catedral. Jade persiguiendo una ardilla en los viveros. Jade a los tres años con su pastel de chabacano. Jade disfrazada de mariposa. Jade dictándonos la carta para los Reyes Magos. Jade con su mochila. Jade entrando en la guardería.

Es la última foto del álbum que se quedó con algunas páginas inutilizadas. Angelina ha pensado en desprenderlas, pero no se atreve. Las mira y se inventa otras imágenes en donde podría aparecer su niña posando junto a la muñeca que le regaló su papá en su cuarto cumpleaños.

Todos los invitados se maravillaron porque la muñeca de caireles dorados y vestida con un traje imperial fuera casi de la misma estatura de Jade. A ver corazoncito: ¿qué nombre vas a ponerle? La niña lo pensó mucho antes de tomar la decisión: “Rosa”. ¿Y por qué quieres que se llame así? Jade se retorció dentro de su vestido de holanes color azul. Porque es bonito y porque la quiero mucho.

Sus padres ansiaban que su niña, su tesoro, diera otras muestras de inteligencia ante los asistentes a su cumpleaños: ¿Y por qué la quieres tanto? Porque es mi hermanita, respondió la niña abrazándose a su muñeca con ternura. Lucio tomó la cámara y presionó varias veces el obturador. En el álbum hay cuatro páginas que documentan aquel día: Jade dándole pastel a su muñeca. Jade enseñando a caminar a Rosa. Jade levantándole la falda a su muñeca para asegurarse de que tiene calzones. Jade arrullando a su hermanita.

La dicha de aquella fiesta se prolongó hasta el momento en que Angelina le dio una orden a su niña, su tesoro: “Rosa ya está dormidita. Ahora vamos a guardarla en su caja”. Jade se volvió un mar de lágrimas. Solicitó la intercesión de su padre y de su abuela: Abue Vicky: dile a mi mamá que no sea mala, que no me quite mi muñeca. Quiero que esté conmigo todo el tiempo y me acompañe a la guardería.

Angelina se escandalizó en tono de broma: ¡Qué ocurrencias! Allí podrías romperla. Lucio se impacientó: deja que la lleve adonde se le antoje. Después de todo es suya. Angelina se acercó a su esposo, se aferró de su brazo y sin apartar los ojos de su niña, su tesoro, se defendió: es su primera muñeca. Quiero que la conserve para que cuando sea grande y se case pueda regalársela a su hija. ¿No sería lindo?

Todos los invitados se conmovieron. Emocionada ante la visión del futuro, con lágrimas en los ojos, Angelina tomó la caja envuelta para regalo y se acercó a su niña con la actitud de un cazador de mariposas: “anda, acuesta aquí a Rosita para que descanse bien, porque ya es muy tarde”.

Las protestas y el llanto de Jade se escucharon desgarradores: “no quiero que encierres a Rosa, no quiero que esté solita en la oscuridad”. Angelina encontró la solución perfecta: bueno, entonces vamos a ponerla encima de tu ropero. Así podrás verla todo el tiempo. Cuando regreses de la guardería y quieras jugar con ella, te la bajaré. Pero prométeme que la vas a cuidar.

Aquella noche Jade se fue a la cama agotada por las emociones y por el llanto. Antes de dormir le mandó un beso volado a su muñeca. “Acuérdate de que eres mi hermana y te llamas Rosa”. También hay una fotografía que capta ese momento. La imagen no es buena. El flash hace que en los ojos de Jade aparezca un matiz anaranjado que la vuelve fantasmagórica, irreal.

II

Angelina sabe que para sobrevivir a la desgracia debe observar en todo momento los consejos del sicólogo. Sin inmutarse acepta las condolencias tardías que le brindan sus parientes lejanos, las frases de consuelo que le repiten sus suegros, las expresiones solidarias de otras madres que se inclinan al oído de los niños que llevan de la mano y les murmuran: ¿Sabes quién es ella? La mamá de Jade. ¿Te acuerdas que siempre íbamos a sus cumpleaños?.

Cada domingo Angelina entra en el cuarto de su hija. Abre la ventana, verifica que su ropa esté en orden y aunque sepa que su niña, su tesoro, nunca volverá a tenderse para dormir en su camita abomba la almohada y canta el fragmento de la canción predilecta de Jade: Una niña hermosa que en un bosque se perdió,/ era tan bonita que hasta el Sol se sorprendió./ En vivir por siempre allí, ella consintió./ Se convirtió en cascada y en el bosque se quedó. Riqui ran, riqui ron: vamos a mecernos al sillón.

III

Antes de abandonar el cuarto, Angelina baja la muñeca y se pone a revisarla. Le complace ver que los caireles siguen derramándose sobre los hombros de Rosa, que el sombrero conserva la margarita blanca y en el vestido permanece intacta la graciosa ondulación de los holanes. Jade levantándole la falda a su muñeca para comprobar que tiene calzones.

Hay una foto que ilustra ese momento. Angelina no necesita mirarla para recordar la expresión maliciosa de Jade: su niña, su tesoro que nunca volverá a entrar en ese cuarto y ya jamás le pedirá que la autorice para llevarse a Rosa a la guardería.

Angelina devuelve la muñeca a su lugar, se sienta en la cama y desde allí la contempla. Al mirar sus ojos brillantes, sus mejillas rosadas, su sonrisa para siempre fresca siente una mezcla de rabia y ternura. El sicólogo le ha dicho que su reacción es natural, que tal vez un día sienta el impulso de hacer pedazos a Rosa. Pero él tiene confianza en ella; sabe que no se dejará llevar por ese arranque y que un día verá a la muñeca con naturalidad, como un recuerdo más de hija.

Piensa que de no haber sido por su celo –quiero que Jade la conserve, para que cuando sea grande pueda regalársela a su hija– la muñeca se habría quemado en el incendio de la guardería como su niña, su tesoro. Vuelve a sentir enojo hacia Rosa. No es justo que siga allí, reinando en ese cuarto, mientras que de su hija no quedan más que cenizas, ropa, zapatos, juguetes y un álbum de fotografías con varias páginas inutilizadas.

Angelina no le ha confesado a nadie, ni siquiera a Lucio, que hay momentos en los que la desesperación le dicta un mal consejo: incendiar el cuarto para que desaparezca todo lo que hay en él. También Rosa. Llora, se debate en la duda, se arrepiente y promete desechar la idea para siempre. Se estruja las manos, cierra los ojos y repite lo que tanto le ha dicho el sicólogo: tiene que aceptar la realidad.

Hay otra realidad: la que está atrapada en el álbum fotográfico. Lo abre y se demora contemplando las imágenes. Le encanta ver a Jade en brazos de sus abuelos, mostrando su primer diente, aprendiendo a caminar de la mano de su padre, vestida de indita, corriendo en Chapultepec, abrazando a su muñeca.

En ese cuarto Angelina deja correr sus pensamientos –es otra recomendación del sicólogo–: en secreto se arrepiente de no haberle permitido a su hija llevarse su muñeca a la guardería. Con su prohibición le causó dolor a su niña, a su tesoro. Necesita disculparse con ella, explicarle, imaginarse que la perdona. Comprende que eso es imposible, pero aun así se hinca, gime, implora.

Angelina no espera respuesta ni advierte el brillo que se acentúa en la mirada de Rosa.



Wednesday, December 02, 2009


"Me siento turulato" dice Pacheco por el Premio Cervantes 2009

NIZA RIVERA

MÉXICO D.F., 30 de noviembre (apro).- El poeta José Emilio Pacheco manifestó su sorpresa y entusiasmo por haber sido galardonado con el premio Cervantes de Literatura 2009, debido a que nunca, dijo, aspiró a recibirlo.

"Me siento turulato", dijo Pacheco en conferencia de prensa ofrecida en Guadalajara, Jalisco, en el marco de la Feria Internacional del Libro, horas después de que se divulgara la noticia.

Recordó que a las siete menos diez recibió la noticia: "Me dijeron 'ha ganado usted el Premio Cervantes' y me quedé mudo. Me siento muy bien, muy agradecido, pero también sumamente desconcertado, porque no he acabado de asimilar el premio Reina Sofía (…) No sé cómo logré ducharme y afeitarme".

Admitió que no se considera especialista en Cervantes (la obra del autor de El Quijote de la Mancha) y se mostró azorado por el discurso que tendrá que pronunciar cuando reciba el premio, el próximo 23 de abril, fecha en que se conmemora la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra.

El premio será otorgado por el rey de España, Juan Carlos I, quien presidirá la entrega en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.

José Emilio Pacheco consideró la distinción como "una irrealidad", ya que, admitió, nunca aspiró a obtenerlo.



Celera Universidad de Salamanca

Por otra parte, la Universidad de Salamanca, institución que propuso la candidatura de José Emilio Pacheco para el premio Reina Sofía de Literatura, celebró hoy que a dos semanas de haber ganado dicha distinción, se le haya otorgado hoy el máximo galardón de las letras españolas: el premio Cervantes.

La estudiosa de la obra poética de José Emilio Pacheco, doctora por la Universidad de Salamanca, Francisca Noguerol, trasmitió desde esa ciudad la alegría que embarga a la institución por el Premio Cervantes al mexicano:

"Todos estamos absolutamente contentos, bombardeados con esta noticia que ha caído tremenda, sobre todo porque se lo merece. Del premio, 17 latinoamericanos han sido premiados y de esos ahora son cuatro mexicanos."

Para la especialista, quien ha editado antologías sobre la obra de Pacheco, el Cervantes es la antesala del premio Nobel de Literatura, el cual, consideró, merece el pota mexicano.

Refirió que no ha podido hablar con Pacheco, quien se encuentra en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, para felicitarlo por esta nueva distinción:

Al hablar sobre carácter polifacético de la actividad literaria del poeta mexicano, Noguerol dijo de Pacheco que "sólo le falta ganar el Nobel", y consideró el Cervantes como la antesala.

"Estamos contentos aquí celebrando a un hombre generoso y modesto, me da mucha alegría por él. Esto es algo maravilloso, porque en México siempre ha habido grandes escritores, se sabe, pero tener en estos momentos a uno tan premiado, vivo y en activo en todos los sentidos, es todavía mejor", afirmó.

Pacheco se convirtió en el primer escritor mexicano en obtener el Premio Cervantes y el Reina Sofía, los máximos galardones de literatura en lengua española.

Los tres anteriores mexicanos premiados fueron Octavio Paz en 1981; Carlos Fuentes, en 1987, y Sergio Pitol, en 2005.

Pacheco, quien apenas fue anunciado hoy por la mañana como ganador de la XXXV edición --dotado de 125 mil euros--, recogió el Reina Sofía penas el 17 de este mismo mes en el Palacio Real de Madrid en España.

Además de Pacheco, ambas preseas han sido recibidas por los españoles Antonio Gamoneda (los dos en 2006) y José Hierro (1995 y 1998), el chileno Gonzalo Rojas (1992 y 2003), el colombiano Álvaro Mutis (1997 y 2001), y el argentino Juan Gelman (2005 y 2007).

Yago Pico de Coaña, presidente del Premio Reina Sofía y del Patrimonio Nacional de España, había comentado sobre las altas probabilidades de que Pacheco obtuviera el Cervantes. Durante la presentación de Contraelegía en Madrid, presumió del "buen ojo" que tenía el jurado en relación a los escritores premiados con el Reina Sofía y, posteriormente, con el Cervantes.

El Cervantes es otorgado por el ministerio de Cultura del gobierno de España desde 1976.

Entre los finalistas de esta edición se encontraron Fernando del Paso, Isabel Allende y Nicanor Parra; el jurado que estuvo presidido por José Antonio Pascual, quien señaló que "definir a Pacheco es definir el idioma entero".

Durante su estancia reciente en España, Pacheco estuvo acompañado de su esposa, la periodista Cristina Pacheco, y una de sus hijas, Laura Emilia, la directora general de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).

Pacheco ha cultivado el ensayo, la poesía, la traducción e incluso el guión cinematográfico. Ha ganado el premio Nacional de Literatura y Lingüística, el Nacional de Periodismo Cultural "Fernando Benítez", del premio Iberoamericano de Letras "José Donoso 2001", el Xavier Villaurrutia, entre muchos otros.

Sunday, November 29, 2009


Mar de Historias

Llamadas a medianoche



Me pregunto si hubo un momento en que pude evitar que mi mejor amiga cayera en la desesperación. No encuentro respuesta. Sólo veo señales de un progresivo decaimiento que entró en su etapa final una noche de septiembre.

I

Yo venía de asistir a una noche mexicana. Era de madrugada cuando llegué a mi casa. Me quité los zapatos, me serví un vaso de agua helada y fui a revisar los mensajes en mi contestadora. Supuse que alguno sería de Lidia. De un tiempo atrás me llamaba por la noche para comentarme alguno de los casos que había tratado en Servicios Personales. A veces me decía: después de oír tantas cosas terribles no tengo ningún derecho a sentirme mal sólo porque Octavio se va de parranda con sus amigos o me reclama que la casa ya no esté tan ordenada como antes.

Oprimí el botón de la contestadora. Me costó trabajo reconocer la voz de Lidia: siento que no soporto más. Si sabes de algún trabajo para mí, de lo que sea, dímelo por favor. El tono era tan inquietante como el mensaje.

Aunque era tarde marqué el número de mi amiga. Fue inútil: no me contestó; probé con su celular y tampoco. Pasé una noche infernal imaginando toda clase de horrores hasta que recordé el eterno reclamo de Lidia: siempre piensas en lo peor. Eliminé las suposiciones macabras. Tal vez ella y Octavio estuvieran reconciliándose en algún restaurante y contándose sus problemas. Hasta ese momento yo desconocía la gravedad de los que enfrentaba Lidia.

Esperé a que dieran las nueve de la mañana para comunicarme a Servicios Personales. Mi amiga es una de las especialistas que atienden las llamadas de quienes necesitan ayuda sicológica o simplemente hablar con alguien. En general son individuos que padecen depresión por infinidad de causas: desde un divorcio reciente hasta el desempleo o la falta de amor.

II

Lidia nunca había tenido una experiencia semejante. Desde que se recibió de sicóloga estuvo colaborando en el Centro para Niños Hiperactivos. Su trabajo le parecía fascinante, pero al cabo de tres años se le volvió tedioso y emprendió la búsqueda de un nuevo empleo. Se le presentaron algunas oportunidades, pero ninguna le interesó lo suficiente.

Cuando tuvo oportunidad de incorporarse al equipo de Servicios Personales aceptó en seguida. Le entusiasmaba la posibilidad de ayudar a que personas desesperadas lograran sobreponerse a las circunstancias adversas y revalorarse. Le advertí que la experiencia podía resultarle muy desgastante. No le importó. Además contaba con el apoyo de Octavio.

Fue el primero en celebrar que Lidia se trasladara a un medio más interesante en donde podría poner en práctica todos sus conocimientos. Lo único que lamentaba era que Lidia tuviese que cambiar periódicamente de horarios. El requisito tenía por objeto impedir que se crearan lazos afectivos entre el cuerpo de sicólogos y los solicitantes de ayuda.

III

Por exigencias de su empleo, durante varios meses dejé de ver a Lidia, pero mantuvimos contacto telefónico.

Me hablaba mucho acerca de su trabajo, de los esfuerzos que hacía para mantener cierta distancia con los solicitantes del servicio. Eran personas de todas las edades que le planteaban conflictos muy similares: problemas económicos, fracaso profesional, falta de empleo, temor a la soledad, drogadicción, miedo a la vejez, desconfianza, celos, insatisfacciones.

Noté que Lidia evitaba hablarme de su vida. Respeté su decisión, pero un día no pude más y le hice una pregunta directa: ¿cómo van tus cosas? Esperó unos segundos para responderme: “Octavio sigue apoyándome, pero se disgusta cuando me ve triste o deprimida. Dice que no piense tanto en los conflictos de personas a las que ni siquiera conozco. Me gustaría hacerlo, pero no puedo. ¿Cómo voy a olvidarme de un niño que me llama a la una de la mañana para decirme que sus padres lo maltratan o que está solo y le tiene pánico a la oscuridad? Y son criaturas de seis, siete años… Luego escucho a los ancianos: me hablan de sus enfermedades, del abandono en que los tienen sus hijos, del terror a morirse solos. Te juro que después de oírlos no sé si me gustaría llegar a esa edad”.

La obsesión de Lidia por su trabajo empezó a preocuparme. Decidí recurrir a Octavio. Él era la persona más indicada para sacar a mi amiga de ese círculo de dolor en que estaba metida. Lo llamé a su oficina y me preguntó si tenía algún problema. Yo no: Lidia. Su trabajo la estresa mucho. Procura que se distraiga un poco. Si puedes, llévatela de vacaciones.

Octavio me alzó la voz: ¡imposible! En el despacho la situación está muy difícil. Es muy probable que lo cerremos. Le pregunté si había hablado con su mujer de eso. Desde luego. Dice que exagero, que no va a pasar nada. Creo que su actitud sería muy distinta si el problema se lo planteara alguno de los tipos que la llaman para pedirle ayuda. Octavio estaba celoso y procuré tranquilizarlo: Lidia sólo está haciendo su trabajo. ¡Entiéndelo! ¿Y quién me entiende a mí? Me quedé callada y él interrumpió la comunicación.

Pensé que había cometido un error al involucrarme en sus vidas. Decidí no volver a hacerlo. Cuando Lidia me llamaba yo nunca aludía a Octavio o, cuando mucho, le mandaba saludos.

Una tarde me sorprendió ver a Lidia esperándome a la salida de mi oficina. Se veía afiebrada, pero parecía de buen humor: vine para invitarte a que me invites a cenar. Quiero algo rico en un sitio agradable. Le pregunté si quería que llamáramos a Octavio para que se reuniera con nosotras. No. Él tiene que atender asuntos muy importantes en su despacho. Además creo que necesita descansar un poco de mí. Debo de tenerlo harta con mis cosas.

IV

En cuanto llegamos al restaurante, Lidia pidió la carta: te advierto que pienso comer y beber mucho porque, como dijo alguien, comamos y bebamos que mañana moriremos. Se me quedó mirando de una manera muy extraña, lejana. Me di cuenta de que temblaba. Comprendí que no era el momento de evadir la realidad: “Lidia: me tienes preocupadísima. No sé si recuerdes que una noche me llamaste desesperada y me dijiste que si sabía de otro trabajo…” Agitó la cabeza: olvídalo. Me mantuve inflexible: no puedo. Dime qué te sucede. A punto de llorar, Lidia inclinó la cabeza: estoy mal, muy mal.

Advertí que nos miraban desde las otras mesas y le rogué que se tranquilizara. Apareció el mesero. Ordené la comida, Lidia los aperitivos y el vino. Cuando volvimos a quedar solas se disculpó: necesito relajarme. Le dije que no tenía que darme explicaciones. Se rió sin motivo. Notó mi extrañeza: no me veas así. Te juro que estoy bien y muy contenta de verte.

No podía permitirle que siguiera engañándose: hace un momento me dijiste lo contrario. ¿Es por Octavio? Bebió de prisa: “sí y no… Pobre. Debe de ser espantoso acostarse con alguien como yo, que todo el tiempo está cerca de la muerte”. Jugó con su copa, derramó el vino sobre el mantel y se quedó mirando la mancha: no me di cuenta de lo que pensaba hacer y cuando lo hice no sirvió de nada, ¡de nada! ¿De qué hablas? ¿A quién te refieres?

Lidia me miró con expresión desorbitada: el tipo dijo que se llamaba Manuel Vázquez Olvera. Por lo general las personas se identifican sólo por su nombre, pero no se lo comenté y esperé a que él se decidiera a hablar. Cuando al fin lo hizo me explicó que esa mañana se había despertado con la idea de que ahora sí iba a encontrar trabajo y que recuperaría todo lo perdido a lo largo de ocho miserables años: mujer, hijos, casa, hermanos, amigos y la fe en sí mismo.

Lidia me sonrió: miré el reloj. Eran las nueve de la noche. Le pregunté a Manuel si su corazonada de esa mañana se había hecho realidad. Dijo que no, ni siquiera porque se había puesto el único traje que le quedaba. Los otros los había vendido para comer. Eso lo enfureció y se puso a maldecir. Luego me pidió perdón. Le pregunté desde dónde me llamaba. Desde la casa de su hermano Eduardo. Soltó una carcajada. Quise saber de qué se reía. De lo furioso que iba a ponerse su hermano cuando le llegara el recibo del teléfono con una llamada de 50 minutos: los últimos de su vida.

Lidia se soltó a llorar. Le hice ver que quizá el tipo estuviera drogado o borracho. Mi amiga se aferró a mi mano con desesperación. También lo pensé y decidí seguirle la corriente. Le pedí que me dijera de qué color era su traje. Azul-marino, con solapas anchas y dos bolsillos en los que sólo quedaba su credencial de elector, pero ni un billete: el último lo había invertido en comprar un lazo para ahorcarse. Fue todo lo que dijo.

Pensé en otra posibilidad: que el hombre fuera sólo un exhibicionista. Lidia me dijo que no. En el periódico había visto la noticia del suicidio.

Desde entonces mi amiga enfatizó su costumbre de llamarme a altas horas de la noche. Dejó de hacerlo hace un mes. Junto a su cuerpo encontraron una nota. Octavio no me permitió leerla, pero imagino lo que decía.

Wednesday, November 25, 2009


Nixon y los demonios

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

rolando.pb@granma.cip.cu

Ron Howard vuelve a estar en el bombo con Ángeles y demonios, una película que no he visto pero que a juzgar por comentarios serios llegados de aquí y de allá "está un poquito mejor que El código da Vinci".

No pocos de los que vieron El código... es muy posible que estén de acuerdo en que se trata de un entretenimiento pasajero con menos gancho del que se esperaba y, eso sí, una factura espectacular. Basada en el libro de Dan Brown, el filme explotó un suceso editorial sin precedentes (incluidos los escándalos por la acusación de plagio) y al final recaudó 800 millones de dólares en taquillas.

Tales referencias aceleraron la filmación de Ángeles y demonios, también de Dan Brown y de nuevo con Ron Howard como director.

Pero no voy a referirme ni a criptas selladas, ni a peligrosas catacumbas, ni a catedrales desiertas, aunque sí a los demonios de un presidente, Richard Nixon, tratados por el mismísimo Ron Howard en un filme del año 2008, que antecedió a Ángeles y demonios y que lleva por título Frost-Nixon.

Lo acabo de ver, y atendiendo a que en los próximos días podrá ser visto en nuestra televisión, traslado el entusiasmo a los lectores.

Siempre dentro del concepto del espectáculo cinematográfico, maravilla constatar cómo Howard toma un hecho histórico convertido en obra teatral (la última entrevista que concediera el ex presidente Nixon en televisión) y arma un filme serio en el que se destacan recursos del thriller, del suspenso y de una reveladora ––en lo político y en lo humano–– comicidad subterránea.

Si se suman tales ingredientes se tendrá una idea de los atractivos de la cinta, recomendable hasta para los que dicen desentenderse de "todo lo político".

Frost-Nixon recrea aquella última entrevista de Nixon, en 1977, tres años después de que los sucesos de Watergate lo expulsaran de la Casa Blanca y que hasta hoy sigue siendo el programa político más visto en la historia de la televisión, con unos 45 millones de telespectadores.

Nixon, político marrullero, se había servido otras veces de la pequeña pantalla para armar sus artilugios y pensaba que el pueblo norteamericano había olvidado lo suficiente como para que él pudiera lavar su imagen pública y preservar un legado de "buen conductor de la nación". (Ello, no obstante que la televisión le jugó una mala pasada en los debates con Kennedy por la presidencia, en 1960. Un encuentro que marcó el inicio de una nueva era, pues Nixon, sudoroso y con el maquillaje corrido, fue aplastado por un JFK impecable y sereno. A partir de aquellos días se instaló una máxima en el medio: más importante que la experiencia o lo que se tuviera que decir, era el atractivo televisivo).

Pero en el verano 1977 el astuto ex piensa que ha llegado el momento de dar el salto ante las cámaras y emprender su operación limpieza. Concederá una última entrevista (que también le reportará mucho dinero) y hablará de su mandato y del escándalo Watergate. No son pocos los que se sorprenden al anunciarse que su entrevistador sería el británico David Frost, un alegre presentador de televisión, conocido por sus programas de variedades más bien frívolos, con poca preparación política y dado a adular a sus invitados. El clásico bocadito para ser devorado y ganarse el ex presidente el corazón y las mentes del pueblo norteamericano.

¿Podrá Frost sacarle a Nixon un reconocimiento de verdadera culpabilidad?

No voy a contar la película porque podrá ser vista, solo decir que cuando se transmitió la entrevista, los políticos norteamericanos tomaron nota del terrible poder que puede tener un primer plano.

Y advertir también que mientras se ve el filme, resulta imposible no pensar en George W. Bush y en esa "entrevista" final de la que, al menos por el momento, ha logrado escapar.




FROST/NIXON TRAILER Subtitulado

Sunday, November 22, 2009


Mar de Historias

Por su propio bien


Doña Imelda (79 años) ocupa el asiento trasero de un automóvil compacto. Por la ventanilla abierta lo observa y lo escucha todo:

Familias y parejas atraviesan el estacionamiento del supermercado. (Mejor calidad y precios bajos.) Una mujer embarazada sigue las instrucciones que le da el vigilante para que ella pueda acomodar su automóvil entre dos tráileres llenos de mercancía. (Viene, viene. Hasta allí, ¡bueno!) Una pareja de jóvenes comparte un helado y se besa. (Tienes la lengua fría.) Una mujer corre seguida por dos gemelos. (Al que me gane lo subo en el carrito.) Un anciano se detiene abruptamente y revisa la cuenta. (Creo que me cobraron de más.) Un niño termina de beberse un refresco, arroja el envase y le pega con la punta del pie. (¡Gooool!) Una pareja desciende de una camioneta y le da instrucciones a su french poodle blanco. (Te quedas quietecito. No tardamos.)

Un hilo de sudor escurre por el cuello de doña Imelda. Toma la revista que su hija Eréndira le prestó y se abanica con ella. (Ponte a verla mientras Nico y yo regresamos.) Es suficiente para que recuerde un festival escolar en donde salió de princesa. (“La obra se llamaba Patricia y esclava.”) Ese logro de su memoria prueba que está muy lejos de padecer la enfermedad del olvido. Se lo contará a Eréndira para que deje de considerarla una especie de inválida mental. (Mamá: si te prohíbo que vayas sola al banco es por tu propio bien. ¿Qué tal si te asaltan o te pierdes?) ¿Por qué tienen que atracarla precisamente a ella? (Porque ya le ha pasado a medio mundo.) ¿Por qué supone que pueda perderse? (Qué preguntas. Ya estás grande y a las personas mayores, bueno, tú sabes, se les olvidan las cosas.) Doña Imelda suspira. (No todas, ni tampoco las que daría cualquier cosa porque se borraran de mi memoria.)

II

Se vuelve a mirar al french poodle y se pegunta si al animalito también le prohibirán salir a la calle. (Por su propio bien.) La idea de que pueda ser así acrecienta su afecto por el perro. Le gustaría que se llamara como el cachorro que le regalaron sus papás cuando era niña. Procura recordar su nombre, pero no lo consigue. Tal vez su hija lo sepa porque le ha hablado mucho de él. (“Ay mamá, ¿otra vez con la misma historia del Bucles?”)

“¡Bucles!”, exclama Imelda. El nombre la remite a la tarde en que jugaba con su perro ante la entrada de su casa. (“Ahí va la pelota, Bucles, ¡alcánzala!”) El cachorro había logrado la hazaña infinidad de veces, pero aquella fue la última: un tranvía lo destrozó.

Imelda se da cuenta de que su cara está húmeda. Se apresura a enjugársela con las manos, pero sigue llorando. (Otra cosa, doctor: mi mamá, de nada y nada ¡llora!) No puede evitarlo por más que se diga la frase que tantas veces le repitieron sus padres para consolarla de la pérdida. (Nena: tranquila, ya pasó.) Al ver que no la convencían, su papá prometió regalarle otro perrito más lindo. Ella se negó. (Malagradecida. Él lo hace para que no sigas triste y mira con lo que le sales.) A Imelda le sorprende que su madre no haya entendido que el motivo de su rechazo era la lealtad hacia su primera y única mascota, Bucles.

Absorta en el recuerdo, apenas tiene tiempo de ver que se aleja la camioneta con el french poodle. Levanta la mano y la agita en señal de despedida. Ver el espacio vacío junto a su coche la angustia. Sin el perrito blanco se siente sola, perdida, como cuando Bucles murió. Estira el cuello con la esperanza de reconocer a Nico y a Eréndira entre la gente que sale del supermercado y se dirige al estacionamiento.

Sólo ve personas desconocidas que abren las cajuelas, meten las compras y después abordan sus coches. (Se me olvidó el vinagre, pero ¡ya ni modo!) La divierte notar que todos los movimientos son iguales, acompasados, como si esas personas estuvieran realizando una tabla gimnástica.

III

A ella le encantaba ensayarlas con sus alumnos. (Giren los brazos, pero no se golpeen.) Lo hacían en el patio, a media mañana, bajo el cielo clarísimo de abril. Le encantaría saber qué fue de aquellos niños, en especial de Sergio y Esmeralda. Él soñaba con ser aviador; ella, pediatra.

Es la profesión de Eréndira. (Quién iba a decirme que tendría una hija doctora.) Cuando ella y Nico se fueron a vivir con doña Imelda instalaron el consultorio en la sala. (No pongas esa cara, mamá, tú casi nunca recibes visitas.) Por órdenes de Nico los cargadores pusieron en el corredor el sillón pullman y los dos individuales tapizados de terciopelo rojo.

Es el color de los asientos del coche. Tiene miedo de ensuciarlos desde que le ocurrió el accidente y Nico puso el grito en el cielo. (Si le queda la mancha de orines, cuando quiera venderlo me pagarán menos.) Eréndira notó la angustia de su madre. En lugar de consolarla le habló como si fuera una niña. (Mamá: ¿qué te hubiera costado decirnos que necesitabas ir al baño?)

Doña Imelda sintió tanta vergüenza que se pasó dos días encerrada en su cuarto. Todo ese tiempo fue presa de recuerdos desordenados: el de su tía Ana Luisa, eterna aspirante a cantar en la XEW; sus amigas de infancia, las novelas escuchadas en la radio, los patios de su escuela, la academia Lefranc, los paseos con su esposo Rafael por Puente de Alvarado y el jardín de San Fernando (La iglesia, la fuente, las palomas, el panteón.) Por más que se esfuerza no puede precisar cuánto tiempo hace que no camina por allí, sólo recuerda que la última vez iba sola. (Eso quiere decir que Rafa ya había muerto.) Doña Imelda se persigna. (Que Dios lo tenga en su gloria.)

Mira a la gente que pasa y toca el asiento para asegurarse de que no está húmedo. (Mamá: la próxima vez, antes de que salgamos vas al baño, y no tomas agua.) Tiene sed. Lleva mucho tiempo inmóvil en el coche tapizado de rojo, esperando a Nico y a Eréndira.

Se asoma un poco más por la ventanilla. Ve reaparecer a los jóvenes que minutos antes habían salido compartiendo un helado. Caminan muy cerca uno del otro, se dan codazos, ríen, se toman del talle y siguen caminando. (Ahora los noviazgos son muy distintos.) Piensa en sus nietas. La preocupan porque, cuando tiene alguna oportunidad de conversar con ellas y les pregunta por sus planes, ellas levantan los hombros con indiferencia. (Jamás me han dicho si piensan casarse y tener hijos.)

Doña Imelda escucha que un hombre dice la hora. (Chin, güey, ya son las tres.) Ya era tiempo de que Nico y Eréndira estuvieran de regreso. Imagina que tal vez no lo harán, que la abandonaron en el estacionamiento del centro comercial. (Vale la pena que vengamos a este supermercado porque las cosas están más baratas. Además, como queda lejos de la casa, mi mamá se pasea.) Si en realidad la hubieran dejado, ¿qué haría? No tiene un centavo, ni siquiera para llamar por teléfono. (Mamá: dame tu dinero, yo te lo guardo. Con lo distraída que eres, capaz que lo dejas en el baño o sobre un mostrador. Ándale, dámelo: créeme que lo hago por tu propio bien.)

Una vez, hace muchos años, doña Imelda leyó en una revista que las reinas no usan cartera ni monedero. Cuando salen de compras un vasallo va pagando el precio de sus antojos. Doña Imelda se pregunta si los subalternos se atreverán a contener a una reina. (Mamá: ya llevas una mermelada de fresa, ¿para qué quieres la de durazno?... Deja esa maceta de geranios. Acuérdate de que, por la artritis, te duelen mucho los dedos cuando tocas agua fría. No te enojes, mamá, lo digo por tu propio bien.)

La anciana hunde la mano en la bolsa de su suéter. Tiene la sensación de que ha vuelto a ser niña y encontrará la moneda que cada mañana le regalaba su madre. (Era de cobre, con una pirámide grabada.) Ahora no tiene ni eso, a pesar de que Rafa le heredó algún dinero. (Mamá: no sabes nada de bancos ni de administración. Nico sí. Deja que él te lleve tus cuentas.)

Doña Imelda decide que hoy, después de la comida, le exigirá que le muestre sus estados bancarios. (Mamá: ¿para qué los quieres si ni les entiendes?) Tiene derecho a verlos, a saber cómo están manejando el dinero que su marido ahorró con tanto esfuerzo para asegurarse de que ella no padecería miserias cuando él se le adelantara en el camino. (No hables así, Rafa, porque me da mucha tristeza. Además, ¿cómo sabes que morirás antes que yo?) Piensa en su cuarto, en el terno forrado de terciopelo rojo que su esposo le compró hace más de… (¿Cuántos años?) No logra saberlo. Cierra los ojos decidida a buscar el dato entre sus muchos recuerdos.

La sorprende la llegada de su hija y su yerno, pero mantiene los ojos cerrados para seguir concentrada. El esfuerzo le produce un ligero temblor en los labios. Nico toma asiento al volante. Suegra: ¿nos tardamos mucho? Doña Imelda abre los ojos y exclama: ¡Cuarenta y siete años! Ni uno más ni uno menos. Eréndira ríe fastidiada: Ay mamá, pobrecita: ya no sabes ni en qué día vives.

Doña Imelda sonríe. Está contenta de haber logrado recordar una fecha tan significativa. Eréndira no comprende el motivo de su alegría y la traduce como otra prueba de que su madre se ha vuelto una niña a la que es necesario vigilar y someter: Por su propio bien.