Sunday, June 29, 2008


Mar de Historias

Cristina Pacheco


Angelina se detiene ante el puesto de periódicos y mira las fotografías de las muchachas y los jóvenes que murieron en el antro News Divine. A estas horas ya están sepultados, pero en las imágenes sus cuerpos siguen rígidos, tendidos a media calle y cubiertos con sábanas blancas. Cerca quedaron un tenis nuevo, una zapatilla jaspeada, un monedero rojo que tal vez guarde boletos del Metro y una llave. “No llegues tarde como la otra vez”.

Esos objetos tan comunes la llevan a imaginarse la cantidad de sentimientos que debieron experimentar esos muchachos en los minutos previos a su muerte: sorpresa, incredulidad, sofoco, angustia, terror.

Angelina se estremece sólo de pensar en qué habría sentido ella si se hubiera visto en la necesidad de reconocer bajo la sábana blanca a alguno de sus hijos. Le da gracias a Dios de que ni Lucila ni Sergio estén ya en edad de asistir a los antros, pero le preocupa Raziel. En los fines de semana que no lo contratan para ser chambelán de quinceañeras, trabaja como cadenero en un lugar semejante al News Divine.

A ella nunca le agradó que su hijo aceptara esa ocupación tan fatigosa y mal pagada. Ahora, después de lo que sucedió, la aborrece porque sabe cuán peligrosa puede ser. Hará a Raziel prometerle que nunca más se empleará de cadenero. Prefiere que se vaya a las talachas o a cargar bultos en los mercados que verlo controlar la entrada a las puertas de un antro.

En las páginas centrales de un periódico Angelina ve otras fotografías del News Divine. Entre más las observa menos comprende cómo pudieron caber en un espacio tan reducido cientos de jóvenes ansiosos de divertirse, tocarse, celebrar el fin de cursos. “Se me pasó bien rápido el semestre”. Menos logra imaginarse cómo será de ahora en adelante la vida de los padres y los hermanos de las víctimas; lo que sentirán al ver las sábanas blancas en sus camas vacías, sus ropas colgadas, sus mochilas, sus celulares donde tal vez quedaron mensajes. “¿Nos vemos el viernes en el News?”

En el ángulo inferior de la página observa la imagen de las escaleras blancas, estrechas y sin barandal que conducían a la planta alta del News Divine. Le viene a la cabeza algo de lo que leyó en algunas crónicas de la tragedia en la Nueva Atzacoalco. “Me dijo que se iba con sus amigos a comer pizza”… “Subimos para ver si encontrábamos a nuestros amigos en la parte de arriba”… “Pensamos que regresaría como a las 10”… “Habrá un operativo, conserven la calma: salgan en orden”… “Nos alegramos cuando oímos que la entrada sería gratuita el próximo viernes”... “Apaguen las luces y el aire acondicionado”… “Los policías ya no nos permitieron salir”... “Desde la inspección inicial notamos que la única puerta de emergencia estaba clausurada con cajas de cerveza”... “Sentí mucho calor y miedo porque casi no podía respirar”… “La joven de l6 años cayó y rodó por las escaleras”… “Los muchachos que trataban de salvar sus vidas le pasaron por encima”… “Le gritábamos: ‘¡No te duermas, no te duermas!’”... “Los policías nos dieron de garrotazos”...

“¡Espérame!, gritaba mi amiga, pero después ya no la vi”… “Hijas de la chingada, culeras, súbanse al camión de una vez”... “En el Ministerio Público nos hicieron quitarnos la ropa y dar vueltas con los brazos en alto”.

De todo lo que ha estado leyendo sobre la tragedia hay un dato que obsesiona a Angelina: “Uno de los 12 fallecidos trabajaba como cadenero.” Desde que la leyó no ha dejado de identificarse con la madre de ese muchacho. Quizás su hijo haya tenido la misma edad y los mismos sueños que Raziel.

Angelina se alegra al pensar que el próximo domingo Raziel irá a visitarla a su casa. El gesto de dicha se le amarga cuando recuerda que los cuartos que le fincó Bruno, en paz descanse, ya no son tan suyos. Es una desgracia, pero algo insignificante en comparación con la que sufren los familiares de las víctimas. “Le dimos permiso porque nunca nos imaginamos que del baile la sacarían muerta”. Nadie habla de otra cosa, ni siquiera Rolando, que es tan apático.

II

Rolando es su yerno, el esposo de Lucila. Viven con ella desde que Angelina enviudó. Le dijeron que permanecerían a su lado mientras lograba superar el dolor de la pérdida. De eso han pasado ya cinco años y Lucila y Rolando siguen allí. En ese tiempo se han ido adueñando de todos los espacios hasta dejarle sólo un cuarto, y sus relaciones, que nunca fueron buenas, se han vuelto muy difíciles.

Los esposos discuten a cada rato. Lucila le reclama a su marido que sea incapaz de conseguirse un buen empleo para que la libere de trabajar en la pollería. Él le responde con acusaciones y burlas. Angelina procura mantenerse ajena a esos conflictos y sólo interviene cuando la pareja está a punto de llegar a las manos. Entonces su hija la tacha de meter cizaña entre ella y Rolando: “Como tú estás sola te molesta que yo tenga marido.”

Angelina no puede menos que echarse a llorar.

Rolando se conmueve pero su hija no: llama a su madre “malagradecida” por no reconocerles el sacrificio que hacen viviendo con ella; jura que pronto se irán y entonces Angelina sabrá lo que es la soledad, porque de sus otros hijos, Sergio y Raziel, no debe esperar nada.

Angelina huye a su cuarto y allí se queda sin atreverse a encender la luz, esperando el momento en que todo vuelva a quedar en calma. Mientras llega, reflexiona y acaba por comprender que la agresividad entre la pareja es irritación por su presencia. Les estorba y si pudieran la enviarían a un asilo. No le extraña que su yerno lo piense, sino que su hija lo secunde. Angelina interpreta esa adhesión como un señal de desamor.

III

Para evitarse las malas caras, las discusiones y las amenazas, Angelina sale temprano y permanece lo más posible fuera de su casa. Tiene un buen pretexto: vender todas las gelatinas que prepara en su cuarto. Las ventas son tan malas que acaba por rematarlas en los alrededores de las escuelas, pero hay días en que ni ese recurso la favorece.

Cuando vuelve, por lo general encuentra la casa sola; pero si de casualidad están allí Rolando y Lucila, pasa de largo a su refugio sin que ninguno de los dos le pregunte cómo le fue o si quiere acompañarlos a la mesa. Cena en su cuarto un pan dulce o un tamalito que compra afuera de la iglesia. Mientras come recuerda las conversaciones que sostenía con Bruno. Era 14 años mayor que ella. Convencido de que moriría antes, quiso dejarle la casa que él mismo construyó para que tuvieran un techo seguro ella y sus tres hijos.

Sergio no la visita porque le falta tiempo: es chofer de un chimeco y los domingos atiende unos baños públicos. Su esposa, Clara, antes le llevaba a sus nietos, pero dejó de hacerlo cuando Lucila le dijo, medio en broma, que de seguro sus visitas eran un plan para convencer a doña Angelina de que les heredara la casa a los niños.

Desde que Lucila y Rolando viven con ella, Raziel la frecuenta muy poco. Ella le habla por teléfono a la agencia de chambelanes. A veces tiene la suerte de encontrarlo y aunque esté a mitad de un vals su hijo acude a contestarle. En la última conversación le prometió que iría a visitarla el próximo domingo.

Espera con ansia el momento de verlo y arrancarle la promesa de que nunca volverá a trabajar como cadenero en un antro. Que le haga la lucha en otra cosa, aunque gane menos, con tal de que no se exponga a ningún peligro.

Angelina sabe que hace tiempo su hijo menor tenía planeado irse a Estados Unidos, y teme que vuelva a pensarlo cuando ella le pida que ya no trabaje de cadenero. La idea de que en ese caso dejaría de verlo le causa mucho dolor. Piensa otra vez en los padres de los muertos en el News Divine, en lo que sentirán sus padres cuando vean las sábanas blancas sobre las camas vacías.

Tal vez para consolarse, esos padres imaginen que sus hijos están haciendo un viaje muy largo del que algún día regresarán. Ella lo pensaba cuando Bruno murió. Lo sigue haciendo, pero ya no lo espera. La vida de los pobres, concluye Angelina, se parece al túnel que se formó en el News Divine: unos los empujan para expulsarlos, otros les cierran todas las puertas para no dejarlos salir y el resultado es el agobio y la asfixia.
Cursos de verano


Mar de Historias

Cristina Pacheco


El cielo se oscurece repentinamente. La lluvia se aproxima. Carmen observa la fila que la antecede y suspira con desánimo. Lleva 15 minutos esperando a que llegue el microbús y quién sabe cuánto más se prolongará su espera.

Piensa en la ropa que esa mañana dejó en el tendedero. Confía en poder descolgarla antes de que llueva. De otro modo, tendrá que secar a plancha el uniforme de Karina: si no se presenta de blanco le prohibirán la entrada a la escuela. Carmen detesta imaginarse a su hija sola en la casa o deambulando expuesta a los peligros de la calle en vez de estar en clases.

Los estudios serán la única herencia que le dejará a Karina. En cuanto pueda va a inscribirla en cursos de inglés y de computación. “Las llaves del mundo”, dice el anuncio que ve al llegar y salir de la fábrica. Su labor consiste en hacerles los dobleces y ponerles los alfileres a las camisas recién hechas.

La suya es una tarea monótona y muy delicada. Si por accidente se pica un dedo y mancha de sangre la tela, le cobran la prenda. Carmen no se queja. Le da gracias a Dios de tener trabajo y un sueldo seguro. Hace dos años que no recibe aumento y no se atreve a reclamarlo por miedo a que la despidan. Entonces, ¿quién pagaría sus gastos y los de su hija?

Carmen siente una gota en la frente. Si llueve, el viaje hasta su casa será más tardado. Piensa otra vez en la ropa tendida en la azotea, en el uniforme de Karina, en sus temores de no poder sostenerle los estudios hasta que obtenga un título. Aunque falta mucho para eso debe tomar previsiones porque el tiempo se va volando. Parece que fue ayer cuando inscribió a su hija en cuarto año y en dos semanas saldrá de clases. Tendrá que buscarle un curso de verano.

El año pasado la inscribió en el que organizaron en el municipio. Las clases empezaban a las 10 de la mañana, tres horas después de que Carmen sale rumbo a su trabajo, y concluían a la una, siete horas antes de que llegue a su casa. Ese horario tan inconveniente y lo poco que aprendió Karina durante el curso la hicieron decidir que este verano la inscribiría en otro. Lo malo es que todos le resultan caros.

Por esta ocasión podría recurrir a Ernesto. Es el padre de la niña; jamás se ha ocupado ella y es hora de que lo haga. Desiste de inmediato al recordar su último encuentro hace dos años.

II

Para localizar a Ernesto tuvo que ir a los lugares que habían frecuentado juntos y entrevistarse con algunos de sus antiguos conocidos. El único que le dio una pista fue Reyes: “Me lo encontré un jueves atendiendo un puesto en el mercado de la San Felipe, nomás que de esto hace tiempo y quién sabe si él siga trabajando allí. Ya lo conoces: es muy inquieto. Se queda un rato en una chamba, luego se aburre y la deja.”

Carmen pensó que a Ernesto se le despertaría el instinto paterno al ver a su hija. Compró un vestido para la niña, se tiñó el cabello y le pidió permiso al señor Ocampo, el jefe de personal, para faltar a la fábrica el jueves.

“¿Por qué entre semana?” Ella le explicó que sólo esos días era posible hacer el trámite que iba a realizar. Ocampo accedió de mala gana, le aseguró que no estaba dispuesto a permitirle otras faltas y le advirtió que iba a descontarle el día. El recuerdo de lo que significó para ella perder 49 pesos en su presupuesto la oprime. Pero la angustia aún más recordar su encuentro con Ernesto.

III

Eran las 11 de la mañana cuando ella y Karina llegaron al mercado repleto de compradores. Ante las interminables hileras de puestos su hija le preguntó qué le iba a comprar y ella lamentó no haberle pedido informes más precisos a Reyes.

Con su hija de la mano, se puso a recorrer el mercado y a preguntar por Ernesto en todos los comercios. La contestación era la misma: “Aquí somos muchos. Como nos vemos sólo una vez a la semana nos tratamos muy por encimita. Más que de nombre nos conocemos por el apodo. Al señor que busca ¿le dicen de alguna manera?” Carmen lo ignoraba. Siguió su búsqueda bajo el calor, a ciegas, seguida de la niña, que insistía en detenerse frente a cada puesto.

Cuando estaba a punto de renunciar a la pesquisa vio a Ernesto conversando con un hombre de larga cabellera entrecana. Se inclinó para decirle a Karina: “aquel señor de camiseta negra es tu papá. ¿Ya no te acuerdas de él?” Sin esperar la respuesta de su hija le apretó la mano con fuerza y se dirigió hacia donde estaba Ernesto. Al verla, su sonrisa desapareció: “Quihubo, ¿qué andas haciendo por aquí?”

La pregunta estaba cargada de impaciencia. Carmen fingió no darse cuenta porque quizá no tendría otra oportunidad de entrevistarse con Ernesto: “vine a traerte a tu hija porque hace mucho que…” Ernesto la interrumpió: “Y de paso a pedirme dinero. Pues olvídalo porque no tengo. Con lo que saco aquí apenas me alcanza. ¿Por qué me miras así? ¿Vas a llorar? No seas ridícula, te están viendo.”

Carmen sintió la cara encendida: “Karina faltó a la escuela y yo pedí permiso en el trabajo para venir a verte.” Ernesto sonrió: “Ah, tienes trabajo. Pues entonces no estás tan mal.” Carmen fue sincera: “Gano muy poquito y con la niña tengo muchos gastos.” Ernesto se le plantó enfrente: “¡Párale! Tú quisiste tenerla aunque te dije muy clarito que no estaba de acuerdo con eso, ¿te acuerdas? Pues entonces no te hagas la víctima.”

Carmen levantó la mano con intención de cubrirle la boca y evitar que siguiera diciendo semejantes cosas delante de su hija. Ernesto le dobló la muñeca: “Que ni se te ocurra ponerme un dedo encima porque no te la vas a acabar.” Karina, asustada y llorosa, se prendió de la falda de su madre. En derredor de los tres empezó a formarse un grupo de curiosos. La última en aparecer fue una muchacha con los hombros tatuados: “¿Qué pasa, Jarocho?” Ernesto se mesó el cabello: “¡Nada! Que esta vieja vino a querer sorprenderme, pero como le falló se puso histérica. La muy imbécil hasta intentó pegarme, ¿tú crees?”

Carmen miró a los curiosos, pero ninguno salió en su defensa. Humillada, tomó a la niña de la mano y se alejó lo más rápido que pudo hacia el paradero. En el viaje de regreso quiso disculparse con Karina por haberla expuesto a una situación tan humillante y reiterarle su inmenso cariño, pero no tuvo fuerzas para hacerlo. Su desánimo se hizo aún más profundo al darse cuenta de que por una falsa esperanza su hija había perdido clases y ella 49 pesos que tanto necesitaba.

IV

Carmen ha ido postergando la explicación que le debe a su hija desde hace dos años y ya no piensa dársela. No tiene objeto recordarle a la niña algo tan desagradable que, por fortuna, parece haber olvidado. Ahora lo único importante es que Karina asista a un buen curso de verano, no importa lo que cueste ni lo que ella tenga que hacer para cubrir el gasto.

Carmen descarta la posibilidad de pedir horas extras porque en la fábrica ya no quieren pagarlas. Tendrá que buscar algo que pueda hacer en domingo, su único día libre. Si logra que la acepten como galopina en alguna fonda o como ayudante en el salón de belleza que se instala en el tianguis no podrá salir de paseo con su hija.

La asalta una inquietud: que la niña interprete su ausencia dominical como muestra de indiferencia o desamor, cuando es todo lo contrario. Para evitarlo está dispuesta a explicarle a Karina que para ella será muy doloroso privarse de su compañía; sin embargo, acepta el sacrificio con tal de inscribirla en un curso de verano en el que le enseñen nociones de inglés y de computación: las llaves del mundo.
Agridulce

Mar de Historias

Cristina Pacheco


El viaje desde el restorán en Echegaray hasta el asilo en Azcapotzalco fue largo. Durante todo el camino don Pablo fingió dormir. El truco lo salvó de una conversación forzada, pero no le evitó escuchar lo que decían su hijo Roberto y su esposa Belinda:

–¿Crees que mi padre se ofendió?

–No, pero hubiera sido mejor que discutieran lo del dinero otro día.

–¿Cuándo? Mis hermanos y yo nunca estamos juntos y, si aprueban la ley, la responsabilidad será de todos. ¿Qué te pareció el restorán?

–Es bueno, pero el año próximo deberíamos llevar a tu padre a uno mexicano. Creo que a don Pablo la comida china no le gustó.

–Lo vi comer muy bien.

–¿Cuándo? Mi suegro apenas si probó el agridulce de camarones. –Belinda hurga en su bolsa– ¿Recogiste la nota?

–La metí en mi cartera. Sergio y Rolando dijeron que luego me pasaban su parte. ¿Se lo recuerdas por teléfono mañana tempranito? No quiero que se hagan los locos. La cuenta estuvo muy alta.

–Porque pediste dos botellas de vino.

–No olvides que mi padre está cumpliendo 79 años. Son muchos, ¿no?

–¿Te gustaría que llegáramos a esa edad?

–Pst, no hables tan fuerte; vas a despertarlo.

–No, tu papá está bien dormido; se le subieron las copas. Tomó bastante.

–Cómo no, si a cada rato le servías.

–Él me lo pidió, ¿qué iba a hacer? –Belinda bosteza– Estaba desatado. Hasta salió a la terraza para fumarse un cigarro.

–No sé por qué, sabe que le hace daño. Los hospitales están carísimos. Acuérdate de en cuánto nos salió la última vez que lo internamos.

–Exageras, por un cigarro no va a recaer. –Belinda chasquea los dedos– Ay, se nos olvidó comprarle sus pañales.

–¿Qué hago? ¿Me detengo en un Oxxo?

–¡Estás loco! Allí salen al doble. Mejor pasamos a la farmacia. Dame 300 pesos.

–¿Tanto?

–La caja cuesta 60. Voy a comprarle cinco para que le duren por lo menos unos 15 días.

–¿Los usa diario?

–Ay, ¡no sé! Y no pienso preguntárselo. –Belinda sale del auto– No te estaciones aquí. Estás obstruyendo la rampa para discapacitados y los de las grúas andan como fieras.

–Lo único que me falta es terminar este día dándole mordida a uno de tránsito. –Oye la tos de su padre y se vuelve a mirarlo– Te echaste tu buena siestecita. Dime, ¿estuviste a gusto en tu comida?

II

Don Pablo baja, se despide y permanece inmóvil hasta que el coche se confunde con otros automóviles en la avenida. Al meter la llave para abrir el portón del asilo ve las bolsas con las cajas de pañales junto a sus pies. Se ruboriza y los ojos se le llenan de lágrimas. Entra. Escucha pasos que se acercan y se enjuga con el dorso de la mano.

–Don Pablo, ¿por qué tan tempranito? Es su cumpleaños. Pensé que lo veríamos hasta la noche. –Emérita repara en las bolsas–. Uf, ¡cuántas! ¿Fue su regalo?

Don Pablo está habituado a la curiosidad y las ironías de Emérita, pero esta vez lo irritan y apenas logra disimularlo:

–La comida con todos mis hijos y mis nietos fue mi regalo.

–¿Qué comió?

–Chino.

–¿Estuvo bueno?

–Creo que sí, pero yo sólo probé los camarones agridulces–. Oye el suspiro de Emérita: –¿En quién está pensando?

–En que usted es una persona muy afortunada. Sus hijos lo procuran; en cambio a mí, ¿sabe cuánto hace que no vienen a visitarme? Desde principios de año. ¿Creerá que ni siquiera han vuelto a llamarme por teléfono? Se imaginan que con pagar mis mensualidades aquí ya cumplieron conmigo.

Don Pablo recuerda la discusión en la sobremesa después de que Roberto comentó la noticia: “En la Cámara van a discutir si los hijos deben ocuparse de la completa manutención de sus padres y abuelos cuando ellos estén imposibilitados de hacerlo por sí mismos. ¿Qué les parece?” Yamilé, la esposa de Sergio, sacó sus conclusiones: “Rarito. No se trata de que los hijos les correspondamos a nuestros padres lo que hicieron por nosotros, sino de ahorrarle al sistema de salud lo que le cuestan los viejos.”

Alina dijo que ella y Rolando, por más que lo ordenara la ley, aunque quisieran no podrían cargar con esa responsabilidad: “Tenemos muchas obligaciones: la gasolina; la comida, que cada día está más cara; el gas, la luz, las mensualidades del departamento, las tenencias, las verificaciones. Todo eso significa un dineral. ¿De dónde sacaríamos para sostener a mis papás, que gracias a Dios aún me viven, y a don Pablo? Les juro que cuando nos toca pagar lo de su asilo nos desfalcamos.”

Belinda aprovechó para mirar de reojo el plato intacto de su suegro: “No vaya a dejarme los camarones porque no nos los regalaron”: Don Pablo recuerda la textura gelatinosa y el sabor agridulce del platillo y siente las mismas náuseas que experimentó cuando se puso a masticar por obligación, como un niño ante la vigilancia de sus mayores. En aquel momento le hubiera gustado tirar de un manotazo todos los platos y salir huyendo. Pero ¿adónde? Sólo tenía dos posibilidades: el asilo o la calle, y ni un centavo en la bolsa.

Sergio intervino de manera indirecta. Habló de la recesión en Estados Unidos y sus consecuencias en México –inclusive citó la fuente: CNN–, mencionó el incontenible envejecimiento de las poblaciones y terminó sentencioso: “Para mí la bronca no está en decidir si los hijos tienen las mismas responsabilidades que sus padres tuvieron con ellos, sino que en México no hay cultura del ahorro. A uno, desde chico, deberían decirle que tiene que garantizarse el sustento para su vejez.”

Don Pablo reconoce que Sergio tuvo razón, pero se pregunta si él, como eterno empleado de ferreterías y luego como dueño de negocitos que siempre fracasaron, tuvo oportunidad de ahorrar. El poco dinero que ganaba lo invirtió en darles a sus tres hijos techo, comida, escuela, atención médica. Nunca se atrevió a distraer de su sueldo o de sus ganancias una cantidad para llevar de vacaciones a Rosa, su mujer, que en paz descanse. Sus paseos eran a lugares gratuitos, como Chapultepec, y a festivales en la delegación o en las parroquias.

Se arrepiente de no habérselo dicho a su familia cuando Roberto lo involucró por única vez en la conversación: “No es por nada, papá, pero creo que tú y mi madre hicieron muy mal en no ahorrar ni enseñarnos a hacerlo. Entiéndeme: no es que nos pese darte lo del asilo y para tus gastos, pero te sentirías mucho mejor siendo independiente.”

Belinda advirtió la expresión resentida de su suegro: “No hablemos de eso hoy que estamos festejando. Tenemos que celebrar que don Pablo haya llegado a esta edad fuerte, lúcido y con una familia; no como otros pobres viejos a quienes abandonan en la calle o los refunden en un asilo y jamás vuelven a verlos. Nosotros, con sacrificios o como sea, no dejamos de visitarlo por lo menos cada mes. Ándele suegro, anímese y díganos unas palabras.”

Don Pablo comprendió que Belinda y los demás esperaban un discurso de agradecimiento. Era lo menos que merecían por pagar 3 mil pesos mensuales en el asilo y por comprarle tres mudas de ropa y unos zapatos al año. La última vez que le obsequiaron un traje fue el día en que su nieta Jade se recibió de técnica en sistemas, en 2003. No se los reprochaba, porque él mismo les había pedido que ya no le compraran otro: en sus circunstancias y a su edad era un desperdicio gastar en un traje.

El discurso de agradecimiento quedó resumido en una frase que despertó la hilaridad de hijos y nueras, y los suspiros de alivio de sus nietos: “Gracias por todo. ¿Quién me lleva al asilo?” Sergio tomó la palabra enseguida: “Que te lleve Roberto”. Rolando estuvo de acuerdo: “Sí, su coche es grande y viajarás más cómodo.”

En la puerta del restorán Yamilé sugirió que todos posaran para tomarles una foto de grupo: “Suegro, regáleme una sonrisita o diga güisqui. Así, así. ¡Qué lindo se ve mi bebé!” En aquel momento don Pablo sintió más fuerte el sabor agridulce en la boca y un ansia incontenible de regresar al asilo.

III

Tiene la radio encendida pero la música no impide que recuerde las confesiones de Emérita. Don Pablo siente lástima por el abandono en que la tienen sus hijos; a él, en cambio, los suyos lo visitan, le compran ropa y le celebran sus cumpleaños. No hay ley que los obligue, lo hacen porque lo consideran un deber. “Ojalá que también sea por amor”. Después de escuchar la conversación entre Sergio y Alina tiene sus dudas. En cambio, está seguro de que, si cumple los 80, lo invitarán a comer. Espera que el banquete no le deje un sabor agridulce en la boca y nadie vuelva a llamarle “mi bebé”.

Saturday, June 28, 2008

Feijoo, el fabulador

TONI PIÑERA

Hay hombres que crean fábulas, otros las escriben, otros las sueñan, las pintan, pero están aquellos que las viven. Esos son los artistas que sienten en carne propia el alma de los demás para regalarnos muchas vidas y experiencias, como si hubieran respirado todo el tiempo de la Tierra¼

La cena, 1944. Óleo sobre tela.

Samuel Feijóo, el célebre pintor, ilustrador, poeta, dibujante, escritor, grabador¼ volvió entre nosotros, a través de sus obras pictóricas, en una retrospectiva abierta en una de las salas transitorias del Museo Nacional de Bellas Artes y titulada Samuel Feijóo, un sol desconocido. Cuatro décadas de marcado trabajo artístico (1937-1977) fluyeron en ese espacio donde el público habanero pudo reconocer la obra, en mayúsculas, de un creador "silvestre" como la tierra y cubano-criollo y misterioso, como el mundo sutil reinante en esas piezas que ante nuestras retinas descubren, otra vez, a "uno de los creadores más originales e inquietos del panorama plástico insular del siglo XX", al decir del especialista del MNBA, y curador de la muestra, Roberto Cobas, en las palabras del catálogo.

Varias décadas, transparentadas en poco más de 50 obras, pertenecientes a la colección del MNBA, de su hija Adamelia y otros, subrayan la personalidad del artista, autodidacta, (Las Villas, 1914-La Habana, 1992) para quien pintar y escribir fue su manera de diseñar el universo circundante de una Isla adornada de un paisaje singular y escoltada de unos seres humanos alegres, pero fuertes y seguros en sus convicciones, tal y como lo marcó en su obra.

El recorrido por la exposición, iluminado por ese sol desconocido —que podría resultar para muchos el propio artista, sobretodo para las más noveles generaciones— deja entrever una obra notable e inteligente, que rima con la poesía y el lirismo intrínsecos en él, con su mundo interno, rústico y elegante al mismo tiempo, pero perneado con esa savia popular que empapó todo su quehacer artístico dondequiera que lo tocó.

EN EL REINO DE SU MUNDO

Hay algo que sobresale de su obra, y es que Feijóo fue un artista que podía cambiar de postura pero no de lugar. Era fiel a sí mismo, y de esos pocos que no se aferran a un esquema invariable por miedo a perder su personalidad, pues tal temor solo existe en aquellos que no la poseen, y lo saben. El tuvo un mundo muy suyo, incluso cuando aún no había descubierto a los seres que lo poblaban. Pues, desde sus primero trabajos, se perfilaba su personalidad, aún no descubierta por él en su integridad. Porque el arte, el genuino y visceral, no es consecuencia de lo que el creador sabe de sí mismo, sino la herramienta que le permite descubrir lo que hondamente es, sin que lo sepa.

El creador dedicó su pintura a descubrir su propio mundo y lo abordó desde diferentes perspectivas. Así podemos observar desde aquellos primeros personajes, naturalezas muertas y paisajes de refinados colores —grises cálidos, ocres verdosos, pardos de siena, rosas y sombra¼ — fue avanzando, atrevidamente hacia otras imágenes, rompiendo, podríamos decir el equilibrio y sus límites. La pincelada y el trazo fueron más libres, espontáneos. Un universo que avanzó desde el orden al caos, del reposo al movimiento¼

Cada vez se fueron haciendo más dinámicos los ritmos. Importaba menos lo que contaba que cómo lo contaba. Era alguien que relataba historias con la vehemencia de un fabulador. En las imágenes que coleccionaba en el recuerdo del artista y que he podido confirmarlas hace pocos días en esta muestra dedicada a él en el hermoso recinto habanero, está, antologizado, la biografía de su arte. Algo así como lo que es una colección de fotografías de una persona captada en tomas diversas, desde su juventud hasta la madurez.

Precioso paseo —es menester saludar la curaduría y museografía de la misma— alrededor de Feijóo, confirmación, pues, de su verdad y originalidad en el ámbito de nuestra pintura. Antes expresé que cambiaba de postura, no de lugar, y esto es algo que caracteriza el arte contemporáneo, al de los verdaderos creadores que no benefician un filón invariable. Es que los creadores contemporáneos son autores de obras completas. No se expresan plenamente en un cuadro específico, sino que su valor está en la suma de todos sus momentos (¿en qué cuadro está todo Lam, todo Picasso?). Cada obra es como un fotograma de un filme que, al relacionarlo con el anterior y el posterior, adquiere movimiento.

Por eso, al ver su obra desbordada en estas paredes nos regocijamos por la seriedad, en unas, y el humor, en otras, y en conjunto podemos reconocer la valía multiplicada de su inspiración, en primer lugar de la naturaleza de esta isla caribeña y sus gentes que fueron "retratadas" en toda su dimensión por este hombre visionario, defensor de los humildes, de los campesinos para quienes tuvo siempre abiertas sus puertas, como artista y como maestro. Gracias a Un sol desconocido hemos podido disfrutar nuevamente a plenitud el trabajo de este sincero, tierno e inquieto Samuel Feijóo, que, si nos impacta cada vez que nos encontramos con sus "invenciones", es por su autenticidad.

El viajero inmóvil

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Llega El viajero inmóvil con el siempre atractivo gancho de que será polémica, en la medida en que lo son muchas importantes obras de la literatura llevadas al cine, la mayor parte de ellas, por desgracia, signadas por el desacierto.

Tomás Piard se adelanta así al homenaje que por su centenario (1910) recibirá en nuestro país José Lezama Lima y, lezamiano el mismo realizador ––al punto de reconocer que las influencias del poeta, ensayista y narrador han sido decisivas en su obra cinematográfica–– toma Paradiso para hincar la rodilla en la ofrenda.

Profunda y laberíntica, incitante y reveladora de mundos nunca agotados, Paradiso es portadora de una mitología barroca que va mucho allá de lo aparente real y con su desbordamiento metafórico se alza posiblemente como el mayor reto literario de nuestro continente al cine (superior aún, como desafío en imágenes, de lo que sería la obra de Carpentier, Garcías Márquez y Rulfo, a quienes, es bueno recordarlo, nunca se les ha hecho justicia en la medida que lo merecen).

Se explica entonces que para escalar la cumbre Paradiso, Tomás Piard haya recurrido a las más disímiles vías, no pocas probadas en su cine a lo largo de los años, como son las atmósferas surrealistas, los recursos provenientes del teatro, la insistencia en el contenido erótico, el documental en la ficción, la introspección de unos primeros planos que persiguen calar el alma¼

A esta altura no puede calificarse el suyo de cine experimental, porque los años dejan huellas. Ahí están el Godard y los días vanguardistas de los sesenta, cuando mezclaba ficción con realidad documental, y el Pasolini amante de llevar los clásicos de la literatura a las pantallas sin renunciar a los valores incorporados del texto, y los aires aristocráticos de un Visconti a la hora de componer cuadros de familia, y hasta el denominado Cine de Octubre en las escenas de El viajero inmóvil que captan las manifestaciones obreras y estudiantiles con el mismo fervor operístico de aquellos clásicos. Influencias asimiladas y hasta enriquecidas, pero que al integrarse en un todo no logran circular convenientemente el cuadrado de provocaciones que constituye la novela.

Pudiera funcionar en algunos el argumento de que El viajero inmóvil sería una incitación para buscar la obra literaria tras ver la película¼ como también rechazarla, porque para aquellos que no la conocen y no están al tanto de las interioridades de los muchos personajes en desfile, y de lo que en realidad trata el asunto, hay un universo metafórico que permanece demasiado fragmentado e incomprensible como para lograr la función de la catapulta.

Pletórica la novela de símbolos sobre los que todavía se discute, Piard se monta sobre ellos y los desarrolla, no a la manera de un traductor ––ingrata tarea sería esa—sino alimentándolos desde sus propias sensibilidades, porque si algo tiene claro es que la vía para hacer "llegar Paradiso" no es la simplificación, ni la reducción del texto a una simpática peliculita de iniciación. ¡No señor! Asumió la dura prueba y tiene que cargar con las complejidades artísticas que esta lleva implícita, en especial ese barroco, siempre difícil por lo manoseado en el cine, y la carga emotiva que ha de sortear a sabiendas (aunque a veces no pueda cumplirlo) de que la acumulación de emotividades no es precisamente la emoción.

Y aquí se explaya la gran pregunta: ¿"Llega" ese Viajero inmóvil, cobra vida propia la película más allá del monumento literario sobre el que se alza?

A ratos se obtienen buenos momentos que remiten a una comunión con la naturaleza lezamiana, en especial cuando se recurre a algunos primeros planos y actores y música (excelentes las variaciones de Juan Piñera) se integran en evocadora suma, pero en otros no trasciende el filme la tarea ilustrativa del texto, como cuando aparece ese Apolo con su lira, perdido en medio de la escena, hijo más de un frío decorado que de una cristalizada poética.

Hay otros elementos que resultan discutibles, como la incorporación de textos de Lezama en las voces de los actores, ideas hermosas pero nada simples hechas más para la lectura y la meditación que para la combinación habla-oído. Igualmente el rompimiento "a lo Brech" que se realiza con los escritores de primera línea incorporados a la magna mesa en la que tiene lugar parte del filme; opiniones muy interesantes sobre un Lezama Lima al que conocieron, plausible como homenaje, pero en medio de la atmósfera surrealista en que se manifiestan, el extrañamiento de sus apariciones y palabras pueden mover más al desconcierto que al oído atento.

Y, está claro, discutible por igual la carga homo erótica, no criticable como tal (que ya bastante tuvimos con el escandalito y arbitrariedades que provocó la novela en su época), sino porque en sus excesos y regodeos se le resta tiempo a aspectos importantes de la novela que no aparecen.

En las actuaciones hay de todo. Desde el oficio evidente de los profesionales y no profesionales, hasta la abundancia de mancebos a los que solo cabe explotar por su presencia física.

¿"Llega" este viajero inmóvil?

No hay duda de que la estética asumida por su director dará para hablar y en la respuesta que se ofrezca cobrará un peso decisivo el haber leído o no la novela.

Unos dirán que se trata de un viaje sin salida, otros que lo han visto a medio camino y sin fuerzas y, posiblemente los menos, que ¡como no!, y hasta atestiguarán que lo vieron cruzar la meta.

Friday, June 20, 2008



2006: El pacto Gordillo-Calderón

"Intocable jefa real del mayor sindicato del país, propietaria de un partido político, Elba Esther es, al mismo tiempo, la mujer más poderosa y la dueña de la peor imagen pública de México". Así caracterizan los periodistas Arturo Cano y Alberto Aguirre a la lideresa magisterial en su libro Doña Perpetua, que la editorial Grijalbo pondrá en circulación este martes 3 de junio. Con autorización de la propia editorial, adelantamos aquí el capítulo "Los votos del magisterio", donde se narra la historia del pacto de última hora, entre la Maestra y Felipe Calderón, que dio al candidato panista una cantidad de votos decisivos para que apareciera como ganador el 2 de julio del 2006.

México, D.F., 2 de junio (apro).- Con el PAN jamás, dice la Maestra en sus primeros años al frente del SNTE. Ya como secretaria general del PRI, ve “incongruente” la política de alianzas aprobada en la asamblea nacional de su partido. Sólo hace posibles las alianzas con “el PRD y otros partidos, con el PAN no”, dice a corresponsales extranjeros, en 2002, con la secretaría general del PRI en la bolsa.

Brota su lenguaje retador: “¡Perdón, el PAN es el partido del gobierno! Puede ser con el que más distantes ideológicamente podamos estar, pero pragmáticamente visto, hay cuestiones en las que tendremos que hacer alguna alianza con Acción Nacional, y en la asamblea se acordó que no. Son de las cuestiones que confunden”.

La Maestra no tiene esas confusiones: “Hay claridad que el PRI no va apostar a los errores del gobierno, no, vamos a apostar a nuestra propia inteligencia. Lo primero que mostró la fórmula (ella y Roberto Madrazo) es capacidad de organización, de propuesta, pocos votos, como sea, pero es evidente… para enfrentarnos al aparato que nos enfrentamos tuvimos que tener buena organización, y pudimos llegar a la gente y utilizar adecuadamente lo mediático, que hoy sabemos es prioritario en cualquier campaña”.

Todo lo anterior dice Elba Esther Gordillo en encuentro con la prensa extranjera, poco después que Beatriz Paredes pidiera a sus simpatizantes dar “vuelta a la hoja” de la elección interna.

Luego, la Maestra se pregunta y se responde: “¿Qué es lo que quiere el PRI? Conducir la transición democrática. Para conducir esa transición tenemos que hablar con el gobierno federal, pero desde lo que somos, una oposición responsable, que sabrá decir al gobierno qué sí en aquello que le convenga al país y qué no. Pero algo que aprendieron en este año ellos (el gobierno) es que muchos les decían que sí… hubo una reunión en Gobernación, firman un acuerdo nacional, va un listado de buenas intenciones, lo firma el PRI, y al calce pone: ‘sujeto a consultar, sujeto a la aprobación del consejo’. Eso no lo vamos a hacer nosotros”, ofrece a su amigo Vicente Fox.

Con el paso de los años, es claro que los panistas tampoco quieren “cuestiones que confunden”, no. Quieren votos.

Y están dispuestos, en la puja en el mercado libre electoral, a olvidar lo que sea. La relación de Marta Sahagún con Elba Esther, por ejemplo. O, para ir más atrás, el “fraude patriótico” de 1986 o las relaciones peligrosas que ya con Gordillo como lideresa tiene el SNTE con los gobernadores panistas.

Desde finales del salinismo y a lo largo del sexenio de Ernesto Zedillo, el SNTE se enfrenta con los gobernadores panistas de Guanajuato, Baja California, Jalisco y Chihuahua, atorados ya los recursos de la descentralización en marcha.

Entre 1994 y 1995 la Maestra y el contador se enfrentan nuevamente: el magisterio de Chihuahua sostiene persistentes movilizaciones contra el gobernador Barrio, en batallas que tienen como eje la homologación salarial, pero en las que no está ausente la lucha por el control de los mandos del sistema educativo estatal.

En mayo de 1994 Barrio rechaza la demanda de incremento y homologación salariales de las secciones locales del SNTE: “Nuestra postura es firme, de no otorgar lo que el gobierno no está en condiciones de dar”, dice. En otro momento del pleito, rotas las negociaciones, Barrio acusaba a las huestes de Gordillo de practicar una “escalada violenta” contra los inspectores escolares provisionales designados por su administración.

Al final —Dios los hace y ellos negocian—, tras la intervención de Diego Fernández de Cevallos, el gobernador y la lideresa dan por terminado el conflicto.

Alberto Cárdenas Jiménez llega a la gubernatura de Jalisco en 1995, con una divisa: “(El SNTE) es un monopolio que lastima y atenta contra la dignidad de las personas”.

Pero en 2005, al romper la Maestra con el PRI, los dirigentes del PAN y los dos precandidatos se apresuran a darle la bienvenida.

El secretario general panista, Alejandro Zapata Perogordo, dice que no la quieren como militante, sino como “líder social” (los perredistas, comenzando por su presidente Leonel Cota Montaño, tampoco le hacen el feo).

La propia Gordillo reconoce entonces sus acercamientos con los dos aspirantes panistas e informa que Santiago Creel incluso le ha pedido ayuda.

Calderón, por su lado, habla de la necesidad de una amplia coalición para mantener la Presidencia de la República y añade: “Aunque reconozco que es difícil, no quiero descartar la posibilidad de integrar, no dentro del PAN quizá, sino dentro de esa coalición que lleve al triunfo al PAN, las preocupaciones de los maestros y de quienes los representan”.

“No hay que enseñarle el padre nuestro al señor cura”

Que lo hacen al cuarto para las doce. Eso dicen los cercanos de la Maestra respecto de la decisión de ir con Calderón como candidato a la Presidencia de la República. Que toman ese camino apenas un mes y medio antes de la elección, cerradas las puertas con Andrés Manuel López Obrador.

¿Cómo entender entonces la escena de la madrugada del 21 de marzo de 2006?

En el salón Versal de la avenida Constituyentes, en la Ciudad de México, esperan los dirigentes del SNTE, en una sesión del Consejo Nacional de Acción Política.

El primero de los invitados en llegar es Manuel Espino, quien hace chistes, se deja apapachar y se da el lujo de decir que su partido batalla para dejar de ser “electorero”.

Luego se incorpora Josefina Vázquez Mota: “Hemos construido una nueva y entrañable amistad”, le dice a Elba Esther, quien agradece con una sonrisa, luego de llamar “mi amigo Manuel” al dirigente de Acción Nacional.

Ya es entrada la noche y los dirigentes del sindicato magisterial matan el tiempo presentándose uno por uno. Hay una sobrerrepresentación de estados como Puebla, Durango, Zacatecas, Coahuila y Yucatán.

Cuatro meses antes, en noviembre de 2005, se había realizado una primera reunión con el aspirante panista. Según algunos asistentes a esa cita sin prensa, los maestros fueron “duros” con Calderón.

Las cosas han cambiado.

El recibimiento es cálido y es claro que el magisterio tiene candidato: “Soy de las que creen que no basta con la alternancia, hace falta la transición, esperamos ganar y esperamos así sea”, dice Elba Esther Gordillo.

El candidato del PAN se presenta queriendo ser bromista: “Soy Felipe Calderón, próximo presidente de la República y me apena mucho haber llegado tan tarde que hasta la sopa se enfrió”.

En medio de Josefina Vázquez Mota, vestida con un traje gris, y de la Maestra, con saco café y una mascada, Calderón se gana los aplausos del respetable público cuando dice: “Tuve aprecio por mis maestros y estoy dispuesto. Nomás me dan la guía. No hay que enseñarle el padre nuestro al señor cura”.

Luego, música para los oídos de Elba Esther Gordillo: “Ninguna transformación será posible sin sus liderazgos”.

A su lado, Vázquez Mota asiente con la cabeza.

Calderón atiende una ronda de preguntas y después se va con Elba Esther, a la casa de su hija Maricruz y su yerno Fernando González, donde establecen un acuerdo de principio, que no los obliga a nada más, después del 2 de julio.

Y es que Calderón es renuente a suscribir un pacto con Elba Esther. En el equipo de campaña no están de acuerdo por los costos que tendría que pagar.

El pacto entre la lideresa magisterial y el candidato presidencial del PAN es un logro de Vicente Fox. De hecho, el acuerdo no es entre Calderón y Elba Esther, sino entre el presidente y el candidato del PAN.

“Fue el presidente quien convenció a Felipe de negociar con Elba Esther. Pero si Calderón no lo hace, no se quedan en el poder”, confesó Jorge G. Castañeda a un grupo de amigos, con los que coincidió en Nueva York a finales de 2007.

Hay evidencia que ratifica ese dicho: Fox pide a Manuel Espino hacerse cargo de la relación con el equipo elbista.

El salón de la planta alta del restaurante Konditori de avenida Insurgentes Sur se convierte en la sede de esos encuentros, a los que acuden Fernando González y Miguel Ángel Jiménez, por parte de la Maestra; y del otro lado, Manuel Espino, Juan Camilo Mouriño, César Nava y Florencio Salazar Adame.

La jugada maestra

Empieza a lloviznar al sur del Distrito Federal la tarde previa al domingo 2 de julio, día de las elecciones presidenciales, y la sombra de la derrota amenaza a Felipe Calderón Hinojosa.

Con el informe de su tracking poll, Rafael Giménez, uno de los estrategas panistas, llega a la última junta del equipo de trabajo y sin matices informa que Andrés Manuel López Obrador termina la campaña como había iniciado, como puntero.

Los malos augurios no impiden, sin embargo, que Calderón Hinojosa corra a su casa para ver la patada inicial de la primera semifinal del campeonato mundial de futbol, que confronta a Brasil y Francia en el Waldstadion de Frankfurt, Alemania.

El candidato del PAN se traslada a San Jerónimo, y el grupo atiende con desgano la invitación del coordinador de la campaña, Juan Camilo Mouriño, para ver el juego en el Guadiana 19, un restaurante de cocina mexicana, plantado a un costado de la exhacienda de Chimalistac.

Franceses y brasileños empataban sin goles al medio tiempo cuando Giménez se incorpora a la mesa en la que, además de Mouriño, hoy secretario de Gobernación, están cuatro personajes que también forman parte del gabinete presidencial: Javier Lozano, secretario del Trabajo; Juan Molinar, director del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS); Arturo Sarukhán, embajador ante el gobierno de Estados Unidos, y Max Cortázar, director de comunicación social de la Presidencia.

Giménez trae bajo el brazo el último informe de la encuesta del día: López Obrador aventaja a Calderón por 1.4%. Todos quedan desconcertados. El encuestador trata de animarlos cuando les dice que si aplica un filtro de “votantes probables”, Calderón obtendría una ventaja de dos puntos.

* * *

Giménez es el capitán del equipo de encuestadores que durante siete meses realiza 2 mil 500 cuestionarios diarios para tomar el pulso de la campaña. Sus números le dicen que iniciaron la contienda con más de 10 puntos porcentuales de desventaja y que poco a poco fueron remontando la diferencia. Incluso hay momentos en los que rebasan al candidato de la izquierda.

Pero ese día, Ulises Beltrán, encuestador de los expresidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, informa el resultado del ensayo de su encuesta de salida. “Quisiera no haber visto lo que he visto”, les dice a Giménez y Mouriño, “Calderón salió abajo, por tres puntos”.

Faltan 12 horas para la apertura de las casi 122 mil 500 casillas.

El desánimo comienza a esparcirse entre los cercanos al candidato. Quizá por eso, Mouriño decide no divulgar los últimos datos, que registran una ventaja para López Obrador de 1.4 puntos.

Cuando empieza a caer la noche, Mouriño enfila hacia su departamento, ubicado en la calle de Sierra Gorda, en Lomas de Chapultepec, junto con Abraham Cherem, su asistente, y Jordi Herrera, exsecretario particular de Calderón, en funciones de jefe de la “operación de tierra” del PAN.

Apenas abre la puerta cuando recibe un telefonema de Felipe Calderón.

“¿Dónde estás? Acabo de colgar con la Maestra y necesito que te coordines con su gente ahora mismo”, ordena.

Ni un cuarto de hora pasa cuando el presidente nacional del Panal, Miguel Ángel Jiménez, y el entonces director general en la Secretaría de Educación Pública (SEP), Fernando González Sánchez, se apersonan en el lujoso departamento.

Los principales operadores políticos de Elba Esther Gordillo Morales ofrecen medio millón de votos al candidato panista.

A las tres de la mañana, un par de botellas de buen escocés ya han caminado, cuando Mouriño y sus visitantes concluyen la tarea de hablar, uno por uno, con los secretarios seccionales de la organización.

La instrucción de Gordillo es que los maestros dividan su voto: para presidente, por Felipe Calderón, para diputados federales, por los candidatos de Nueva Alianza, y libre, para el Senado… salvo en el caso del Distrito Federal, donde los votos son para el PRD y Marcelo Ebrard.

“La Maestra cambia la señal a través de Fernando: pide a sus cuadros que crucen el logotipo del PAN en la boleta presidencial y en el resto mantengan su respaldo a los candidatos del Panal, mientras que Juan Camilo cerraba el trato, con promesas que tendrían cumplimiento en el corto plazo. De ‘bateo libre’, la señal cambió por un ‘toque de sacrificio’ de último momento”, describe uno de los asesores calderonistas.

El domingo de las votaciones la Maestra permanece en su departamento de Galileo. Allí recibe la información de la encuesta de salida, diseñada por Jiménez, y con ella intercambia información con Calderón.

De hecho, la lideresa magisterial es quien hace que enfile su estrategia a convencer a algunos gobernadores del PRI a darle sus votos, desinflado Roberto Madrazo.

Calderón le confía esa tarea, pero, casi al mismo tiempo, Josefina Vázquez Mota ha emprendido la misma empresa. Elba Esther enfurece y vuelve a llamar a Calderón, para reclamar la iniciativa de la coordinadora de campaña. Vázquez Mota no vuelve a descolgar el teléfono.

Cerca de las 15 horas, la Maestra se da el lujo de llamar a su amigo, Manuel Camacho Solís. Le da la buena noticia de que Marcelo Ebrard sería, sin problemas, el próximo jefe de gobierno capitalino, pero le dice que Calderón terminará en Los Pinos.

“Licenciado, ya perdió su candidato. Váyanse preparando”, le anuncia.

La verdad histórica es tan contundente como los 233 mil 831 votos —equivalentes a 58 centésimas de un punto— con los que Calderón Hinojosa aventaja a López Obrador.

Por la noche, Elba Esther y su equipo festejan. Nueva Alianza ha obtenido el registro definitivo como partido político.

El voto inútil

Era imposible pronosticar el resultado de la elección presidencial de 2006 por el empate técnico entre los punteros, dice Roy Campos, director ejecutivo de la empresa Consulta Mitofsky.

Inconforme con el reclamo de que las encuestas —otra vez— se equivocaron, el encuestador del Canal de las Estrellas insiste:

“Si un votante, uno solo, hubiera modificado su voto en cada una de las 122 mil casillas que se instalaron en todo el país, López Obrador hubiera sido el ganador”, afirma.

Su afirmación, sin embargo, se deshace en la realidad. Como también la tesis de que los 500 mil votos ordenados a última hora por la Maestra dieron el triunfo a Calderón.

La única posibilidad para que Calderón Hinojosa lo superase en las urnas es que se diera un fenómeno de “voto útil”. Hubo actores políticos, como Jorge G. Castañeda, que llamaron a optar por el PAN, sin conmover a los votantes.

En las “campañas aéreas”, el único partido que trató de incentivar al electorado a ese voto estratégico fue Nueva Alianza. Pero con una lógica implosiva: querían que “uno de tres” de los sufragios que podían generarse a favor de sus candidatos se hiciera efectivo en las urnas.

Ése es uno de los spots con más “recordación” en la historia de la mercadotecnia política en México gracias a su jingle pegajoso y a las dotes dancísticas de Xiuh Guillermo Tenorio.

Casi en la misma proporción, Calderón y López Obrador recibieron más votos que los partidos o coaliciones que los postularon.

A la inversa, Madrazo y Roberto Campa Cifrián obtuvieron menos sufragios.

Monday, June 16, 2008

Leer o no leer, esa es la cuestión


Vilma Fuentes
vilma@aliceadsl.fr

¿Qué significa ser escritor? Sin duda, la más corriente de las respuestas es ser leído. Aquí comienza otro género de dificultades: ¿cómo lograr que lo escrito se reproduzca lo suficiente para que un alguien desconocido, “lector cualquiera maravillado”, escribió Marcel Proust, abra el libro y se ensimisme en sus líneas al extremo de dejar conducir sus pensamientos por ellas al menos durante el tiempo de la lectura?

Ser leído es el sueño del escritor. Una de las metas. Tal vez parezca en desuso este anhelo, pues ahora no se desea tanto ser leído como vender el producto denominado libro, así quien lo compre arroje el libro a un estante entelerañado en un desván –o directamente a un basurero. En la actualidad, después de conseguir un editor, una legión de llamados escritores porque publican una o dos centenas de páginas parece querer, ante todo, ser célebre, ver su imagen y ser visto por los otros, los miles de espectadores, más o menos pasivos, que encienden el aparato televisivo porque no saben qué hacer o porque la tele los deja descansar, no los hace pensar.

Venta y/o celebridad: ¿es eso un escritor? Creo que ni una ni otra se oponen al extraño deseo de ser leído. Las cosas se complican cuando se desean lectores de un futuro donde ya no se existirá, como no sea por esas páginas abiertas y esas líneas descifradas por personas que pensarán necesariamente de otra manera. Si este delirio es ser escritor quedan excluidos entonces los razonables vendedores en búsqueda de la celebridad actual.

Tal vez, al fin de cuentas, el tema central del Quijote. Alonso Quijano va a enloquecer a causa de la ávida y “gulosa” lectura de libros a la moda fabricados por autores que no hacen sino seguirla creyendo así vender. Cada quien jubila con la lectura de las fabulosas aventuras de Quijote y Sancho. Cierto, son irresistibles. Pero el genio del narrador nos disimula, quizás, el verdadero tema de su libro. ¿Cuál es el tema de este libro que todos creen conocer? ¿El número interminable de las catástrofes que sufre el héroe? Reímos. Pero esta risa no es la esencia del libro, la materia. El personaje del Quijote es, primero, presentado como un hombre obsesionado por las novelas de caballería, un lector, una especie de rata de biblioteca, un enfermo del papel impreso, en suma, una suerte de Jorge Luis Borges antes de tiempo. Así, no deberíamos asombrarnos de que Borges, bibliotecario, haya inventado la fantasía de ser el autor del Quijote. No era el autor, era el personaje. Era asimismo doblemente el personaje pues podía reconocerse en el Quijote como en Cervantes. Puesto que el verdadero tema de esta obra, indicado desde el sarcástico prólogo sobre los fabricantes de libros, es el único tema que retuvo la atención de Borges durante su vida: ¿qué es la lectura, la escritura, y cuál es ese territorio que instala su historia y su geografía en un libro? En ese espacio imaginario que no existe y que, sin embargo, en la duda que nos mantiene frente a lo real podría ser el más certero testimonio de la realidad de nuestra existencia: las palabras. Ultima prueba, la tabla de salvación de nuestros sueños, huella garabateada y legible de nuestro paso efímero sobre esta tierra.

La proliferación de libros no es necesariamente un progreso. En los países “desarrollados”, las librerías son desbordadas por la sobreproducción de obras impresas. Un libro se ha vuelto un producto como cualquier otro, una mercancía en venta, lo más rápido posible, según el último grito de la moda. Se habla ahora de “libros kleenex”. ¿En dónde está el progreso? Esta forma de lanzar en el mercado tantos volúmenes puede aparecer como una forma moderna de la censura. Por ahogo a causa de la oleada de libros que se publican. En El ladrón del tiempo (ediciones Mortiz), el autor de esta obra dice que hoy no se necesita prohibir un libro, pues la abundancia se encarga de censurarlo bajo las pilas de volúmenes impresos.


Thursday, June 12, 2008


Mar de Historias

Cristina Pacheco

La última cena


A Mireles se le ocurrió organizar una cena de ex alumnos. Estaba consciente de que no iba a resultarle fácil localizarlos pero valía la pena el esfuerzo a cambio de revivir los viejos tiempos. Su añoranza ocultaba un motivo adicional: demostrarles a sus condiscípulos de la secundaria que, pese a los malos augurios, un muchacho como él había conseguido el éxito.

En su caso la palabra tiene un respaldo tangible, contante y sonante: dos puestos de ropa, una fonda muy concurrida y una flotilla de taxis que le representan ganancias diarias. A cambio de todo eso no había podido darle a su madre la satisfacción de exhibir en su sala un título lleno de firmas, sellos oficiales y con su retrato.

Cuando se siente humillado por carecer de ese documento, se consuela haciendo la nómina de los conocidos que, con sus diplomas a cuestas, van de un lado a otro buscando trabajo en terrenos ajenos a sus especialidades. Mireles, en cambio, no tiene necesidad de tocar puertas para garantizarle a su familia algo más que la simple sobrevivencia.

Después de pensarlo mucho optó por que la cena se realizara en la secundaria. La escuela, remozada tirando a feo, sigue en pie. En el laboratorio de química, el salón más amplio, podrían acomodarse fácilmente, si es que todos respondieran a su convocatoria, 30 invitados.

A Mireles le entró la duda de si entre ellos debían contarse sus maestros. Consultó con Sarita, su esposa, y ella le dijo que era un mínimo gesto de gratitud incluir a todos aquellos pobres mártires que habían hecho hasta lo imposible por interesarlos en fórmulas, reglas, conjugaciones, e inclusive por mantenerlos dentro del salón los 50 minutos que duraba la clase de literatura.

II

Por primera vez en muchos años Mireles se acuerda de Luis Mercado. Lo apodaban El Loco por su afición a escribir versos y su esperanza de convertirse en escritor reconocido. Para demostrarles su habilidad, en los ratos de ocio Mercado escribía algunas rimas, por lo general chuscas y muy atrevidas, inspiradas en sus maestros. Eso estaba muy bien y era divertido, pero de allí a que Mercado –hijo de un mecapalero– pudiese llega a ser una celebridad literaria había un trecho insalvable.

Al pensar en su antiguo condiscípulo, Mireles vuelve a sentirse identificado con él. Los dos eran objeto de burlas: Luis, por su interés en dedicarse a una profesión de locos; él, por ser hijo único de una cultora de belleza que soñaba con volverse estrella de cine. Se sabía porque, en las raras ocasiones en que doña Mónica iba a las juntas escolares, después de la reunión se pasaba el tiempo hablándoles a las otras mamás acerca de sus anhelos.

Mireles imagina que durante la cena de ex alumnos sus compañeros se harán preguntas, único recurso para tender un puente desde la última reunión en la secundaria hasta la noche del rencuentro. Cuando le llegue el turno de ser interrogado, la presencia de Sarita, enjoyada y radiante, será la más amplia respuesta acerca de lo que ha sido su vida.

Conoce bien a sus compañeros y Mireles no descarta la posibilidad de que alguno, por interés genuino o por malicia, le pregunte acerca de su madre. “Hace 19 años que murió. Por fortuna alcanzó a conocer a su primera nieta, que por cierto lleva su nombre: Mónica.” Mireles se enorgullece de saber que en todos los documentos de su hija estará escrito su nombre completo: Mónica Mireles Ortega.

Tener dos apellidos le ahorrará para siempre a su princesa las incomodidades que él había sufrido. Por ejemplo, cuando su maestro de primer año le pidió una aclaración: “Aquí dice Pablo Mireles ¿y qué más?” El contestó con el silencio. Aun le pesa. En aquel momento le hubiera gustado llenarlo con un Chávez o un Martínez o lo que fuera. Nunca pudo hacerlo: su madre jamás quiso revelarle la identidad paterna. No por eso va a juzgarla o a tenerle rencor; al contrario, le agradece y la admira por todo lo que ella hizo en su favor.

Mireles lamenta que por el estilo de vida que llevan nunca haya tenido tiempo para hablar más con sus hijos acerca de su abuela. Le gustaría insistirles en que ella rechazó a varios pretendientes con tal de no darle un padrastro, que trabajó sin descanso en el salón de belleza para sacarlo adelante y que nunca, ni en los peores momentos, renegó de su destino.

En el breve repaso se da cuenta de que jamás se ha atrevido a decirles a sus hijos que el sueño de su abuela era convertirse en estrella de cine. Pudo haberlo sido: tenía físico, personalidad, voz, arrojo, buena memoria; pero le faltó que alguien le diera la oportunidad que tanto buscó.

III

Mireles recuerda la cantidad de veces en que su madre lo llevó a festivales, estrenos y premiaciones cinematográficas con la esperanza de que, al pasar junto a ella, alguien la descubriera. Con ingenuidad más que infantil, ella creía que eso era posible y algunas veces, para divertirlo, le explicaba a Pablo cómo iba a narrarles a los periodistas ese capítulo de su vida.

Sentado al pie de la cama, cada vez que se disponían a ir a uno aquellos eventos, Mireles la observaba arreglarse frente al espejo y elegir, entre sus pocos vestidos, el menos deteriorado o el más favorecedor. Mientras se preparaba, hacía planes a partir de que le dieran la oportunidad de aparecer en una película.

Mireles reconoce que también él ansiaba esa posibilidad, sólo que por una razón diferente: en el momento en que sus compañeros de escuela vieran a su madre en la pantalla dejarían de lanzarle indirectas o miradas suspicaces y ofensivas. Por eso se alegró tanto la noche en que su madre le explicó su tardanza: “No te lo dije antes para que no te hicieras ilusiones. Antier Charo y yo vimos en una revista que estaban buscando extras para una película. Hoy nos presentamos. ¿Y qué crees? ¡Nos aceptaron! Tenemos llamado dentro de dos lunes, menos de quince días. ¿Te imaginas?”

IV

Mireles recuerda que entre ese momento y la hora en que su madre salió rumbo a los estudios su vida se alteró por completo. Doña Mónica, como la llamaban sus clientas del salón “Jolie”, sustituyó los guisados por ensaladas y los refrescos por agua simple. Con tal de borrarse un poco las ojeras renunció al café y al volver del trabajo, de cara a la tele encendida, hacía flexiones y abdominales. Después de cenar, ensayaba peinados y maquillajes frente al espejo del baño o recorría el cuarto con un libro sobre la cabeza para imponerle más garbo y seguridad a su andar.

Ese no era el final de los preparativos: cuando lo creía dormido, su madre sacaba de su mochila algún libro para leerlo en voz alta y ejercitarse en inflexiones y gestos. Por las revistas ella sabía que cantantes y actrices, aunque ya estuvieran consagradas, se sujetaban a ese entrenamiento. A media noche, muerta de cansancio y de sueño, se iba a la cama con dos rodajas de pepino sobre los párpados.

Mireles recuerda que la anhelada mañana su madre se levantó a las cinco porque tenía que estar en los estudios a las siete. Antes de salir le hizo toda clase de advertencias –entre otras que posiblemente se tardara porque el llamado podía prolongarse— y terminó pidiéndole a él, su hijo, la bendición.

Mireles nunca pudo entender que su madre se hubiera esforzado tanto sólo para salir, confundida entre muchas otras personas, al fondo de un restorán de utilería bebiendo un coctel también de utilería. Hoy, al reconstruir aquella etapa de su vida, comprende al fin los afanes de su madre.

Si antes deseaba que se llevara a cabo esa cena, hoy ansía que se realice lo antes posible. Tal vez sea la última oportunidad de reunirse con sus antiguos compañeros. Quiere someterse a su interrogatorio sin temor a que le pregunten por su madre. El sabe lo que por tantos años ignoró: Mónica fue una gran actriz capaz de darle vida, sin director ni cámaras ni guión, al personaje de sus sueños.

Vuelve a pensar en Luis Mercado, “el Loco”. Ojalá siga escribiendo sus rimas aunque nadie las lea.

Austen's very own Mr Darcy


Thomas Langlois Lefroy is thought to have inspired the Jane Austen's best-known hero. As a portrait of him is auctioned, Ciar Byrne charts a youthful flirtation that became immortalised on the page
Tuesday, 10 June 2008




Mr Darcy, the brooding landowner who, after a series of misunderstandings, seduces the spirited Elizabeth Bennet in Jane Austen's Pride and Prejudice, is one of fiction's favourite romantic heroes. This week, a rare miniature portrait of the man who some believe may have provided the inspiration for him is going on sale.


One of only two paintings known to exist of Thomas Langlois Lefroy, a 20-year-old law student who met Jane Austen while he was visiting his aunt and uncle in Hampshire, it shows an attractive and sensitive-looking young man dressed in a blue velvet jacket and white cravat. An original watercolour by George Engleheart, it was painted in 1798 and is going on sale for £50,000.

Austen was also 20 when she met the portrait's subject, and for a blissful few weeks the young pair delighted in one another's company, dancing and talking together whenever the occasion allowed. But their youthful flirtation was not to last. As the son of an impecunious family, Lefroy was expected to marry an heiress and as soon as his relations noticed the growing affection between him and Jane, he was whisked away from danger.





Last year, the film Becoming Jane, starring Anne Hathaway and James McAvoy, told the story of their relationship. Now, the sale of the miniature looks set to reignite speculation surrounding one of the only real love stories of the woman who brought so many romantic encounters to life in her novels.

The watercolour, which is painted on ivory and measures just 3 inches by 1 ¼ inches, is on display at the Grosvenor House Art and Antiques Fair, at Park Lane in London, from Thursday. It is by Engleheart, the great English miniaturist, and the only one which is dated and signed with the artist's distinctive cursive E. The other portrait remains in the hands of Lefroy's descendants.

Brian Harden, one half of the Gloucestershire-based specialist dealers Judy and Brian Harden, who are selling the painting, said: "We bought this at auction quite a long time ago and it's been in our private collection since that time. We didn't know whom Tom Lefroy was when we bought it – it went through the auction house unrecognised – but we were able to identify and discover the history of the sitter. It's a very fine piece. The sitter is very handsome and personable. It was painted just two years after he met Jane Austen."

He added: "George Engleheart was one of the major society painters. He was a meticulous recorder of his sitters."

Austen, who met Lefroy in 1796, referred to him in a letter as "a gentlemanlike, good-looking, pleasant young man". Later, she said he had "but one fault, which time will, I trust, entirely remove – it is that his morning coat is a great deal too light".

Whatever hopes Austen had of Lefroy, they were soon to be dashed. His family, who were of French Huguenot origin, were not wealthy, and were relying on him, as the eldest son of 10 children, to marry a woman of substantial means. Austen, a clergyman's daughter, did not fit the bill and he was promptly removed from the situation.

Shortly before they parted, Austen wrote: "At length the day is come on which I am to flirt my last with Tom Lefroy ... my tears flow as I write at the melancholy idea."

Three years later, Lefroy married Mary Paul, an heiress of whom his family approved, and he went on to enjoy a successful legal career, becoming chief justice of Ireland in 1852. In later life, Lefroy, who named his eldest daughter Jane, admitted that he had been in love with Austen, but described it as "a boyish love".

This early experience of romance, coupled with the ensuing sense of injustice, may have provided Austen with the inspiration for the love affair between Fitzwilliam Darcy and Elizabeth Bennet in Pride and Prejudice – although the novel, of course, has a much happier outcome. To add fuel to the speculation, d'Arcy was a well-known name in Anglo-Irish legal circles at the time.

However, the biographer Claire Tomalin, author of Jane Austen: A Life, believes that, while Tom Lefroy undoubtedly influenced the novelist's fiction, he was not the model for Mr Darcy. "The first letter that has survived of Jane Austen's is all about meeting Tom Lefroy. He was the nephew of close friends and neighbours of the Austen family. He came for a few days' holiday and he and Jane went to the same dances and really liked one another. What seems to have happened is alarm bells rang – Jane Austen had no money, he had no money – so he was sent smartly back to London.

"This is how writers work. I think that she was in love with him and I think that she felt humiliated by what happened. She then used this emotional knowledge when she could to write about similar things in her novels. All writers draw on their own experiences, but Darcy was a landowner and Tom Lefroy a penniless law student. There's no connection."

Professor Janet Todd of the University of Aberdeen believes that Lefroy was nothing more than a youthful flirtation for Austen. She said: "She obviously did flirt with him, and she obviously felt pained at losing him, but I feel certain that he's not the main love of her life. There's somebody a bit later who is clearly really important. She talks about it with a lightness that makes it unlikely she was smitten. The letters suggest a flirtation, but she's rather proud of the fact that she seemed to be a bit in love and lost. She sees herself as a fictional heroine."

Professor Todd agreed with Tomalin: "Mr Darcy is everybody's idea of the silent, passionate hero. I can't see there's anything in Tom Lefroy that seems like that. He seems more like Frank Churchill [a character in Emma, who flirts with the heroine, but is betrothed to someone else], very pleasant and talkative."

When literature imitated real lives

James Bond, hero of Ian Fleming's novels, inspired by Patrick Dalzel-Job

The 007 creator put a lot of himself into Bond, but other real-life characters have been cited as inspirations as well, among them Sub-Lieutenant Patrick Dalzel-Job.

The commando worked for Fleming as part of his wartime intelligence work in 30 Assault Unit and was described by Ben Macintyre, the author of a book accompanying the Imperial War Museum's recent Bond exhibition, as "an extraordinary man of quite lunatic bravery".

In 1940, at the age of 27, Dalzel-Job organised the rescue of 5,000 civilians using a fleet of 200 fishing boats from the town of Narvik in northern Norway as the Nazis approached. An accomplished skier, parachutist and diver, Dalzel-Job was then seconded to work for Fleming helping to sabotage the German war effort.

Despite the similarities, however, Fleming never confirmed that the young troop commander was one of the inspirations for Bond and in a recent interview with the Edinburgh Evening News, Dalzel-Job's son Iain said that, when pressed on the subject, his father said he had "only ever loved one woman" and was "not a drinking man".

Miriam Staynes, DH Lawrence's heroine in 'Sons and Lovers', inspired by Jessie Chambers

D H Lawrence first met Jessie Chambers, who is sometimes described as his first girlfriend, when he was 15 and the pair enjoyed an intense – if sexless – friendship. As they grew older, the writer's relatives tried to dissuade him from the relationship, which had begun to be talked about in a manner they weren't entirely happy with.

Ever devoted to the writer, Chambers put up with Lawrence's affection for a string of other women. At the age of 27, however, he finally broke her heart for good when he eloped to Germany with Frieda Weekley, the wife of a Nottingham University lecturer who had once taught him – she was also a distant relative of the "Red Baron", Manfred von Richthofen.

Lawrence eventually married Weekley, who left her three children behind to elope with him. Chambers is thought to have been the inspiration for Miriam Staynes, one of the main characters in Sons and Lovers. Paul Morel, a miner's son, derives "the most intense pleasure" from discussing his work with Miriam, mirroring the youthful conversations between the real-life friends. In his younger days, Lawrence would often walk from his home to visit Jessie, who lived on the nearby Haggs Farm.

Little Nell, Charles Dickens' tragic heroine in 'The Old Curiosity Shop', inspired by his sister-in-law, Mary Hogarth

Dickens was much affected when his sister-in-law Mary, of whom he was extremely fond, suddenly fell ill and died in his arms while he and his family were living at 48 Doughty Street – a row of Georgian terraces near Bloomsbury. Hogarth, the sister of Dickens' wife Catherine, was 17 when she died in 1837.

The death left such an impression on the writer that, a few years later, he recalled it in the death of his beloved heroine Little Nell. Fleeing with her grandfather from the evil money-lender Daniel Quilp, Nelly Trent is exhausted by hunger and meets a premature end while wandering in the bleak Shropshire countryside.

In his instructions to the illustrator George Cattermole for the deathbed scene, Dickens wrote: "I want it to express the most beautiful repose and tranquillity and to have something of a happy look, if death can ... I am breaking my heart over this story, and cannot bear to finish it."

Meyer Wolfsheim, mobster in F Scott Fitzgerald's 'The Great Gatsby' inspired by Arnold Rothstein

The son of respectable members of New York's Orthodox Jewish community, and the brother of a rabbi, Arnold Rothstein turned prohibition to his advantage and became a racketeer. Fitzgerald caricatured him as Jay Gatsby's friend Meyer Wolfsheim – "the man who fixed the World's [sic] Series".

He was suspected of setting up the defeat of the Chicago White Sox, although he was later cleared. In his biography of Rothstein, Nick Tosches said Meyer was a gross caricature. Fitzgerald said he had met him and drawn on that experience.

Orlando, Virginia Woolf's aristocratic man-woman, inspired by Vita Sackville-West

'Orlando' tells the story of a young aristocratic man born in the reign of Queen Elizabeth I who decides he is not going to grow old. It follows him through several ages of history, until he wakes up one morning to find he is a woman.

The book was described by Woolf as a biography, as she intended it to be a semi-fictional account of her friend and lover Vita Sackville-West, who was born into a wealthy, upper-class family but was barred by her sex from inheriting the family seat, Knole House in Kent.

A love affair between Orlando and the exotic Princess Sasha is a thinly veiled account of the romance between Sackville-West and the novelist Violet Trefusis. Woolf, who enjoyed a passionate affair with Sackville-West herself, got away with the risqué story because Orlando is a man at the point at which he falls in love with the princess.

Nigel Nicolson, Sackville-West's son, said Orlando was "the longest and most charming love letter in history".

William Boot, Evelyn Waugh's reporter, inspired by Bill Deedes

The "Grand Old Man of Fleet Street", who died last year aged 94 following a prolific journalistic career, was supposedly the inspiration behind the green young war reporter in Evelyn Waugh's celebrated 1938 novel.

In a hilarious chain of events, Boot, who writes a gentle column on country life for a London newspaper, the Daily Beast, is mistakenly sent as a foreign correspondent to the fictional African country of Ishmaelia.

It is a far cry from his usual beat, which requires him only to write such overblown prose as: "Feather-footed through the plashy fen passes the questing vole." Waugh was widely assumed to have based his hapless character on Deedes who, as a junior reporter on the Morning Post, was dispatched to cover the war in Abyssinia.

Deedes later wrote: "I am no more William Boot than I am the Man in the Moon", but conceded that Waugh, a fellow journalist at the time, had been much amused by his arrival in Addis Ababa with a quarter of a ton of luggage. The author included this detail in his portrait of Boot, who turns up to cover the war in Ishmaelia with a similar amount of supplies – including cleft sticks, an "overfurnished tent" and "a portable humidor".

Friday, June 06, 2008

De Man, Proust y Derrida


José Cueli

El espléndido trabajo de Héctor Pérez Rincón sobre Marcel Proust, publicado en la revista Psiquiatría, me lleva a tratar de encontrar afinidades con los del filósofo francés Jacques Derrida, por ejemplo el ensayo de Paul de Man, Alegorías de la lectura, lenguaje figurado en Rousseau, Nietzsche, Rilke y Proust, que empezó como un estudio histórico y terminó como una teoría de la lectura.

En cuanto al capítulo dedicado a Proust fue originariamente una contribución en honor de Georges Poulet, que llevaba por titulo “Mouvents premiers”.

El texto central sobre la lectura basado en la obra de Proust, Torrent d’ activité, lo desarrolla Paul de Man bajo el impulso de una complicación inicial. “Tiene todas las apariencias de formar un conjunto, construido con tanta firmeza que atrae constantemente la atención hacia su propio sistema e invita a establecer la representación por medio de diagramas sinópticos”. La estructura es típica del lenguaje de Proust a lo largo de la novela.

“El texto sigue de dentro hacia afuera los niveles simultáneamente yuxtapuestos en la conciencia del lector. Extiende la complejidad de un momento singular en el tiempo sobre un eje orientado por la máxima intimidad sobre el mundo exterior. Esta construcción no es temporal, ya que no implica ninguna duración. La diacronía del pasaje a medida que la narración se mueve desde un centro hacia la periferia, es la representación espacial de una articulación diferencial aunque complementaría de un momento singular.

“Para Paul de Man una novela que pretende ser la expresión narrativa de un momento singular del recuerdo, el pasaje tiene sin duda una importancia paradigmática. El momento y la narración serían complementarias y simétricas, reflejos especulares uno de otro, sustituibles por distorsión. Por un acto de memoria o de anticipación, la narración puede recordar toda la experiencia del momento.”

Gracias a los escritos de Paul de Man sobre Proust, me puedo preguntar la similitud con el pensamiento de Derrida ¿Cuáles son, pues los tres sentidos que en un solo instante (¿la fugacidad del instante?) han venido así a condensarse y sobreimprimirse, es decir, a sobredeterminarse? ¿Será la llamada impresión freudiana? ¿Y sobre todo, su relación con esa producción reproductible, iterable y conservadora de la memoria, esa puesta en reserva objetivable que llamamos el archivo?

Así según Derrida no hay límite para la problemática de la impresión. El lugar de la inscripción pasaría a ser un lugar de consignación, de inscripción o de registro. De donde se desprende una hipótesis topológica de varios sistemas síquicos, o sea la distinción entre memoria y archivo.

Archivo como la espera sin horizonte de espera, la impaciencia absoluta de un deseo de memoria que inútilmente tratamos de apresar ignorando la fugacidad del instante. Archivo que se torna un Mal de Archivo, sin duda un síntoma, un sufrimiento, una pasión, aquella en la que se inserta el mal radical.

Sunday, June 01, 2008

Una gota de miel


Mar de Historias

Cristina Pacheco

“Alicia, te llaman. Contesta pero no te tardes. El teléfono es para asuntos de trabajo, y no para cuestiones personales.” Todo me imaginé menos que fuera Lizbeth. Por el gusto de oír la voz de mi hija, se me llenaron los ojos de lágrimas y el nudo que sentí en la garganta no me permitió hablar.

Llevaba semanas pensando en lo que le diría a Liz y me pareció horrible quedarme muda. Con muchos esfuerzos logré preguntarle cómo estaba. Quién sabe qué habrá oído. Me dijo que, gracias a Dios, había guardado el número del taller porque cuando marca el de la casa una grabadora le informa que el servicio está suspendido. “¿Por qué no lo arreglan, mamá?” Le mentí: “No tengo tiempo y ya sabes que tu padre es muy desidioso. Cada mañana le pido que vaya a Parque Vía, me promete que lo hará pero nunca lo cumple”.

Lizbeth vive muy lejos, en Kansas City, y no tiene objeto mortificarla diciéndole que andamos muy mal de dinero. Además, si yo lo hubiese hecho habría pensado que le estaba reclamando porque hace meses no manda el giro. Con esos dolaritos, aunque no eran muchos, algo hacíamos; pero ahora…

En la familia la única que trabaja soy yo. Saulo no ha logrado que lo ocupen ni de eventual. Omar está estudiando y no quiero que acepte ningún empleo porque si se acostumbra a ganar dinero ya no volverá a la escuela. A Regina la despidieron de su chamba en cuanto se le notó el embarazo. No gana un centavo pero tan siquiera me ayuda haciendo la comida y el quehacer.

Lizbeth ignora en qué condiciones trabajo y siguió hablando: “Mamá: ¿ya le preguntaron al doctor qué será el hijo de mi hermana?” Le dije que no. Sea niño o niña lo recibiremos con mucho gusto. Lo único importante es que la criatura llegue completa y sana.

La mayora se me puso delante: “Alicia: el teléfono es para trabajar…” Me hubiera gustado preguntarle a Lizbeth si está contenta con su nuevo puesto, si ya se está llevando mejor con su compañera de cuarto, si por fin se arregló los dientes. Sólo alcancé a decirle: “¿Cuándo vienes?” No sabe, pero me pidió que si algún conocido viaja a Kansas City le mande retratos nuestros y un tarrito de miel porque la que consigue allá no sabe igual que la nuestra.

No alcancé a prometérselo. La mayora me arrebató el teléfono y amenazó con no volver a pasarme ninguna llamada. Sentí ganas de voltearle un bofetón pero me aguanté. Lo único que me falta es que me corran del taller y me quede sin los 450 pesos a la semana.

II

Desde que me llamó Lizbeth no he dejado de pensar en lo que me pidió: retratos, ¡como si estuviéramos tan chulos!, y un tarrito de miel. No cabe duda de que los gustos se heredan y al final de cuentas las historias de la gente como nosotros acaban por parecerse.

Al oír a Lizbeth recordé la primera vez que vine del rancho al Distrito en busca de trabajo. No tardé en conseguir uno de sirvienta. Tenía mi cuarto y comida regular, pero no me hallaba. Se me hacía muy triste levantarme y ver hileras de casas pardas a medio hacer, montones de basura y charcos en vez de cerros y árboles.

Los primeros patrones que tuve sólo me permitieron visitar a mis padres una vez en dos años. Para asegurarse de que volvería con ellos, me pagaron nada más la mitad de mi sueldo; la otra me la guardaron dizque para que a mi vuelta no me faltara dinero.

Me quedé en el rancho tres días. De regreso me traje un morralito con xoconostles, gorditas quebradas, tortillas, pinole y un frasco de miel. Pesaba algo y estuve a punto de dejarlo, pero mi mamá insistió en que me lo trajera porque es sabrosa, da fuerzas y tiene poderes medicinales. Es cierto. Cuando yo era niña me curaban todo con base en miel, desde las anginas hasta los cólicos y la debilidad.

III

Mis patrones me daban permiso de salir los jueves porque los domingos ellos se iban de paseo a Agua Hedionda o El Rollo y no querían dejar la casa sola. Para entretenerme ponía la tele un rato pero no dejaba de pensar en que, a esas horas, mis amigas del rancho andarían corriendo por el campo mientras llegaba la hora de la elotada.

La otra vez se lo platiqué a una compañera y me salió con que no sabía qué era eso. Me alegré de su ignorancia porque así tuve oportunidad de explicárselo y revivir lo que se siente al morder un elote recién salido del perol y bañado en miel. Se derrite sobre los granos humeantes y le chorrea a uno desde la boca hasta las manos. Nos divertíamos haciendo competencias para ver quién lograba impedir, durante más tiempo, que la miel le escurriera hasta los codos.

Cuando yo era sirvienta, para consolarme de mi soledad en aquellas tardes de domingo larguísimas, tomaba cucharaditas de la miel que me había regalado mi madre. Fue entonces cuando aprendí que ese líquido no sólo cura el dolor de garganta: también es muy bueno para aliviar la tristeza.

IV

En cuanto sepa que alguien de Los Reyes viaja a Kansas City le mandaré a Liz un frasco de miel buena, de la que no está adulterada con agua y se azucara muy bonito. Me gusta pensar en que cada vez que mi hija la pruebe se acordará de su México, de nosotros y de todas las cosas que le he contado acerca de mi vida en el rancho.

Cuando le platicaba que nuestra tele era en blanco y negro no lo podía creer. Tampoco me creyó que para ir al cine –y eso cada mil años– teníamos que hacer un viaje de una hora hasta Morelia. Cargábamos con mi abuela Refugio y, como ella nunca aprendió las letras, sólo veíamos películas mexicanas. Una tarde en que se nos ocurrió meternos a ver una película gringa ya merito nos sacan del cine. Y es que nos pasamos todo el tiempo leyéndole los letreros a gritos porque mi abuela era más sorda que una tapia.

Estoy segura de que cuando Lizbeth reciba la miel que pienso mandarle se acordará de sus quince años. Por los nervios a la pobre chamaca le brotó una especie de urticaria. No se le notaba mucho pero de repente, ya peinada y vestida, salió con que se veía horrible y que mejor canceláramos el baile.

Lo único que se me ocurrió en esos momentos fue ponerle una mascarilla de miel en la cara. Le hizo mucho bien porque le quitó la irritación, pero sobre todo le devolvió la seguridad. Lo único malo fue que, como era verano, mi pobre Liz se pasó toda la noche espantándose las hormigas. Durante años estuvimos riéndonos de eso. Espero que Liz también se ría cuando pruebe la miel y recuerde su fiesta de quince años.

V

La otra mañana se metió en el taller de costura una abeja. A mí me alegró verla, pero mis compañeras se espantaron igual que si hubieran visto al diablo. Como les molestaba el zumbido y temían que las picara, quisieron matarla a periodicazos. Antes de que lo consiguieran abrí la ventana.

Cuando la abeja se fue me dio mucho gusto pensar que ese animal tan pequeño quedaba libre para seguir haciendo su trabajo. Mi padre me enseñó que es muy importante: esos insectos no sólo producen miel sino que llevan y traen el polen de una planta a otra.

Fue lo mismo que dijo la otra noche un agrónomo que estuvo en un programa de radio. Comentó que si faltan las abejas y la polinización, no tendremos alimentos ni flores. Me dieron ganas de llamar a la estación y decir que sin esos animales tampoco habrá quien endulce nuestros recuerdos ni tendremos con qué aliviarnos las penas.

En mi casa tengo siempre un frasquito con miel. Cuando le pega el sol, adorna el trastero; se me figura que es oro líquido y me siento millonaria. En invierno, sólo de ver su color me parece que el cielo está más claro y no hace tanto frío. Dios quiera que a mi hija Lizbeth la miel le produzca el mismo efecto cuando empiecen las nevadas en Kansas City.