Saturday, June 28, 2008

El viajero inmóvil

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Llega El viajero inmóvil con el siempre atractivo gancho de que será polémica, en la medida en que lo son muchas importantes obras de la literatura llevadas al cine, la mayor parte de ellas, por desgracia, signadas por el desacierto.

Tomás Piard se adelanta así al homenaje que por su centenario (1910) recibirá en nuestro país José Lezama Lima y, lezamiano el mismo realizador ––al punto de reconocer que las influencias del poeta, ensayista y narrador han sido decisivas en su obra cinematográfica–– toma Paradiso para hincar la rodilla en la ofrenda.

Profunda y laberíntica, incitante y reveladora de mundos nunca agotados, Paradiso es portadora de una mitología barroca que va mucho allá de lo aparente real y con su desbordamiento metafórico se alza posiblemente como el mayor reto literario de nuestro continente al cine (superior aún, como desafío en imágenes, de lo que sería la obra de Carpentier, Garcías Márquez y Rulfo, a quienes, es bueno recordarlo, nunca se les ha hecho justicia en la medida que lo merecen).

Se explica entonces que para escalar la cumbre Paradiso, Tomás Piard haya recurrido a las más disímiles vías, no pocas probadas en su cine a lo largo de los años, como son las atmósferas surrealistas, los recursos provenientes del teatro, la insistencia en el contenido erótico, el documental en la ficción, la introspección de unos primeros planos que persiguen calar el alma¼

A esta altura no puede calificarse el suyo de cine experimental, porque los años dejan huellas. Ahí están el Godard y los días vanguardistas de los sesenta, cuando mezclaba ficción con realidad documental, y el Pasolini amante de llevar los clásicos de la literatura a las pantallas sin renunciar a los valores incorporados del texto, y los aires aristocráticos de un Visconti a la hora de componer cuadros de familia, y hasta el denominado Cine de Octubre en las escenas de El viajero inmóvil que captan las manifestaciones obreras y estudiantiles con el mismo fervor operístico de aquellos clásicos. Influencias asimiladas y hasta enriquecidas, pero que al integrarse en un todo no logran circular convenientemente el cuadrado de provocaciones que constituye la novela.

Pudiera funcionar en algunos el argumento de que El viajero inmóvil sería una incitación para buscar la obra literaria tras ver la película¼ como también rechazarla, porque para aquellos que no la conocen y no están al tanto de las interioridades de los muchos personajes en desfile, y de lo que en realidad trata el asunto, hay un universo metafórico que permanece demasiado fragmentado e incomprensible como para lograr la función de la catapulta.

Pletórica la novela de símbolos sobre los que todavía se discute, Piard se monta sobre ellos y los desarrolla, no a la manera de un traductor ––ingrata tarea sería esa—sino alimentándolos desde sus propias sensibilidades, porque si algo tiene claro es que la vía para hacer "llegar Paradiso" no es la simplificación, ni la reducción del texto a una simpática peliculita de iniciación. ¡No señor! Asumió la dura prueba y tiene que cargar con las complejidades artísticas que esta lleva implícita, en especial ese barroco, siempre difícil por lo manoseado en el cine, y la carga emotiva que ha de sortear a sabiendas (aunque a veces no pueda cumplirlo) de que la acumulación de emotividades no es precisamente la emoción.

Y aquí se explaya la gran pregunta: ¿"Llega" ese Viajero inmóvil, cobra vida propia la película más allá del monumento literario sobre el que se alza?

A ratos se obtienen buenos momentos que remiten a una comunión con la naturaleza lezamiana, en especial cuando se recurre a algunos primeros planos y actores y música (excelentes las variaciones de Juan Piñera) se integran en evocadora suma, pero en otros no trasciende el filme la tarea ilustrativa del texto, como cuando aparece ese Apolo con su lira, perdido en medio de la escena, hijo más de un frío decorado que de una cristalizada poética.

Hay otros elementos que resultan discutibles, como la incorporación de textos de Lezama en las voces de los actores, ideas hermosas pero nada simples hechas más para la lectura y la meditación que para la combinación habla-oído. Igualmente el rompimiento "a lo Brech" que se realiza con los escritores de primera línea incorporados a la magna mesa en la que tiene lugar parte del filme; opiniones muy interesantes sobre un Lezama Lima al que conocieron, plausible como homenaje, pero en medio de la atmósfera surrealista en que se manifiestan, el extrañamiento de sus apariciones y palabras pueden mover más al desconcierto que al oído atento.

Y, está claro, discutible por igual la carga homo erótica, no criticable como tal (que ya bastante tuvimos con el escandalito y arbitrariedades que provocó la novela en su época), sino porque en sus excesos y regodeos se le resta tiempo a aspectos importantes de la novela que no aparecen.

En las actuaciones hay de todo. Desde el oficio evidente de los profesionales y no profesionales, hasta la abundancia de mancebos a los que solo cabe explotar por su presencia física.

¿"Llega" este viajero inmóvil?

No hay duda de que la estética asumida por su director dará para hablar y en la respuesta que se ofrezca cobrará un peso decisivo el haber leído o no la novela.

Unos dirán que se trata de un viaje sin salida, otros que lo han visto a medio camino y sin fuerzas y, posiblemente los menos, que ¡como no!, y hasta atestiguarán que lo vieron cruzar la meta.

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